El jueves 3 de enero fue un día sensacional y eso que empezó
siendo un día anodino y lleno de trabajo.
A las cinco tenía revisión odontológica. Empezamos mal
porque llevaban un retraso de casi una hora. Estuve en la sala de espera
aburrida porque no me había llevado ningún libro para leer pues pensaba que
sería, como siempre, coser y cantar. Así que entre niños chillones y madres que
pensaban que el colegio debía haber empezado de nuevo el día 26 de diciembre
estuve mirando las fotos del Hola. Creo que no miraba (nunca la he leído) esa
revista desde que era pequeña y entonces se estilaba tener el Hola, el Semana y
el Lecturas en las mesitas de cristal que estaban en todas las casas delante de
los sofás, junto a los ceniceros de plata y aquella cosa (horrorosa) que tenía
forma de mariposa o de flor y cuyas alas o pétalos eran ceniceros, no sé si
sabéis a lo que me refiero. Me alucinó descubrir que no conocía a ninguna mujer
ni ningún hombre que aparecía en ella. Bueno sí, a una princesa, pero a mí me
sonaba de la serie Suits.
La visita resultó ser rápida; era una de las revisiones y
tenía la dentadura perfectamente, así que pagué lo que se me pidió y me
volvieron a dar hora dentro de seis meses, de nuevo para control.
Volví en autobús a casa, y cuando bajé de este decidí irme a
tomar una coca-cola al bar donde acostumbro a ir a escribir. Eran casi las
ocho. El bar estaba bastante lleno. Mi mesa, tengo una mesa que a fuerza de
ocuparla le he hecho mía, estaba poblada de un grupo de jóvenes que se
reencontraban después de tantas fiestas. Así que me quedé en la barra, sentada
tranquilamente con mis cosas colgadas del gancho de debajo de esta. Cogí un
diario, me apetecía leerme las viñetas y ver cómo funcionaban (analizando se
aprende mucho). Así que en seguida me quedé abstraída y evadida del lugar.
─¿Está libre?
Estaba tan concentrada leyendo y con este problema que tengo
de la adecuación visual de las distancias en el que mis ojos tardan más
segundos de lo normal en adaptarse al cambio de luces y distancias que tardé en
darme cuenta que, a mi lado, había un chica que me preguntaba si se podía
sentar en el taburete de al lado. En seguida le dije que estaba libre y volví a
mi periódico.
De repente, cogió mi coca-cola y acabó de ponerla toda en mi
vaso mientras me decía que sabía mejor si se vertía directamente toda. Cogió el
vaso y me lo acercó a los labios para que
pudiera corroborar lo que me decía. Cuando fui a cogerlo, sin querer
toqué su mano. Yo estaba alucinada: aquella chica estaba ligando conmigo. Nunca
en la vida nadie había ligado conmigo.
A punto de cogerle el vaso, lo retiró, se lo acercó
lentamente a la boca y bebió ella; fue un sorbo lento, sensual. Cuando acabó
giró el vaso y se lo volvió a ofrecer a mis labios, por el mismo sitio que ella
había bebido. Atónita di un sorbo y se me llenaron los ojos de lágrimas por el
gas.
Se pidió también una coca-cola. Vació el contenido de la
botella en el vaso y volvió a beber de la misma forma que lo había hecho antes.
De nuevo me ofreció su vaso para beber, pero esta vez cuando fui a cogerlo con
la mano me la retiró así que acerqué mi boca para juntarla con el cristal del
vaso en el momento justo que lo retiraba y acercaba sus labios a los míos. En
seguida noté cómo me subía la temperatura. Hacía mucho tiempo que nadie me
besaba y sentí, que todas aquellas partes que parecían muertas, solo estaban
aletargadas y ahora se despertaban
calientes y deseosas.
Dejó seis euros encima de la barra y cogiéndome de la mano
me dijo:
─Vamos.
Me hubiera ido al fin del mundo con ella. No vivía lejos de
allí. Yo estaba muy cortada. Nunca había hecho esto de conocer a alguien y
acabar en su casa. Por mi mente corrían todas esas historias de raptos y
asesinatos y a pesar de no tenerlas todas conmigo, me encantaba dejarme llevar
por ella.
Tenía una casa muy cálida, de esas que en seguida te llenan de buenas
vibraciones. En el comedor había una gran estantería llena de libros y un sofá
y una butaca orejera con una luz incidente encima para la lectura. Pensé que
eso era buena señal. Me llevó a su habitación y con mucha pausa y sin dejar de
besarme me desnudó y se desnudó. En la cama, muy juntas y apretaditas me dijo
que ella no hacía el amor con desconocidas así que de la manera más natural que
existe empezamos una conversación sobre nosotras. Y aunque pueda parecer de lo
más forzado, fue genial. Hablábamos sobre nosotras, cada una explicando aquello
que quería, sin preguntas, sin ser juzgada, acariciándonos y besándonos en los
momentos más emotivos. Era de madrugada y no habíamos callado ni un momento. Me
preguntó si tenía hambre y le dije que sí, así que me dejó un pijama suyo, se
puso otro y nos fuimos a la cocina a hacernos unas verduras al vapor. Hasta en
el tipo de comida coincidíamos.
La cena fue preciosa, las dos sentadas en un lado de la
mesa, juntas, comiendo directamente de la bandeja donde habíamos puesto las
verduras. Las habíamos aliñado con aceite y sal Maldon.
Después, nos sentamos en el sofá, ella tenía mis pies en sus
manos y yo los suyos y seguimos hablando y hablando y hablando.
Recuerdo que de repente, me di cuenta de que el salón ya
estaba iluminado y soleado. Se lo dije y miramos la hora, era casi la una del
mediodía, así que nos metimos en la cama y dormimos.
Cuando nos despertamos ya era casi de noche. Nos duchamos
juntas. Fue maravilloso, su piel, mi piel, el jabón, el deseo y nuestro sexo.
De la ducha pasamos a la cama y fue aquí donde se detuvo el tiempo. Hicimos el
amor, una y otra vez porque el deseo no se consumía, al contrario se iba
avivando.
Era madrugada cuando abandonaba su casa. Antes de abrir la
puerta de la calle, me besó y me dijo:
─ No desaparezcas, por favor. Pensaba que serías un polvo de
un día pero te noto demasiado cerca de mi corazón. Si quieres podemos
conocernos más a ver qué va pasando.
Y me beso profundamente, despacio, sin dejar ni un recoveco de
mi boca por explorar. Volví a casa feliz hasta rabiar. Nunca en la vida había
atraído así a nadie. Nunca en la vida había despertado semejante pasión. Menudo
regalo de Reyes.
P.S.: Espero verla esta tarde.