4/7/09

Me sucedió una vez

Las palabras me impulsaban a traicionar mi pensamiento que se había puesto de manifiesto nada más empezar la discusión. A la sazón ni siquiera me pasó por la cabeza callar y empezar a escuchar a las otras personas. Mientras me oía desde fuera, una dispersión rala fue apoderándose de mis sensaciones, era como si no me pertenecieran. Concentré todas mis fuerzas para aderezar mis ideas a lo que estaba hablando, pero la palabra podía más que yo. Obcecada en la ingente pérdida de voluntad y control que estaba sufriendo sobre lo que decía, empecé a respirar y contrarespirar de manera que el ataque de angustia era inminente. Era consciente de que semejante impudicia lingüística iba a marcar mi futuro. Notaba ya el gesto de fastidio en la gente que me escuchaba e intentaba interrumpirme sin conseguirlo. Las palabras habían tomado el mando de mi ser e impedían con su tono cualquier interrupción. Con nada de certeza, acusaba, atacaba, defendía unos ideales que no me pertenecían, dirimiendo con cada voz mi personalidad de mi persona. De manera impropia cuando mis palabras tuvieron bastante, se callaron y me retiraron hasta lo más profundo de lo deleznable. ¿Cómo iba a convencer, ahora, que no era yo, si no ellas las que hablaban?

7 comentarios:

Blau dijo...

Dintel, tranquila, eso me pasa a mi todo el tiempo y al final siempre me entienden.

Un besito

Anónimo dijo...

¿Has pensado en hablar en otro idioma?

^^

(sácalo todo, sácalo!)

Raquel dijo...

Este principio tiene futuro. Podría ser, ¿no?

David dijo...

Piensa en ello como un sueño, y no le des más importancia.

Ico dijo...

A veces la sociedad , digamoslo así , nos obliga a estas traiciones con nuestros principios.. a todos nos ha sucedido alguna vez...

Miguelo dijo...

q dicharachera y q don de lenguas

Ave dijo...

Buena reflexión :-)