16/9/11

Hay una llamada para ti

Qué angustia más grande, pensaba que nunca íbamos a apagar ese fuego. No sé en qué piensan los padres dejando cerillas al alcance de los niños.  Ha sido difícil el acceso a las habitaciones porque la casa era de dos pisos, comunicados por una escalera de caracol metálica, en esos momentos, incandescente. Los chicos mayores y sus padres habían podido salir por su propio pie, pero en ese segundo piso quedaba un bebé en su cuna. El camión de bomberos no podía acercarse lo suficiente así que no hemos podido utilizar el elevador. Mis compañeros me han rociado de agua y he entrado por la entrada principal, he subido corriendo por las escaleras, mientras notaba que se iban hundiendo a mis pasos y entre llamas he accedido a cada una de las habitaciones hasta que he conseguido llegar a la del bebé que parecía plácidamente dormido. He sentido miedo al pensar que pudiera estar muerto. Pero no era así, increíblemente la mosquitera que cubría la cuna había hecho como una cúpula de aire impidiendo que el humo entrara y asfixiara a la criatura. Rápidamente rompí la ventana y lo lancé sobre una lona que aguantaban mis compañeros.

Qué orgulloso me siento por mi proeza. Voy paseando, camino de casa, respirando el aire contaminado de Barcelona, que con el infierno de antes, me parece de lo más puro y lo más fresco. Entro en un bar, quiero tomarme una copa para relajarme bien antes de llegar a casa. Me siento en una mesa, en mi mente no paro de revivir el rescate de esta tarde. Cuando venga la camarera le pediré un gin tónic y unas patatas. El bar tiene tres columnas y en una de ellas cómo decoración tiene colgado un teléfono de los antiguos, de aquellos que salían en las películas de Charlot. Éstá vacío. Me extraña por la hora que es ya que suelen venir los trabajadores de las oficinas de alrededor a tomar la cervecita de después del trabajo. Solo hay un señor sentado en la mesa junto a la columna del teléfono. Está callado y mirando al frente. Tiene una copa vacía delante de él. La camarera anda ocupada y no se ha dado cuenta de mi presencia. De repente, suena el teléfono. El hombre lo coge, escucha y cuelga. Se levanta, recoge su abrigo y se dirige hacia mí y me dice:

Debiera sentarse en mi mesa.

¿Qué le han dicho? le pregunto anonadado de que hubiera sonado.

Que siga la luz.

6 comentarios:

Isabel dijo...

Seguro que "la luz", después de tan grande hazaña, le llevará a un buen lugar.
Un relato muy bueno. Un beso

Anónimo dijo...

Un relato buenísimo, realmente me ha llegado.

:)

iTxaro dijo...

me gusta

besazo

dintel dijo...

Isabel, gracias.

dintel dijo...

Farera, gracias a ti también.

dintel dijo...

iTxaro, gracias, graciaas.