Sentados en el banco de una estación por las que pasa mi
tren, tres jóvenes se hallan sumidos en una discusión. Maletas y bultos se
apilan delante de ellos formando una muralla como protegiéndose del mundo. Una cuerda de
escalada, aguantada en la muñeca de una de las chicas, tiene en el otro extremo
la función de collar de perro. Un cachorro de pedigrí ni se sabe, camina
impaciente de un lado a otro queriendo atravesar el cerco formado por los
equipajes. Charlan animadamente, incluso diría que discuten, obviando el
creciente nerviosismo del can. El perro, cansado de intentar llamar su atención,
mira hacia mi tren, parado desde hace unos segundos en la vía contraria. Se
está quieto, mirando fijamente. Me da la impresión de que en breve se sentará.
Pero ni corto ni perezoso, vuelve hacia el cerco, y levanta una pata y se mea
sobre una maleta gris. Camina dos pasos, y vuelve a proceder, esta vez sobre
una bolsa de Ikea que parece contener algo así como una colcha. Va hacia el
otro extremo y se orina sobre otra de las maletas. La imagen arranca en mí una
sonrisa que contiene una carcajada oculta, a la vez que arranca mi tren y me quedo
sin ver el final de la escena.
1 comentario:
jeje la venganza de los perros pequeñajos..
besos,
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