Ahora es una maravilla viajar en tren. No es que hayan
mejorado la calidad de sus asientos, que cuando el trayecto dura más de media
hora se agarrotan las piernas, sientes que se te corta la circulación sanguínea
en los muslos y el culo se te aplana tanto que ríete tú del concepto terrestre
antes de Galileo. No, no es eso. Tampoco es que ahora llegue puntual el tren
cada mañana y, por ende, tu también lo hagas en tu lugar de trabajo, que
tampoco. Faltaría más que dejara de aumentar la colección de justificantes (que
no disculpas) que Renfe me da para mi empresa. No, no, que para eso una es
hábil y coge siete trenes antes del le que tocaría para prevenir “incidenciasdisculpenlasmolestias”.
Digo que es una maravilla porque desde que la tecnología del
móvil ha evolucionado sin par, nadie da el coñazo a nadie, todo el mundo anda
absorto en guasapes, feisbucs, tuiters y demases. Y, ¡ay!, pobre del que se le
olvide quitarle el sonido porque recibirá la mirada furibunda de todos los que
concentrados andan en su móvil. Es como una coreografía. La primera vez que al
pardillo le suena el pilinplinplin la gente se remueve en sus asientos. No pasa
nada. Alguna respiración profunda, fruto de salirse de la concentración, puede
escaparse, pero poco más. Si al pobre desgraciadoquenosabelaquelaespera, se le
vuelve a escapar un plingpling, todas las miradas se centran sobre él. Sin dejar de teclear o de recorrer pantallas el
resto de los viajeros alza su cabeza y dispara directamente la mirada a la
frente del susodicho. Suelen ir acompañadas de algún que otro percusionante
chasquido de lenguas. Parece que con eso se sacia la ira, y vuelven al unísono,
sí, al unísono (a mí también me sorprende) a concentrarse en sus dispositivos.
Si de nuevo vuelve a sonar, se produce, por fin, el alud de reacciones:
soplidos, golpes innecesarios, carraspeos, cambios de posturas, hay quien,
incluso, con un grácil picar de pies, se levanta para cambiar de vagón,
animalico él, pensándose que en otro
encontrará la paz que necesita para perderse en las tripas de su propia
comunicación.
Ahora, en este preciso momento, todo es silencio, cabezas
bajas, móviles y tablets en mano y un remanso de paz. Pero todos, en secreto
esperamos, a ese ruidoso pardillo para darnos una buena excusa de comunicarnos
en directo.
Por cierto, qué lejos queda la época del transistor sobre el
hombro, aunque no quiero ni mentar a los
estridentes músicos ambulantes, con sus amplificadores mal sintetizados.
6 comentarios:
Eso si, tambien hay que contar con los trotamusicoscoñazos, que son peor que los moviles. Y a veces parece que nos van siguiendo
Añadiría aquell@s a l@s que nos da mas por la lectura...
Suelo coincidir con una madre y su hija, y éstas siempre suelen ir leyendo cuentos... ayer fue El Principito.
La Kate Andarina.
Lo del transistor sobre el hombro es inolvidable.
De pesadilla.
Ahora ya sólo falta que los tontos que llaman para decir que el AVE sale en hora (cosa que hace casi siempre) se aprendan el cuento.
¿Para cuándo un móvil que electrocute a su dueño cuando llame en un tren?
es el signo de los tiempos, vivimos a través de las pantallas, ellas lo interpretan y lo explican todo, y llenan nuestros vacíos
besos,
Dintel, veo que, sigues deleitándonos como siempre. Cómo me alegra.
He estado una temporada despistada de blogs pero lo retomo. Así que aquí estoy para "leerte mejor" que diría el lobo a Cape.
Sí, ahora el mundo gira en torno a una pequeña pantalla, ¿por qué nos atraerá tanto, habiendo un maravilloso 3, 4 y 5 D ahí fuera...?
Curioso.
Saludos!
Publicar un comentario