En esta ciudad, que es Barcelona, nada impropio acontece nunca. Una metrópoli abierta y pensada para el futuro. La puerta de Europa, han llegado a decir algunos, la embajada Universal, otros, o, incluso, unos cuantos han llegado a comprar el famoso libro de “Odio Barcelona”, frase pocas veces pronunciada para las muchas que ha sido pensada. Cualquier exclamación, ganada por un visible estado de exaltación, es propia para poder definir alguna parte de esta ciudad; una ciudad provocativa, en el fondo.
Inexorablemente, no se puede dejar de vivir en ella ni luchar contra ella, pues es designio del destino que cualquier habitante de Barcelona, calle y aguante para siempre. Para cualquier persona ajena a dicha localidad no será posible dilucidar qué es lo que provoca su interminable movimiento ni evolución, en cambio, cualquier foráneo es capaz de prever su irremediable deceso ya que es consciente de que un extraño poder subyacente consigue invadir incluso los ámbitos más preservados de la perennidad urbana.
Me hace sentir cobijada la calma que transmite nuestro estimado Ayuntamiento, elegido con relativa unanimidad para que escandiera el sustantivo de Barcelona como mejor supiera. Pero sus palabras sucintas que incurren en la costumbre consabida de “todo para el pueblo pero sin el pueblo” me llevan a percibir el aroma que perdura más allá de toda decisión. Y la decisión fue: “pongamos un carril bici y pongamos un bicing”.
Qué alegría ciudadana, qué regocijo, qué satisfacción, qué jubilo, qué gusto, qué dicha, qué delicia, qué felicidad, infirió la alcandía regocijándose y notando que su entusiasmo viraba hacia el orgullo. Y sí, es cierto: qué alegría ciudadana cuando eres capaz de volver a casa sin que te haya atropellado una bicicleta, que no sigue ninguna norma de circulación conocida ni desconocida y que prefiere circular con velocidad por las aceras porque es mucho más seguro, ya que los peatones se apartan y, por la calzada, los coches no lo hacían. Qué felicidad, cierto, cuando eres capaz de encontrar un aparcamiento para el coche, sea del color que sea la zona, porque el carril bici ha quitado muchos puestos de aparcamiento y si antes la cosa estaba complicada, ahora “ahí te quiero ver, morena”; además, va bien para la salud, volver a casa andando después de dejar el coche bien aparcadito, total, ¿qué son quince manzanas si Barcelona es relativamente pequeña? Qué dicha, si circulas en moto y acaba el día sin que te hayan multado, porque donde antes podías girar sin ningún problema, ahora tienes que resolver un jeroglífico luminoso que te indica que “hasta que no haya pasado la bicicleta, tú quieta”.
Y es que el habitante de Barcelona progresa veladamente en sus tanteos por ser buen ciudadano para no defraudar las expectativas de su estimado municipio. En él, a pesar de sus esfuerzos, no hay ni un solo atisbo de mal humor porque sabe que un día el ayuntamiento también pondrá un carril motos, un carril coches y un carril peatones y así podrán circular todos juntos por la acera, sin problemas, como hermanos.
(Continuará)