Tengo que perder peso. Lo
he notado hoy, por la mañana, cuando al ir a lavarme los dientes se me ha
resbalado el tubo de pasta dentífrica y ha caído al suelo. Cuando me he
agachado para recogerlo no me podía volver a levantar. Mis rodillas no
respondían. Tenía la sensación de que mis músculos no tenían la fuerza
suficiente para devolverme a mi posición vertical, esa bípeda posición típica
del ser humano. Y es que últimamente me siento una piltrafa.
Debo perder peso. No
puedo seguir llevando encima los problemas de mi marido: que si no tiene
trabajo, que si las niñas hacen mucho ruido y a él le duele la cabeza, que si
quiere ver la tele y no hacemos más que reír y molestar. ¿Qué espera?, son niñas con ganas de ser felices.
Tengo que desprenderme
del dolor que me causa esa terrible adolescencia de la mayor. Por ahora me sigo
imponiendo. ¿Pero, por cuánto tiempo? Está al caer ese rotundo “no”
adolescente, ese “no” de “aquímeplantotegusteonoteguste”, ese “no” seguro del
descubrimiento hecho de que yo ya no la puedo obligar a nada.
También me pesan y me
fatigan mis padres, ya mayores. Mi padre, senilmente feliz, que se mea encima
pero no quiere llevar pañal porque él es muy hombre. Mi madre cuidándolo hasta
el agotamiento, limpiando y lavando continuamente y siempre teniendo la casa
hecha un desastre y la ropa llena de lamparones porque hace años que la
Seguridad Social tenía que haberla llamado para operarse de cataratas y no ve
las manchas. Eso sí, ambos se encuentran en plenas facultades para vivir solos
y tenemos trifulca cada vez que intento sugerir lo contrario.
Debo perder peso, porque
con tanta carga adicional ni si quiera puedo verme el ombligo. ¿Y qué es una
persona que no puede verse el ombligo?
2 comentarios:
pues es uno más de los millones de desgraciados que pululamos por el mundo :))
besos,
Muy bueno! Cuánta razón!
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