14/9/11
Sistema inercial
Llevo muchos días viniendo a tomar el café al mismo bar. Tengo cuatro minutos para degustarlo, porque aunque la ley marca media hora para desayunar, el jefe sólo me deja bajar cinco minutos. Ni uno más, que te pago para que trabajes, no para que pierdas el tiempo. A pesar de todo, son los cinco minutos que tengo para mí, para mí sólo, sin que nadie me moleste. Todo el día corre que te corre. Me suelo tomar el café quemándome la lengua porque no hay tiempo para que se enfríe en un poco. Después del primer sorbo, mientras raspo la lengua abrasada contra el paladar miro unos cuadros en una pared. No pienso en nada, solo los miro y me dejo llevar por la sensación que me causan. Todos son fotos en blanco y negro. En uno se ve la Torre Eiffel y un árbol pelado. Debía ser invierno cuando la tomaron. El invierno de hace tres años, en París, fue cuando mi mujer me dijo que se había enamorado de un compañero del trabajo y que me dejaba. Estábamos pasando un fin de semana romántico que le había regalado. Reaccioné en seguida y le dije que iba a luchar por la custodia de los niños. Me dijo que no me molestara en hacerlo, que me los podía quedar, que hacía tiempo que no me soportaba y su intención era empezar de nuevo olvidándose de todo lo que tuviera que ver conmigo. No llegamos a ir a ver la torre. Me hubiera gustado tomar una foto como esta. El cuadro superior a este es una foto de una mujer desnuda sobre fondo negro. Está sentada con los brazos rodea sus piernas encogidas y tiene la cabeza escondida entre las rodillas. Hace mucho que no veo un cuerpo desnudo. Es que con los dos niños y nadie que pueda hacerse cargo de ellos, no hay forma de salir y conocer a nadie. En la oficina, imposible, el jefe se ocupa de encargarme más trabajo del que puedo hacer y no puedo ni levantar la vista del ordenador que ya me está diciendo algo, en plan reproche. Así que las únicas mujeres desnudas que tengo a mi alrededor son las de las revistas. El cuadro que está colgado más debajo de todos es una foto de un reloj, de esos de estación. ¡El café! Ya debiera estar delante del ordenador. Tomo de un sorbo lo que queda sin despegar la mirada del cuadro del reloj. Está torcido. Con la rabia que me da que las cosas estén torcidas. Al pagar, le comento a la camarera que el cuadro está torcido. No, qué va. Está recto y paralelo a los otros. Tras una discusión sobre paralelismo y perpendicularidad en la que han intervenido diferentes clientes del bar asegurando que el cuadro estaba colgado recto, ahora estoy aguantando la arenga de mi jefe por llegar cinco minutos tarde, mientras intento asimilar el descubrimiento de que lo que está torcida es mi vida.
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9 comentarios:
¡Qué pena!
¡Cuánto sinsabor, leches!
Y encima con la lengua abrasada...
vaya.. este post me dejó sin palabras (lo cual tiene merito ya que yo hablo hasta dormida).
besos!
Pd: Las 20.000 me toca pagarlas a mi cada vez que vuelvo a la casilla de salida.. es que soy un poco pringá!!
¿Por qué los jefes no follan más en casa y así dejarían de joder en el trabajo..?
Maria, sí.
Irreverens, eso de la lengua, cuando me pasa, me molesta muchísimo.
Lui Strega, gracias.
PD: ¿Cun poco?
Santa, he estado a punto de ampliar tu comentario y colgarlo en el corcho del despacho de mi jefa...
Ojuu, que estrés de café!!!
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