¿Qué designios del destino han hecho que tu fragilidad fuera a caer en mis manos? Terrible responsabilidad he contraído al haber aceptado tanta dulzura y cariño. Yo, que soy adusta en modos y formas y que apenas controlo las palabras que digo, al besarte aquel día, me convertí en excelsa cuidadora de tu alma cristalina, título que me fue otorgado por un antiguo conjuro de tus heridas.
Llegaste a mí con la mirada ensangrentada y rebosante de heladas lágrimas, tapabas tu frío con una gruesa capa de desconfianza, y temblando, te sentaste a mi lado. Sin querer, al acercarte el cenicero, toqué tu mano y como magia que despertó tu desesperación, pude sentir todo aquel frío y te besé queriendo reconfortarte. Te besé tímidamente intentando pasarte parte de mi calor. Fue un beso seco que quiso absorber algunos trocitos del dolor que escondías. Te dejaste besar con tranquilidad y al rato, de forma enérgica y decidida, te separaste bruscamente de mí y te cubriste el rostro con tu capa de desesperación, mientras que me yo desplegaba la mía, fina, llena de impotencia.
Intenté seguir conversando aún viendo que no me prestabas atención, te vi perdida en tu interior. Al final, después de mucho monólogo improvisado, callé dispuesta a cambiar la estrategia social y fue en ese silencio cuando noté que tu mano se posaba sobre la mía y me enseñaba el estrecho sendero que conducía hacia tu corazón.
Aquí estoy, caminando por angostos desfiladeros y salvando peñas que se precipitan a mi paso, hablándote sobre arenas movedizas que van engullendo mis esperanzas, mientras te vas rompiendo poco a poco en cada una de mis equivocaciones y errores, obligándome a retroceder y recoger los vítreos pedazos en que te erosiona el dolor.
Y yo me siento culpable porque aun no he aprendido a andar de puntillas sobre tu vida, con las manos en los bolsillos, sin tocar nada, con la sonrisa y la paciencia como cola de impacto para ayudar a reconstruir a la persona que un día fuiste. Pero debo admitir y confesar que soy una manazas que nunca ha sabido manipular las cosas frágiles.
5 comentarios:
PRECIOSO... aunque la fragilidad casi siepre es relativa
A veces unas manos torpes son las más delicadas con las cosas frágiles, precisamente porque conocen su torpeza.
Para mantener la fragilidad sin que llegue a resquebrajarse una persona del todo, se necesita una fuerza de la que habitualmente carecen los que no son frágiles.
No te sientas culpable por no andar de puntillas sobre la vida de nadie salvo que así te lo pidan.
Es un texto precioso, que me llega especialmente y me toca cerca, tan cerca que yo podría haber sido en muchos momentos la frágil.
Gracias por compartirlo.
Tal vez no sea fragilidad sino sensibilidad... ¿Para cuándo esa novela?
se te ve sutil y nada manazas... si es como conlos bebés, no te preocupes, su fragilidad es solo apariencia, son más fuertes que los mayores!
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