22/1/11

La realidad

Entró en casa cerrando la puerta con el pie, llevaba la carpeta en una mano y con la otra se estaba sacando la bufanda.  El golpe seco del cierre anunciaba el humor con que llegaba. Dejó las cosas sobre el sofá y se sacó el abrigo que tiró de cualquier forma sobre lo que había dejado. Se descalzó camino de la habitación, sacándose un zapato con cada mano reduciendo al mínimo su caminar. Encontró las zapatillas mullidas pero frías, se notaba que había bajado mucho la temperatura. Tiró los zapatos de cualquier manera en el lugar que hace un momento habían ocupado estas. Se sacó el cinturón y lo lanzó encima de la cama. La hebilla contestó con un estallido cuando chocó con el cabezal metálico. Se dirigió al lavabo donde tenía el pijama. Cada mañana cuando se desnuda para ducharse lo cuelga de uno de los peldaños de la escalera que tenía doblada apoyada en una de las paredes, al lado del armario empotrado y junto a la tabla de planchar. Tiró al cubo de la ropa sucia toda la ropa que llevaba puesta y se puso el pijama y encima dos polares. Uno delgado y otro mucho más gordo, imitando una chaqueta a cuadros de leñador. Se miró al espejo y ya no pudo más. Las lágrimas brotaron en sus ojos en un llanto silencioso que le hizo bajar la cabeza mientras se apoyaba en el lavamanos. Empezó a temblar fruto del destemple que le producía el bucle mental en el que se había metido. Se sacó el pijama con furia y lo dejó en el suelo; el pantalón sobre las zapatillas y el resto, sacado junto, tirado sobre el bidet de cualquier manera. Se metió en la ducha y abrió el grifo. Dejó caer el agua sobre su cabeza un buen rato. Levantó la cara para que esta se mezclara con sus lágrimas y ahogara el grito que deseaba soltar. En su corazón el dolor, en su mente, la soledad. La había echado ella de casa cuando le confesó que no podía vivir con el secreto de que le había sido infiel. Ahora, la soledad dolía más que la traición. Salió de la ducha y se secó rápidamente. Abrió el cubo de la ropa sucia y se volvió a vestir con la ropa que había llevado todo el día. Se puso el abrigo y sin abrocharlo y con la bufanda en la mano, abrió la puerta, dispuesta a suplicarle que volviera por enésima vez.

8 comentarios:

Anastacia dijo...

Qué historias más entretenidas! Gracias por publicarlas acá.

Any_Porter dijo...

¿Somos sólo juguetes del destino? Me niego a creerlo.

Biquiños.

Candela dijo...

Qué malita es la falta de quien nos hace falta.

Sandra Sánchez dijo...

Un momento muy descriptivo, me ha guastado.
;)

farala dijo...

pues claro, es que eso de la fidelidad es una tontería... ¡¡viva el amor libre!

Tawaki dijo...

No sé si yo sería capaz. Supongo que sí, como casi todo el mundo.

a punto de dijo...

uf. me encantó.
ni contigo ni sin ti. terrible.
un placer encontrarte.

JESUS y ENCARNA dijo...

Buenos dias, Dintelilla, pasaba a saludar y a disfrutar de esos escritos tan personales que nos traes.
Besos por dos.
Jesus