Inmersa en mi libreta, con las palabras atolondrándose en mi
mano, preparadas para precipitarse a través de mi bolígrafo, me hallaba ayer.
El tren iba algo más vacío que de costumbre. A esta hora, casi al despuntar el
alba, es un placer viajar. El adormecimiento de los pasajeros me otorga el
silencio y la soledad que necesito para escribir, levantar la vista de la
libreta, mirar, pensar, imaginar e, incluso, escrutar descaradamente a mis
compañeros y compañeras de viaje.
Iba sentada en contra de la dirección del tren, junto a la
ventanilla, inmersa en mi libreta, como decía, cuando se acercó a mí una china
con una sonrisa de oreja a oreja. Levanté la cabeza al notar su presencia
mientras estiraba el brazo derecho sobre el alfeizar de la ventanilla. Hallé
una chica más o menos de mi edad (no me acostumbro a decir mujer), con los ojos
subrayándoles las cejas, cerrados a causa de tanta sonrisa, con el pelo negro
de punta y una estatura que hacía más honor que el que debía a la propia de su
raza.
─Solo quielo cogel el peliólico ─dijo y señaló hacia el estante
portamaletas que teníamos sobre la cabeza, cuya transparencia me permitió saber
cuál era el objeto de su deseo. Me incorporé para sentarme bien, descrucé las
piernas las recogí todo lo posible para
que tuviera el máximo espacio para “operar”.
Por mucho que estirara la mano, el cuerpo y se pusiera de
puntillas no alcanzaba a tocar la barra roja que sirve para agarrarse y se
halla algo más baja que el estante. Sin dudarlo, me levanté para ayudarla, con
tanta precipitación que no calculé que no tenía espacio suficiente para hacerlo
pues lo ocupaba ella, toda estirada hacia arriba, con la cazadora que se le
había subido por encima de los riñones, intentando mantener el equilibrio en
puntillas.
No sé cómo, al intentar controlar el impulso de levantarme
una vez que mi cerebro se percatara de que no tenía espacio suficiente, quedé
arqueada apoyándome sobre los pies en el suelo y los omoplatos en el respaldo,
con los brazos extendidos a mi lado, libreta y boli en cada mano, intentando
mantener, con el culo en alto, el equilibrio.
Cómo tenía que suceder, un traqueteo brusco del tren
solucionó la situación: caí sentada sobre el asiento y mientras, ella, a la
vez, perdió el equilibrio yendo a aterrizar de bruces sobre mí, apoyando cada
una de sus manos sobre cada una de mis tetas (partes prominentes donde las
haya) y, casi, boca con boca.
Lo único que fui capaz de hacer fue arquear las cejas
mientras permanecía bien quietecita esperando que ella se retirara de encima de
mí. Pero no se movía. Su sonrisa había desaparecido. Rápidamente entendí lo que
pasaba: para levantarse tenía que hacer fuerza sobre sus manos y estas estaban
ocupadas por mis pechos. ¡No sé iba a apoyar sobre ellos!
Así que me armé de valor, la cogí por la cintura, sin soltar
el boli y arrugando la libreta y la puse en pie. Roja perdida, la vergüenza
chillaba por todo mi ser, miré a mi alrededor con el afán de comprobar que todo
el mundo seguía dormido pero Murphi, gran amigo, había hecho de las suyas. Todo
el vagón nos estaba mirando con cara divertida. Mientras empiezo a sentir que
la incomodidad está a punto de hacerme estallar, oigo:
─Peliólico, pol favol!
No es que yo llegue al dichoso estante deloscojones, pero
harta ya del tema me subí encima del putoasiento y se lo bajé. Para la mierda
de noticias que hay que leer.
5 comentarios:
Desconozco si se trata de un relato o es algo totalmente verídico, sea como sea, me he descojonao de risa.
Gracias por estos momentos, Dintel, :P
Dintel, si hubiera estado yo en ese tren nada de esto te hubiera pasado.
Es la parte buena de medir 1,80...jajajaja
Jaaaajajaaaa buenisimo, lo he visto como n un corto
Ja, ja, ja...
¿No notaste en su cara una gran satisfacción "toqueril?
Seguro que las personas que viajaban en el tren fueron más felices ese día.
jajajajajaja
me has dado la carcajada del día, gracias Dintel, no sabes la falta que me hacía :D
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