Tú, solo tú; porque a pesar del tiempo siempre hay un Tú en mi vida. Cuando catas el amor, no quieres dejar de sentir ratoncillos en el estómago nunca más. Y a pesar de no ser correspondida, siempre prefieres estar enamorada, ya que, cuando ves a tu Tú, algo se remueve dentro de ti que te hace sentir viva y tener alguna razón más para vivir.
Cuando era niña, el “tú” solía ser una amiga, tú amiga del alma. Esos primeros sentimientos fuertes y profundos que se despertaron fueron los de la amistad, pues, a esas edades, la amistad se asemejaba al amor.
La amiga íntima, en las primeras edades, se vive como una pareja. Cualquier pequeña modificación entre ambas puedes acabar causando un dolor. extremo Dejar de ser amigas supone una ruptura igual que si de un novio se tratase. Tal era la exaltación de la amistad en aquella etapa
“Yo tuve una amiga así, tú. Te admiraba tanto que vivía tus sentimientos como si fueran míos. Fue la primera vez que fui consciente de la empatía, sin conocer aún ese término.
Quise llamar tu atención. Había empezado a ir contigo y con tu grupo de amigas y aquella noche compuse un poema, un penoso poema, titulado “Tú”. La temática era sencilla, te describía: independiente (por aquel entonces sentía que yo me enfrentaba poco al poder paternal), responsable, sonreías continuamente y se te veía feliz (luego supe que habías empezado a salir con un chico, el hermano de una del grupo). Sabía que tú también escribías y escribir yo, me hacía sentir más parecida a ti, (cosa típica de la admiración)
Callabas y escuchabas, escrutabas todo lo que pasaba en el grupo con esa mirada sencilla y atenta. Apoyabas a la gente y la defendías dando tu rotunda opinión. Te descubrí soñadora y realista a la vez. “Soñabas sin dormir para vivir las historias deseadas”, me dijiste un día a la hora del patio paseando alrededor de la cancha. Amabas la vida y te la bebías a grandes sorbos y me la enseñarías a beber a mí así.
Te convertiste en mi vida, lo supe desde el principio. Te sentí cerca de mí desde el momento que nos sentamos enfrentadas, aquel día, en aquella granjita cercana al cole. Ese día estaba el grupo entero. Nos sentamos en los bancos de la mesa fija arrimada a la pared y las dos que no cupieron se acercaron una silla. Te veía segura, te veía feliz. Cruzamos nuestras miradas un microsegundo, tiempo suficiente para ver en tus ojos que estabas herida. Me sorprendí al descubrir que te escondías tras una coraza. Te admiré más de lo que lo había estado haciendo. Estabas rota. Yo no sabía cómo llamar tu atención.
Aquella noche cuando hube escrito el poema, acabé el último verso: “¡Tú!... Sí, que es a ti. ¡Tú!”.
Apenas nos conocíamos; Nos habíamos visto en el cole. Tú ibas a un curso inferior que el mío. Empezamos a hablar porque las dos, después de comer, llegábamos a la puerta del cole media hora antes de que abrieran. Hablábamos de tonterías, nos reíamos con cualquier cosa. Poco a poco iban llegando tus amigas, las de tu clase y, así, sin más, como si fuera lo más normal del mundo, me incluiste en el grupo. La próxima vez que fuisteis a tomar algo ya contaste conmigo. Y este fue el día que estaba narrando al principio.
Cuando aquella noche escribí el poema, no era nadie para ti. Un poema que pasé a limpio y te lo di al día siguiente en el patio. Te lo leíste en silencio a mi lado. No dijiste nada.
Al mediodía, delante de la puerta del cole, me pasaste un folio doblado dos veces: me habías contestado con otro poema.
Lo habías titulado igual que el mío y utilizaste la misma idea, plasmar la visión que tenías sobre mí. Y lo concluiste con la misma frase que yo.”
A partir de entonces nos hicimos amigas, amigas íntimas, como se decía en mi época, o sea, mejas (mejores amigas), como se dice ahora.
1 comentario:
Ay, aquellas amistades de la adolescencia, tan reales a pesar de que lo idealizábamos todo, tan apasionadamente hermosas. Por tus textos deduzco que posees una gran sensibilidad, primera condición para vivir y amar la poesía y la vida. Siempre es un placer encontrar personas como tú.
Un abrazo.
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