Al principio, los libros me hacían toda la compañía que necesitaba. Leyéndolos, vivía todas esas historias y aventuras que narraban.
Me gustaba la idea de convertirme en una secuela de Quijote, con la nocturnidad y la alevosía que confiere el vivir sola. Me solía decir, con esa capacidad repentina de vislumbrar certezas, que era lo mejor para mí.
Pero tras un par de años animándome a seguir con las lecturas y a tener vista cansada y el cuerpo entumecido del sofá, empecé a necesitar la calidez de otro ser humano. Esa calidez de la que se me hablaba una y otra vez en todos los libros que leía. Pero mi saber hacer en asuntos sociales había desaparecido y me sentía impotente ante tal hecho. Esa soledad morigerada se iba convirtiendo en mi propia condena.
Me asusté de ese insidioso cambio de actitud y salí a la calle para solucionarlo. Mi actitud retraída ya formaba parte de mi personalidad. Cada vez que intentaba un acercamiento hacia alguien, en un bar, en un teatro, en la cola de una caja de supermercado mi aversión a comunicarme aumentaba. Por otra parte, confieso que mi mirada cetrina no ayudaba mucho a establecer contactos.
Un buen día, de tanto vivir sin más compañía que la de mis lecturas, el dolor empezó a adueñarse de mí. Con el paso del tiempo, me fue difícil contener a semejante tirano. Para atemperar esa sensación ominosa empecé a beber sin darme cuenta que empezaba a destilar la triple esencia del desamparo con el que pasaría el resto de mis días.
4 comentarios:
esto... ya que vas a escribir ficción, algo un poquito menos oscuro aprovechando que es verano... ¿no?
jajajajaja
besos
Pobre Quijote sin molinos y qué entrañable también.
Bonito, pero muy triste. Espero algún día, Quijote sin molinos que encuentres esa felicidad :)
A mi me pasa algo parecido.. no sé si las personas al final pagamos por cosas que no hacemos bien,imagino que entramos en ese juicio que a nadie gusta. Enjuiciamos y después no nos gusta que nos enjuicien, hablo por mis propias experiencias... pero mira, sigo sonriendo.
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