Navego entre dos amores: el amor de mi vida, que ya pasó y
una mujer de la que ando enamorada sin que por ahora sea nada serio.
Después de superar la ruptura definitiva con mi ex y haber
renunciado al amor para llegar a adquirir, encerrada en casa, una plenitud
intelectual (ahora que empezaba a estar tranquila entre mis libros y escritos),
se cruza en mi existencia una chispa de amor y de nuevo cobran vida mis
adormecidos, pensaba que aniquilados, ratoncillos. Y con ello, mi cuerpo
empieza a salir de su letargo; el sexo, que creía muerto, empieza a despertar y
poco a poco se va inquietando hasta llegar, en algunos momentos que estoy a su
lado, a sentirse capaz de nuevo. Después de la ducha, cuando me miro al espejo,
desnuda, me devuelve este una imagen unitaria y sólida de mí, que nada tiene
que ver con la imagen hundida y derrotada que retornaba hasta ahora.
Y siento amor, es cierto. Pero nada parecido con lo que sentí,
siento, por mi ex. Porque a pesar de todo el daño que nos hicimos, a pesar de
que ya sea una ruptura definitiva, a pesar de que esté feliz con su nueva pareja, a pesar de
todo esto, se aferra a ella una parte de mí que no domino, que me hace pensar
que aún no hemos puesto punto final a lo nuestro; porque lo nuestro fue tan
sublime que la vida carece de puntos de referencia sin ella, porque ella es mi
norte y su ausencia me hace vivir lejos de mí misma.
Ahora, por mucho que sienta amor y crea que ando del todo
enamorada, llevo el estigma de haber amado de verdad, con la pasión más absoluta
y con la entrega de mi corazón, que sigue a su lado y esto me conduce a estar
triste; triste porque sé que nunca más volveré amar como lo hice con ella, el
amor de mi vida.