Llegaron de golpe. Me enteré por la conversación de palabras entrecortadas y mal pronunciadas a voz en grito que de pronto ambientaron el principio de la silenciosa tarde de aquel domingo. Se pusieron detrás de mí, en la cola. Caía el sol de agosto de lleno. La sombra de la marquesina me separaba de ellos con una perfecta línea en el suelo. Un par de ellos decidieron sentarse en el escalón de las taquillas y avanzando con la dificultad de su descoordinado caminar así lo hicieron. Me di cuenta de que llevaban un cordón al cuello con una medalla de cartulina plastificada donde estaban escritos la dirección, el nombre y el teléfono para que la gente supiera donde recurrir en caso de pérdida. Estaban contentos, esa tarde les había tocado cine y hablaban de la película que iban a ver. Se entreveía a través de sus sonrisas los dientes mal puestos debido a una cavidad bucal más pequeña de lo normal y la gruesa lengua que impedía la perfecta fonética esperada a su edad.
Detrás de mí estaba el monitor con más jóvenes de características similares que estaban callados y algo jadeantes por la solana que les caía encima. Cerca de aquel, la única mujer del grupo permanecía callada. Sus ojos de rasgo mongol miraban con interés el cartel de la película que iban a ver y contaba ayudada con su grueso índice el número de pitufos. Su boca entre abierta se movía como si fuera a pronunciar los números cada vez que señalaba uno, pero no emitía sonido alguno.
─Sala uno. Sala uno. Sala uno ─fue lo único que pronunció.
La cola se fue alargando poco a poco. De casi el final de ella, una mujer exclamó con sorpresa y alegría:
—¡Marisa!
La niña Down se giró hacia ella y con una amplia sonrisa corrió hacia ella para acabar abalanzándose cariñosamente sobre sus brazos. La mujer la besó sonoramente una y otra vez. Y la niña se dejó hacer mostrando su felicidad a través de aquel abrazo que no acababa nunca.
—¿Qué haces aquí, Marisa?
—Voy a ver los Pitufos. ¿Y tú?
—Yo voy a ver otra.
—¡Ah! —exclamó mostrando su absoluta decepción.
—Perdón —intervino el monitor prudentemente—, ¿de qué la conoce?
—Soy amiga de su padre. Hemos ido de viaje muchas veces juntos.
—A Mallorca, a Montserrat. En autocar— dijo la chica aplaudiendo cada vez que decía un lugar.
—Sí, cariño, con el papa y la Claudia. ¿Te acuerdas de la Claudia?
—Sí.
Para entonces, toda la cola del cine estaba pendiente de esta conversación.
—¿Y dónde está el papa, cariño?
La niña con la mano derecha y el índice estirado señaló al cielo subiendo y bajando el brazo dos veces.
—¿Quieres que vaya contigo a ver los Pitufos?
Aquel día, en aquella sesión, hubo un lleno inusual en la sala número uno.
R1
16 comentarios:
La "película" de la sala 1 se tornó más interesante...
Vayaaaaa, qué ternura, imaginé la escena perfectamente.
Ya estamos de vuelta y recobrando la normalidad.
Es un lujazo volver por aquí.
Después me paso a visitar a nuestra amiga, estoy impaciente por ver cómo fue el veranito.
un besazo
qué ternura! :)
LaRepo, ciertamente.
Isabel-Frabisa, qué te tiempo. Espero que todo vaya bien, a pesar de que las vacas se han acabado.
Pena Mexicana, ese era el objetivo.
La inocencia llena todo.
Nada que decir, sólo una sonrisa
Dintel, se me acaban de aguar los ojos.
Un beso
María, qué gusto la inocencia!
MI HISTORIA, pues guardemos silencio. :)
Blau, ¿un pañuelín?
Ay...
Eso digo yo,Irreverens, ay....
Sonrisa : )
Qué tierno, me encanto!!
illeR, otra.
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