7/4/20

Insomnio y pensamiento


Toda la vida he madrugado. TODA. Pues ahora no puedo. Por más que me pongo el despertador una y otra vez a la hora en la que me he levantado siempre, cuando suena, lo apago y sigo durmiendo. Y, es más, me despierto sobre las nueve y me giro y sigo durmiendo. Me apetece dormir y como por la noche me cuesta muchísimo conciliar el sueño, pues me lo permito. ¿Quién me lo va a impedir? Eso sí, luego, durante el día voy loca queriendo cumplir los objetivos que me había marcado el día anterior, porque el día no me da para más. Como dice siempre una compañera: “no me da la vida”.

Lo que más me sorprende es que fuera de este confinamiento, sí que me daba y hacía un montón de cosas más. Porque, no nos olvidemos, a lo que hacía, debía sumarle el tiempo de transporte (oh, que añoranza, viajar de pie y como sardinas en un metro o en un autobús…). Así que, de nuevo, mi propuesta para mañana será levantarme a las cinco y media, hora esta, en la que antes me levantaba.

Y es que después de 26 días de confinamiento, cuando la normalidad ha mutado a esto que estoy viviendo, ya no sé qué es normalidad, si lo de ahora, o lo de antes.  Me sorprende descubrir que la normalidad no existe; que lo importante en esta vida es la adaptación. Este concepto me lleva a los orígenes de las especies y me emociono pensando en que esta toma de conciencia a la que estoy sometida me hace más grande enfrentándome a mi yo de antes.

No hay comentarios: