1/11/19

Segunda cita. Qué bonitos son los comienzos.


Bueno, esto marcha viento en popa. Nos vimos, otra vez, ayer por la tarde un rato, porque luego cada una tenía sus celebraciones. Quedamos en el bar donde suelo ir a escribir. Es como mi casa y me dio la impresión de que me sentiría más segura y menos vergonzosa si era mi terreno.

Cuando he llegué, faltaban cinco o seis minutos para la hora quedada y ya estaba allí. Mi chica cuántica es también puntual como yo. Eso me dio sensación de buen augurio.

Estaba sentada en una mesa con un diario en la mano, leyendo interesadamente un artículo sobre una nueva exposición en uno de los museos de nuestra ciudad. A la que me vio cerró el periódico, se puso de pie, me plantó un beso en la mejilla y quitó un bolso de la silla más cercana a ella, clara indicación que me sentara allí.

Estaba temblando, su beso, y eso que no me gusta nada que me besen, me sentó a las mil maravillas. Debo decir que hace más de un año, desde hace dos agostos, que no me besa ni me toca nadie. Por lo que se me puso toda la piel de gallina y me costó mucho parecer natural al hablar.

Para mí fue como en una película; ella se mostraba muy cariñosa y cercana. La veía absolutamente tan emocionada como yo por esos primeros contactos. Reímos mucho y ya empezamos a contarnos algunas intimidades. Se interesó por si tenía alguna relación y le dije que no. Sin preguntarle me aclaró que ella tampoco. Aunque en seguida se desmintió y me dijo, “estaba empezando una incipiente relación, pero me interesas más tú”. Como os podéis imaginar me quedé de pasta de boniato (aprovechando el otoño). Y mientras me decía esto, me acariciaba la mano con la que tenía cogido el vaso.

No voy a entrar en detalles, solo deciros que nos dimos un beso, tierno, tímido, cálido y adolescente y no he dormido en toda la noche intentando no olvidarme de las sensaciones que me produjeron. Repitiendo y repitiendo la misma escena.

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