15/1/11

Recuerdo

Recuerdo, en días como hoy, una lejana madrugada de verano en que tampoco el dolor me dejaba dormir. Me levanté silenciosamente y me puse el tejano y encima de la camiseta del pijama un jersey de aquellos con que las madres nos dotaban para los atardeceres de los entonces lluviosos diez días del mes de agosto porque hacía fresquillo. Cogí mi libreta y mi pluma me dirigí a la terraza del comedor, no sin antes pasar por la cocina a tomarme el calmante.

Me senté en la clásica silla de hierro pintada de blanco, en cuyo asiento debías poner un cojín redondo y plano coloreado en forma de grandes tulipanes. Acompañaba a esa peculiar y también clásica mesa de hierro pintada de blanco cuya tabla era una piedra del tipo granítico con algunos dibujos de colores. Era lo que se llevaba en la época de los ochenta en terrazas y jardines.

Por aquel entonces escribía poesía. O eso me creía yo. Cada día componía dos poemas como mínimo, de métrica libre en general o utilizando rima asonante, y si me sentía muy inspirada con rima consonante. Aquel día, bajo la luz del farolillo de cristales ámbar y bajo un cielo negro y estrellado, con el ruido de mar de fondo y algún que otro coche que pasaba por la carretera nacional, escribí y escribí dejando que el frío del rocío se apoderara de mis manos. Poco a poco, el cielo escondió su manto nocturno para empezar con el festival de despuntes lumínicos hasta que el gran círculo naranja apareció sobre el mar. Y con la aparición de este, la desaparición del frío. Todo empezó a tener un toque cálido. En ese mismo momento, como si formara parte de una partitura, el calmante empezó a hacerme efecto, produciendo el sosiego que de él se esperaba.

Hoy, que el dolor tampoco me ha dejado dormir. Me he levantado bajo el negro manto de una fría noche de invierno y ataviada con dos polares me he dispuesto a escribir un rato. Antes, como si fuera aquella noche, he pasado por la cocina a picar algo y tomarme el calmante. No he cogido libreta ni pluma sino que he encendido el ordenador y un flexo con bombilla de bajo consumo ocupa el lugar del bucólico farolillo de luz ambarina. Tampoco escribo poesía porque un día descubrí que nunca la había escrito. El cielo empieza a clarear, eso sí, aunque desde mi ventana no voy a poder ver ese mágico círculo anaranjado que me hipnotizó aquella noche.

Como aquella noche ha habido muchísimas más de mal dormir, insomnio y escritura, y con seguridad que antes de ella, alguna ya había pasado. Pero lo que sé a ciencia cierta es que aquella noche es el puntero de una sensación que nunca más he vuelto a sentir y nunca más sentiré con la misma intensidad de dolor y placidez.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Cada instante es único (ya lo sabes)

mojadopapel dijo...

Existen momentos que se graban a fuego en nosotros.

Victoria dijo...

No sé qué decirte...

Jirafas en Gerundio dijo...

Único e irrepetible.

marga dijo...

yo tampoco he podido dormir, y eso que no me dolía nada... cosa rara en mí (lo de no tener dolor, no lo de no dormir)
felices desvelos

Raquel dijo...

Esas ocasiones son únicas. Que tu rico recuerdo te siga diciendo de tu presente.

la cocina de frabisa dijo...

Como hace ya unas semanas que no paso por aquí, me he estado leyendo las entradas anteriores para ponerme al día.

Ésta es la última y en esta quería dejar huella de mi presencia.

Sin embargo, martillea una y otra vez, las palabras del anterior post.

"Solo tiene diez años"

Madre mía, me has dejado muerta. Tú tan, tan... no sé, contenida y largas eso, cómo debías de estar de cabreada. Uffffff con el niño, la próxima vez, átalo.