No me pude escaquear. La mamá de la Niñadelscollons tenía una de esas concentraciones de empresa que se encierran en un hotel dos días para que el espíritu santo de la creación y de la dinámica de grupo imbuya a todo el equipo y me pidió que, siendo su madre ya mayor, que es la persona con la que se quedaba la Niñadelscollons mientras ella se dedicaba a dinamizarse con sus compañeros de empresa, si podía ir a llevarla al cole y a recogerla. Por supuesto, le contesté, congelando la sonrisa para que no se me pudiera escapar ni un ápice de “me cago en todo qué palo me da”.
Así, que por la mañana, temprano, me dirigí a buscar a la Niñadelscollons a casa de la abuela para acompañarla al cole. Al llegar, por ser de parvulario, nos recibió una simpática señorita, la señorita Neus, con todo el saludo pedagógico del que era capaz. Llevaba una bata a rayas azules claritas y blancas, con un bolsillo de cada color, uno verde y otro rojo, siguiendo la moda Kickers de lateralidad, por debajo se veían unos tejanos y unos cómodos zapatos anchos de color marrón. De tez morena, con la melenita recogida en una graciosa cola, que acentuaba aún más sus redondeados pómulos y con unas gafas de pasta azules con los cristales tan relucientes que me hicieron pensar en las motas de crianza que acumulaba en los míos, llevándome a la firme decisión de limpiarlos aunque fuera con el borde de la camisa, a falta de kleenex. Se agachó a la altura de la Niñadelscollons para darle los buenos días y le dijo que pasara para la clase. Se despidió de mí con una sonrisa. Esa mujer era todo energía.
Casi se me olvida que la niña salía del cole a las cinco. Así que llegué justo cuando abrían la puerta. Un montón de padres se apelotonaban en frente de la puerta impidiendo a los pequeños salir cómodamente y encontrar a quien les venía a buscar. Las señoritas acompañaban a los niños, uno por uno a la puerta de salida y explicaban en breves palabras cómo había transcurrido la jornada. Apenas veía nada porque al no ser madre y al ser la primera vez que iba a buscarla, me sentía un poco cohibida y me quedé detrás de todo esperando que la marabunta paternofilial desapareciera. Mucho ruido y pocas nueces. Me explico, a empujones para recoger a los niños y luego “tira niño que nos vamos pa casa”. Ni un beso. Ni un abrazo. Ni un cómo te ha ido o qué has hecho. Ni siquiera, qué has comido hoy.
Cuando la puerta se despejó y quedamos unos cuatro adultos, pude ver desde primera fila el protocolo de salida. La señorita Neus, totalmente irreconocible, salió de clase acompañando a una niña rubia rubísima, monísima hasta lo que parecía ser su padre. En la otra mano llevaba unas bolsas de plástico llenas con lo que parecía ser ropa.
−Hola, dijo al padre la señorita Neus, se ha vuelto a hacer caca. Pero no lo entiendo porque la acababa de poner un rato en el váter y no tenía. Se la ha hecho en el pasillo, luego en el patio otra vez, y cuando hemos ido a la biblioteca, otra.
−¡Qué raro! −exclama el padre con auténtica sorpresa−. Pero, ¿qué me dices?, en casa, sólo hace caca debajo de la mesa del comedor.
Se me pusieron los ojos admirativos, igual que a la maestra, que pareció entrar en un absoluto mutismo desde entonces. ¿Qué se contesta a un comentario así? Entonces, amplié la visión de campo y vi a una persona derrotada. Su bata, lucía manchas de pintura y aceite, supongo que de los desayunos de los niños. Sus gafas sucias de polvo de tiza, las manos con restos de rotulador rojo, porque debe ser ese el color que están trabajando, y los zapatos llenos de polvo y tierra de la vigilancia de patio.
−¡Vámonos, chochete! −le dice el padre a su hija−. Muy mal esto de hacer caca por todas partes.