Mi cuerpo me pide a gritos que me vaya a buscar la libertad,
que no se halla ni en papeles ni en pergaminos, ni en silencios, ni
oscuridades.
No sé por qué me quedé con este cuerpo, había bastantes para
escoger. Pero supongo que funciona como la tienda de varitas mágicas de
Ollivander, en el callejón Diagon: son ellas las que te elijen a ti. Así que
sin duda fue mi cuerpo el que me eligió. Un cuerpo lleno de carreteras, caminos
vecinales, de pasos a nivel y desniveles por el que me pierdo continuamente y
del que no existe mapa.
A veces me obliga a circunvalar la vida para evitar que
aglomeración de palpitaciones en la yugular; otras me conduce directamente al
centro del cerebro, al epicentro neurálgico de la amígdala y el límbico y me
invita a tomar una copa en algún bar recóndito de mi masa gris.
Me deja dormir en el pecho y le gusta que invite a gente
para ello, sobre todo a la hora de la siesta, cuando la tarde se dispone a
desperezarse. Si estoy sola, me despierta con escalofríos rabiosos para que
emprenda de nuevo mi camino.
Mi cuerpo me pide a gritos que vaya a buscar la libertad. Me
da miedo; ¿no querrá cambiar de inquilino?
1 comentario:
siempre hay que hacer caso de lo que pide el cuerpo
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