Durante años, cada día a primera hora de la mañana, cuando salgo de casa, con el pelo mojado pegado a la cabeza sin movimiento alguno, y, un paso por detrás, los olores de champú, gel y colonia peleándose por perseguirme, camino de la estación de autobuses para ir al trabajo, he visto a un sin techo durmiendo en un saco de Decathlon sobre un escaloncillo de un escaparate de una empresa de mensajería. Tiene un perro que en verano duerme a sus pies y que en invierno suele intuirse en el mismo sitio por el abultamiento que presenta el saco. Un cochecito de bebé cargado con un par de bolsas sucias y descoloridas son lo que parecen sus únicas pertenencias, al menos son las que le acompañan.
A veces, cuando el calor es insoportable o cuando el alcohol le desvela, lo hallo sentado sobre el saco hablando solo; egocéntrica es la ciudad que sólo se escucha a sí misma. Conversa con él, sin interrumpirse cuando paso por delante o cuando lo hace cualquier otro escaso transeúnte. Nunca logro descifrar qué se dice y marcho con la duda que permanece durante un buen rato.
En más de una ocasión he sentido el impulso de pararme y darle veinte euros, pero nunca lo he hecho; siempre me lo ha impedido el miedo a la reacción que pudiera tener.
Desde hace un mes, cada mañana el lugar está vacío. Al principio sólo reparé en su ausencia sin que mi pensamiento fuera más allá. Ahora, cada vez que paso, busco el carro, el perro y saco, con él dentro, pero desde lejos ya veo que tampoco está. Me produce tristeza. Egoístamente lo consideraba parte de mi día, que tenía que estar allí para mí.
Es curioso el genero humano, con la mano en el bolsillo donde llevaba 20 euros para pagar la tarjeta del autobús, me he ido con la sensación de que se había desaparecido de mi vida, sin llegar a pensar que podría haber desaparecido de la vida.
4 comentarios:
Dintel, en mi calle, en la de la oficina, por las Ramblas, he visto clones del señor que escribes. También forman parte de mi vida, de la tuya, de la de todos, solo que a veces preferimos no darnos cuenta.
Un beso
Buena reflexión, Dintel.
En más de una ocasión he llegado a la conclusión de que nuestras propiedades personales obedecen a la rutina (no al dinero).
Buenos días, por cierto.
:)
Triste realidad a la que apenas prestamos atención .. formando parte del paisaje cotidiano...
hermoso post
El ser humano...animal de costumbres...cada vez que algo que se nos ha hecho rutina desaparece nos sentimos vacios, huecos...y quizas perdidos...de todas maneras me ha enternecido mucho el hecho de que hayas querido regalarle esos veinte euros...y me ha entristecido el hecho de que nunca te aventuraste a darselos...quizas habrias hecho que no se desapareciera de esos lados...seria parte de tu vida...rutina...que se yo!
Us saludo dintel ...ya estoy de vuelta y vuelvo a tocar tus puertas!
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