Parecerá una tontería bien grande, pero creo que hoy es un día
especial. Esta noche me he despertado a las cuatro. No me sentía bien. Pero no
físicamente, sino anímicamente. Llevo muchos días descontenta con mi vida y sin
darme cuenta. Me dejo llevar por la vorágine de los días; trabajar y descansar,
no me da para mucho más. Pienso que este año he envejecido mucho y me lo noto,
ya no tanto físicamente, que también, si no espiritualmente. Llevo muy clavada
la ruptura en mi interior. Quiero que ella sea feliz, pero por algún romántico
motivo, soy incapaz de amar a otra, ni siquiera interesarme por ninguna. Así
que al final, me abandono a mi estúpido romanticismo y en vez de vivir la vida,
la paso. Paso y devengo por el calendario, un día tras otro, y por fin un año.
Llevo muchos meses de abandono, tanto en alimentación, como
en amistades, como en mi persona. No me apetece esforzarme en nada.
En la cama, entra sábanas y mantas, pues no había puesto aún
el nórdico, ha ido amaneciendo poco a poco. Me sentía en calma, como todas
aquellas personas que no tienen nada contra lo que luchar y se dejan arrastrar
y dirigir. Así estaba yo.
No sé qué pensamiento se me ha cruzado por la cabeza, no lo
puedo recuperar, pero el caso es que me he levantado temprano (al fin y al cabo,
ya estaba despierta) y me he ido al gimnasio, cosa que no hacía desde el
verano. Me he machacado en los aparatos de cardio y en la cinta y luego he
vuelto a casa dispuesta a acabar el libro de viñetas que tengo a medias. No, no
lo he hecho. He planchado, he desayunado, me he duchado y me he sentado en el
sofá.
Me he puesto a ver la tele. Por casualidad, daban “Mujercitas”.
De pequeña, cuando la veía (cada Navidad) me identificaba con Jo. Y hoy, la he
visto desde otra perspectiva. No he empatizado con ella. ¡Qué va! Mi vida no se
parece nada a la suya. Viéndola he llorado. He llorado mucho y he descubierto
que aún me falta llorar. No podré poner punto final a esta etapa que estoy
viviendo si no acabo de llorar.
Así que hoy voy a llorar todo lo que tenga que llorar porque
mañana será otro día.
2 comentarios:
No te he podido querer.
Tan pequeña eras, eres,
que te perdía, te pierdo, siempre
en el mismo lugar:
la urdimbre antigua de la alfombra
de tu casa.
Entre sus hilos persas tú desaparecías.
Tú y el amor, mi amor, entonces.
El amor, minotauro de un laberinto
de ácaros y azufre
donde tú, tan pequeña, te evaporabas
como si ya fueras nada.
Y no te he podido querer
porque has sido tan inabarcable,
tan inmensa,
que yo, tan yo misma, habría necesitado de tres vidas
y treinta también para amar toda tu redondez,
tus picos helados
y el extraño desierto de tu corazón.
Solo te he podido amar,
es lo único que he podido hacer,
en los días terribles cuando era imposible quererte.
Cuando tú no te querías.
Cuando a pesar de lo pequeña,
lo grande
que eras, eres,
alcancé a rozar, sin saber que lo hacía,
con la yema de mis dedos,
el primer latido, tuyo,
el primigenio,
donde respiraba, entonces,
esa parte de tu ser que no es grande
ni pequeña.
Únicamente es.
Quizás es mía.
Y porque es mía, la reconozco.
Y la amo.
Y a lo mejor hasta la puedo querer.
No sé cuándo, ni hasta cuándo.
Victoria Camacho
Se me ha ocurrido enviártelo. Cuando lo escribí, dejé de llorar.
:)
Victoria, muchísimas gracias por compartirlo. Me ha llegado al alma. Llorar, ya no lloro, pero tropiezo con mi vacío continuamente.
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