28/1/12

Trenadas

Inmersa en mi libreta, con las palabras atolondrándose en mi mano, preparadas para precipitarse a través de mi bolígrafo, me hallaba ayer. El tren iba algo más vacío que de costumbre. A esta hora, casi al despuntar el alba, es un placer viajar. El adormecimiento de los pasajeros me otorga el silencio y la soledad que necesito para escribir, levantar la vista de la libreta, mirar, pensar, imaginar e, incluso, escrutar descaradamente a mis compañeros y compañeras de viaje.

Iba sentada en contra de la dirección del tren, junto a la ventanilla, inmersa en mi libreta, como decía, cuando se acercó a mí una china con una sonrisa de oreja a oreja. Levanté la cabeza al notar su presencia mientras estiraba el brazo derecho sobre el alfeizar de la ventanilla. Hallé una chica más o menos de mi edad (no me acostumbro a decir mujer), con los ojos subrayándoles las cejas, cerrados a causa de tanta sonrisa, con el pelo negro de punta y una estatura que hacía más honor que el que debía a la propia de su raza.

Solo quielo cogel el peliólico dijo y señaló hacia el estante portamaletas que teníamos sobre la cabeza, cuya transparencia me permitió saber cuál era el objeto de su deseo. Me incorporé para sentarme bien, descrucé las piernas  las recogí todo lo posible para que tuviera el máximo espacio para “operar”.

Por mucho que estirara la mano, el cuerpo y se pusiera de puntillas no alcanzaba a tocar la barra roja que sirve para agarrarse y se halla algo más baja que el estante. Sin dudarlo, me levanté para ayudarla, con tanta precipitación que no calculé que no tenía espacio suficiente para hacerlo pues lo ocupaba ella, toda estirada hacia arriba, con la cazadora que se le había subido por encima de los riñones, intentando mantener el equilibrio en puntillas.

No sé cómo, al intentar controlar el impulso de levantarme una vez que mi cerebro se percatara de que no tenía espacio suficiente, quedé arqueada apoyándome sobre los pies en el suelo y los omoplatos en el respaldo, con los brazos extendidos a mi lado, libreta y boli en cada mano, intentando mantener, con el culo en alto, el equilibrio.

Cómo tenía que suceder, un traqueteo brusco del tren solucionó la situación: caí sentada sobre el asiento y mientras, ella, a la vez, perdió el equilibrio yendo a aterrizar de bruces sobre mí, apoyando cada una de sus manos sobre cada una de mis tetas (partes prominentes donde las haya) y, casi, boca con boca.

Lo único que fui capaz de hacer fue arquear las cejas mientras permanecía bien quietecita esperando que ella se retirara de encima de mí. Pero no se movía. Su sonrisa había desaparecido. Rápidamente entendí lo que pasaba: para levantarse tenía que hacer fuerza sobre sus manos y estas estaban ocupadas por mis pechos. ¡No sé iba a apoyar sobre ellos!

Así que me armé de valor, la cogí por la cintura, sin soltar el boli y arrugando la libreta y la puse en pie. Roja perdida, la vergüenza chillaba por todo mi ser, miré a mi alrededor con el afán de comprobar que todo el mundo seguía dormido pero Murphi, gran amigo, había hecho de las suyas. Todo el vagón nos estaba mirando con cara divertida. Mientras empiezo a sentir que la incomodidad está a punto de hacerme estallar, oigo:

Peliólico, pol favol!

No es que yo llegue al dichoso estante deloscojones, pero harta ya del tema me subí encima del putoasiento y se lo bajé. Para la mierda de noticias que hay que leer.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Desconozco si se trata de un relato o es algo totalmente verídico, sea como sea, me he descojonao de risa.

Gracias por estos momentos, Dintel, :P

Blau dijo...

Dintel, si hubiera estado yo en ese tren nada de esto te hubiera pasado.

Es la parte buena de medir 1,80...jajajaja

farala dijo...

Jaaaajajaaaa buenisimo, lo he visto como n un corto

María dijo...

Ja, ja, ja...

¿No notaste en su cara una gran satisfacción "toqueril?

Seguro que las personas que viajaban en el tren fueron más felices ese día.

Pena Mexicana dijo...

jajajajajaja
me has dado la carcajada del día, gracias Dintel, no sabes la falta que me hacía :D