Los niños y las niñas no estudian. Son los profesores los que no paran de estudiar las mil y una maneras existentes para llamar la atención al alumnado y motivarlo.
Cuando Gaudí era pequeño, le regalaron unos libros con fotos de África y de Asia y se volvió loco de ilusión; miraba los libros una y otra vez. Era una época en la que los niños (también los adultos) habían visto muy pocas cosas que no fueran de su propio entorno. En aquella época, un libro de fotos de otros países, era impensable, todo un lujo. Ahora, en que cualquier imagen está al alcance de los niños, es normal que sea mucho más difícil captar su atención y activar su motivación. Una ducha de estímulos es lo que bloquea la necesidad de interesarse y el pobre maestro o profesor disfrazado de titiritero, construye que te construye un power point y otro, que luego pasa a la clase tirando y recogiendo unas pelotitas al aire montado en un monociclo al ritmo de un organillo. Concluye la plebe: es el maestro el que no sabe enseñar. Pobrecillos niños que no estudian porque el lerdo de su maestro no ha sabido tocar la tecla de la motivación.
En defensa de este, salen pedagogos y gobiernos que no hacen más que cambiar las direccionalidades de las didácticas porque por ahí, en el extranjero, se hablan de competencias básicas y por ahí, en el otro extranjero, de las bests practices. Los maestros, cual rebaño viran hacia un lado todos juntos, al son del ladrido pedagógico y luego hacia el otro, al son del aullar del lobo.
Son malos maestros porque los niños no saben estudiar. Eso no entra en ninguna discusión. Es así y punto. Parir niños a los que luego no se les puede dedicar tiempo porque la vida es cada vez más dura y más cara y se debe trabajar, tampoco es discutible. Pues, claro, para un rato que se está en casa, “tatequieto niño que el papa está cansado”, cosa que conduce, por osmosis, a que el maestro sea malo en su profesión.
Si analizamos un poco, así sin todas las luces, llegamos a descubrir que, en general (y me guardo las espaldas) los niños en el cole, quien más y quien menos, cumplen con su obligación. Es de casa que vienen sin los deberes hechos o sin la lección aprendida. Claro, pensarán los padres, la culpa es de la crisis que no nos permite la liquidez necesaria para pagar una institutriz, que nosotros trabajamos y llegamos muy cansados a casa y no estamos para tomarle la lección al niño, oiga. Cenar y tele, que ni polvo nos apetece.
Por eso el gobierno, ducho en soluciones, mientras los maestros se pasean por toda una galaxia pedagógico-constructivista, ha repartido unas octavillas a todas las familias con hijos que rezan:
Mary Poppins que estás en los cielos…