Parecemos pilares que aguantamos lo que nos echen. Siempre
dando el callo en el tajo, en la familia, en el grupo de amistades. Pero a
veces, un simple empujoncito con un dedo nos desequilibra lo suficiente para
convertirnos en diminutos seres pequeños e indefensos que no hacen más que
llorar su inseguridad. Es entonces, cuando veo a alguien a quien le ha pasado
eso que me aflora ese sentimiento de dulzura y cariño del que carezco y lo
único que me apetece es abrazar a la persona y decirle que todo está bien, que
yo estoy ahí.
Ahora, a posteriori, pienso: “¿tanta seguridad da que yo
esté ahí?” y caigo de cuclillas en el suelo de la cocina, la espalda apoyada en
el armario de debajo de la pila y me pongo a llorar mi propia inseguridad,
¿quién me he creído que soy? Si no soy nadie. Y efectivamente, el paso del
tiempo me da la razón, nadie ha aparecido para abrazarme con ternura y decirme
que todo está bien, que está ella aquí.
3 comentarios:
Te leo con frecuencia pero nunca dejo mi opinión. No obstante, este post me ha sacudido un poquito. No te conozco, pero no me gusta que te sientas así. Te aseguro, que en algún momento, aparecerá un sol radiante, agradable, y comenzarás a sentirte mejor. Trabaja la seguridad en tí misma, dedícale a esa tarea todo el tiempo que sea necesario, ya verás que se consigue, la seguridad en una misma, aunque suene a tópico, es el cimiento imprescindible para el equilibrio mental y emocional, verás que cuando lo sientas por dentro, lo proyectas hacia fuera.
Un abrazo fuerte
pues sí, importa que estés ahí. Y que alguien esté para ti :)
besos,
Importa y hace falta. Importa que estés, que estés ahí.
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