Ella empuja un carrito verde. Barre, barre y barre y echa dentro del cubo que hay en el carrito verde toda la porquería que va recogiendo de las aceras. Me la suelo cruzar cada día en el mismo parque. Mientras yo camino con prisa hacia mi trabajo, junta con una escoba la hojarasca y los papeles esparcidos por el espacio de los columpios. Los primeros días, ni la vi. A pesar de que el tiempo no me apremia tengo la costumbre de caminar rápido como si llegara tarde a todos los sitios y con el pensamiento velozmente adelantado solucionando problemas de antemano que lo mismo nunca llegan a surgir.
No sé que fue, si es que la imagen se volvió cotidiana o si aquel día no estuve perdida en mis pensamientos, pero la miré. Nada más verla, descubrí que ya lo había hecho antes, lo que en realidad hice en ese momento fue fijarme en ella.
Tiene una cadencia de barrido lenta, acompaña la suciedad con la escoba hasta el lugar donde la va amontonando. En su gesto, no se descubre brío ni energía alguna, más bien parece monótono y carente de vida, pero no por ello certero y efectivo.
Al día siguiente, camino con más lentitud, necesito conocer más sobre ella, su forma de barrer, tan diferente a la mía, me ha creado una inquietud curiosa por saber detalles sobre ella. Barre sin escuchar música, eso es que prefiere escuchar sus pensamientos. No levanta la vista de su trabajo, pero, ahora que la observo con más atención, tengo la sensación de que barre de forma automática. No veo ya por ningún lado la cadencia que el primer día creí ver.
Los siguientes días, cuando pasaba por el parque, la veía haciendo lo mismo: barriendo, sin más. ¿Cómo había podido tener esa sensación el primer día que la observé?
Una vez más, pasé por delante del parque, temprano, como siempre, pero esta vez paseando, mirando los árboles, los columpios, los bancos, pero sobre todo a ella. Debía controlar la hilaridad de pensar que nadie pasea a las siete de la mañana por muy primavera que sea. Descaradamente me senté en uno de los bancos del parque, el que mejor me permitía observarla. Era absurdo pasear sin querer avanzar.
Me senté como quien espera a alguien. Como quien espera a alguien y no tiene prisa a que llegue. La estuve observando un rato. Barría y barría y no levantaba la vista del suelo. Miré el carrito con el que el ayuntamiento dota a todo barrendero y pude observar que se veía pulcro y con la bolsa de basura puesta con conciencia en el cubo. Arriba, colgando del asa que se utiliza para empujarlo colgaban de una cadenita de plástico casi una docena de chupetes.
Cuando volví mi mirada sobre ella había dejado de barrer. Me miraba tristemente. Me había sorprendido observando sus chupetes. Se acercó a mí arrastrando la escoba por detrás de ella. Se plantó delante del banco y me dijo:
—Soy incapaz de tirarlos.
—¿Por qué?
—Cuando eres joven tiras todo lo que te molesta, así, sin pensarlo, y luego, nunca más lo puedes recuperar. Y por mucho que revuelvas en la basura lo vuelves a encontrar.
—¿Qué tiraste tú?
—A mi bebé.
Y sin esperar mi reacción se fue hasta el lugar que antes estaba barriendo y continuó haciéndolo con esa cadencia vacía de toda vida.
6 comentarios:
Ufff, que historia tan fuerte!!! : O
Y de algun modo me recuerda a aquel libro de elvira lindo de "una palabra tuya"
Estoy de acuerdo con illeR, en cuanto empecé se me vino a la cabeza el personje de "Una palabra tuya" (un libro que me encantó, por cierto), ¿te has basado en él ,lo has leído?...
Me ha gustado mucho el relato, triste y fuerte, como me suelen gustar.
Las escenas cotidianas que se repiten siempre tienen algo de atrayente ¿por qué será...?, yo también he dedicado un post a una escena cotidiana hace unos días...
Genial, como siempre Dintel.
;)
¡Qué escalofrío me ha recorrido el cuerpo!
Precioso relato, Dintel, a pesar de ese final tan dramático.
Fíjate, qué cosa tan curiosa. Palabra de verificación, annesi, justo en lo que no ha podido refugiarse tu protagonista.
tu texto debería ser de lectura obligatoria para todas las mujeres en edad fértil...
un beso
inesperado final
muy bonito
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