No sé dónde encontrar la paz. La llevaba bien cogida,
prendida de la solapa de la chaqueta, pero al llegar a casa y dejarla para que
campara a sus anchas, ya no estaba. Seguro que la he perdido bajando del metro,
cuando toda aquella troupe de personas ha querido entrar a la vez en el vagón
haciendo alarde del desconocimiento del “dejen salir antes que entrar”. Si es
que no me ha quedado otra que liarme a tortazos y a empujones. Es que una no
puede salir de casa con la paz colgada de la solapa, está visto.
21/6/19
20/6/19
Espera un poco, un poquiiiito más
No había previsto que el día de hoy fuera tan des-esperante.
Primero una mamografía; una hora esperando en la sala de espera. Cinco minutos
para la prueba, venga, va, le sumo dos por sacarme la camisa y el sujetador y
volvérmelo a poner y veinte minutos sentada en una silla en un pasillo
estrecho, oyendo cómo los médicos y las enfermeras de radiología hablaban de
sus planes para la verbena.
Cuando por fin de me han dado la prueba, he corrido a la
estación de tren para irme a trabajar. Los trenes no iban bien y he tenido que
esperar casi media hora. No voy a contar el tiempo que se ha ido parando
durante el trayecto. Al medio día, me he ido a la ginecóloga; tenía hora a las
cuatro y me ha visitado a las cinco y treinta y cinco. De ahí, corriendo de
nuevo, porque he salido sobre las seis y me he tenido que esperar a que me
hicieran el justificante para el trabajo, a la otra punta de la ciudad porque
tenía cita con mi terapeuta. Cuando he llamado al interfono me ha dicho que aún
no había concluido la sesión anterior, así que me he sentado en el escalón de
la puerta de la calle. Veintitrés minutos después, subía a su casa totalmente
estresada (no soporto esperar) y empezaba mi terapia. He acabado la sesión con
los ojos cerrados, mezclando en mi mente dos colores y ella tocando un cuenco
tibetano sobre mi cabeza. Eso sí, me siento liviana y liberada. Aunque en el
fondo, muy en el fondo, les daba yo cuenco tibetano a todas aquellas personas
que me han tenido perdiendo el tiempo hoy.
martes, 19 de junio
19/6/19
Llegada una edad...
Hoy me muevo con pensamiento plano. Demasiado calor
ambiental e interior. El pensamiento plano permite desconectar los sentimientos
y las sensaciones por un rato. En mi caso, todo el día. Eso sí, que no me hable
nadie porque no tengo opinión. Es lo malo de un pensamiento plano. La falta de
volumen hace que no necesite la memoria ram de mis sentidos. Así que no me
llega ningún mensaje del exterior. Es como estar encerrada en una misma, pero sin
paredes que detengan a mi mente. Como esas paredes virtuales que siempre me han
maravillado de la Rumba. Mi pensamiento plano solo se puede pasear por la calle
de día porque no posee luz propia. En casa, poco se puede hacer con él, salvo
dormir y descansar. Al día siguiente, todo vuelve a su normalidad. Aunque mi
mente espera deseosa un nuevo día de pensamiento plano (anda loca por jubilarse).
18/6/19
Japonés
Muchos domingos de verano, después de dormitar por la mañana
en el sofá de casa o de haber estado maricondeando algún armario, me ducho y
salgo a comer. Normalmente suelo ir a un restaurante japonés que antes tenía
bufet libre en una cinta y ahora tiene bufet libre en unos papelitos donde se
debe poner el número a comer.
Al principio me sentía rara yendo a comer sola. Hasta
entonces siempre había ido acompañada. Así que el primer día intenté pasar
desapercibida. No tardé mucho en estar como Pedro por su casa; llegaba y ya
sabían que bebería agua del tiempo. Me traían sin pedir los edemames, como unas
judías verdes en su vaina. Y poco a poco supieron que tipo de sushi era el que
me gustaba.
Hace dos domingos, siguiendo mi costumbre, salí a comer
fuera. El japonés estaba cerrado, no por día de fiesta, si no por abandono de
negocio. Había cerrado para siempre. Se me quitaron las ganas de salir a comer.
Así que volví sobre mis propios pasos y me estiré de nuevo en el sofá. Notaba
la tristeza en mí. No una tristeza profunda, de las que cala y agujerea el
corazón, no; una tristeza de aquellas que te pone tu nueva situación delante de
los ojos, que te hace comprender que ahora eres huérfana de sushi.
17/6/19
Madrugada
De madrugada salgo a pasear. Es la mejor hora, en la que lo
hacen los solitarios. He decidido ser una solitaria y emprender todas sus
costumbres. Por la calle, no hay nadie. De vez en cuando oigo el motor de un
coche que se acerca, me sobrepasa y desaparece. Creo que lo hago bien. La noche
está vacía. Cualquier persona de la asociación Solitarios Anónimos estaría
orgullosa de mí. Camino sin rumbo fijo, es lo mejor, así puedes volver sin haber
llegado a ninguna parte (esto no sé si es de los solitarios o de los fracasados,
ahora dudo). Mientras ando, no pienso, vamos, eso creo yo. ¡Animalica! En un
momento dado me cruzo con otra persona, solitaria también. Sé que es solitaria
porque veo su cara de decepción cuando se cruza conmigo. Me quedo con la copla:
“decepcionarse cuando te cruzas con alguien que pone en evidencia tu soledad”. Yo no quiero pertenecer a Decepcionados
Anónimos. Mejor me vuelvo rápida para casa y me olvido de ser solitaria. Doy
media vuelta y acelero el paso, quiero estar en menos que canta un gallo en la
cama. Tampoco quiero pertenecer a Insomnes Anónimos.
16/6/19
Página en blanco
Levantarse y ponerse a escribir es algo muy placentero si no
tienes el síntoma de la página en blanco. Entonces en vez de escritura utilizas
la metaescritura, que siempre te saca de un apuro. Los domingos siempre suelen
ser una página en blanco. No tienes la misma sensación que el sábado que aún te
queda todo el fin de semana por delante, que te puedes ir a dormir tarde o
tardísimo porque al día siguiente puedes levantarte a cualquier hora.
El domingo, nada más poner un pie en el suelo a la vez que
te incorporas de la cama y sales de entre sábanas, ya tienes la sensación de
que el fin de semana se ha acabado. Es un día en el que prefieres no hacer
ninguna salida, porque por la tarde te gusta estar pronto en casa, el lunes
tienes que ir a trabajar y debes descansar para ello. Menos aún te tomas un par
de copas que no sea un insignificante vermut al medio día, no te puedes
levantar el lunes con nada que se acerque a una resaca. Los amigos, el domingo,
aprovechan para ir a ver a la familia, es un día para estar todos juntos. Los
que lo hacen, el lunes, se suelen quejar de lo rollo que resultan sus domingos.
Por esto los domingos se suele hacer muy poca cosa y la que se hace no se tiene
sensación de plenitud. En fin, que se acaba pasando el domingo de pérdida de
tiempo en pérdida de tiempo. Yo tengo por costumbre leer, salir a comer fuera y
pasear un buen rato. También escribo. Como soy persona a la que le gusta
cumplir, a medida que voy leyendo me olvido de lo leído, a la vez que descomo y
despaseo, y, por supuesto, la escritura la suelo convertir en metaescritura, así
también conservo mi domingo como una página en blanco, no voy a ser menos.
15/6/19
Florence Nightingale
Sigo con mi colección de biografías de mujeres que edita RBA
y que adquiero cada semana en el quiosco. Ayer me leí la vida de esta mujer y
me pareció interesantísima. Durante ciertos episodios me conmoví tanto que con
un nudo en la garganta tuve que contener mi llanto ya que me hallaba en el tren
y me daba vergüenza. Hubiera roto en sollozos en más de una ocasión.
Su absoluta lucha para tener libertad de no casarse y poder
dedicarse al estudio de una profesión y después a su realización han hecho
mella en mí: ¿qué hago yo por mi prójimo?
A veces tengo la sensación que paso por la vida sin dejar
huella, y no me gusta. No sé qué camino seguir.
El libro es de lectura fácil. Me enganchó desde su comienzo.
14/6/19
Hay cosas que son injustas
Ahora busco obsesivamente cucarachas rubias por casa. No sé
si son celos de mi amiga porque ella tiene y yo no, o si es por descubrir si
consideran mi casa apropiada para vivir. He sacado el zócalo de los muebles de
la cocina y no he encontrado nada, ni tan siquiera una pequeña tijereta de esas
del polvo que habitan en todas las casas. Luego he separado la nevera, el
lavavajillas y la lavadora a ver si detrás, con el calorcito de los motores,
habían hecho nido. Todo lleno de estepicursores y nada más. Se me ha ocurrido
que lo mismo detrás del sofá encontraba alguna. Esperanzada lo he retirado en
busca de unas antenas filiformes y de nuevo, nada. Al final he desistido de
buscarlas y me he ido a la cama a leer. Tres veces he leído la misma línea. Me sentía
bastante afectada por no tener ninguna cucaracha conviviendo conmigo. Me he
levantado y he ido al armario donde guardo las herramientas. Me he hecho con un
destornillador de pala. Primero, he separado los zócalos de las paredes, con
mucho cuidado, por si había alguna, no asustarla. Después he empezado con las
lamas del parqué. Con sumo cuidado las iba despegando una tras otra y numerando
para volverlas a poner en su sitio una vez hubiera dado con alguna. Tras levantar
la última y ver que no había ninguna cucaracha en mi casa, me he sentado
apoyada en el montículo de las maderitas que había arrancado mientras me
invadía una sensación de vacío y de soledad; ¡qué tremenda injusticia! Como
buena resiliente en cinco minutos ya me he marcado un objetivo: autoinvitarme a
casa de mi amiga para robarle una.
13/6/19
De título desconocido
Lo bueno de llegar al trabajo dos horas antes es que
nadie te molesta y puedes sacarte de encima un montón de asuntos acumulados
porque en el día a día te incordian con preguntas y otros quehaceres. Si no
viniera a trabajar dos horas antes cada día estaría sepultada entre casos por
despachar.
Debo entregar este documento a mi adjunto para que revise
los antecedentes. Cuando llego a su despacho me encuentro un hombre al que no
conozco sentado en el despacho de mi adjunto y escribiendo en su ordenador. Sin
dejar de teclear levanta un momento la mirada de la pantalla y me pregunta si
necesito algo. Sorprendido le dejo el documento y le digo que lo mire y
complete en cuanto pueda. No recuerdo que mi adjunto dimitiese o fuese
despedido, lo mismo solo lo está sustituyendo.
Me dirijo a hablar con Berta, mi secretaria, seguro que
ella está al corriente, pero en su lugar encuentro a una jovencita con cara de
becaria que me mira esperando que le diga alguna cosa. Como no la conozco, no
me atrevo a preguntarle. Mejor me voy directamente a ver a la jefa de sección y
le pregunto si han renovado a la plantilla completa, ella sabrá decirme.
Me quedo de piedra al comprobar que tampoco conozco a la
persona que ocupa el despacho de mi jefa. Como me ve parada como una atontada
delante de su puerta me invita a que me vaya a seguir trabajando.
Por los pasillos me cruzo con un montón de personas que trabajan conmigo a los que no
conozco de nada. Me empiezo a emparanoiar. ¿No será cosa de extraterrestres?
Decido tomarme el resto del día libre.
De camino a casa descubro dos cosas: una, que yo soy
quién no se conoce; dos, que tengo la mala costumbre de echar la culpa a los
demás.
12/6/19
Terapia
En dos hora y media tengo visita con la terapeuta. Me doy
cuenta de que el día que me toca visita es lo único que me importa. ¿Tanta
necesidad tengo de ella? La otra vez que hablamos me dijo que la terapia iba a
ser difícil. No me asusta la dificultad, pero sí su duración. Cuento los días
que pasan que me acercan a la curación. Me perturba un asunto: ¿una se llega a
curar se sí misma? Después del medio siglo se restan los días.
11/6/19
Respuesta a preguntas que nunca me he hecho
Una compañera
de trabajo siempre me dice que en el tren, volvemos juntas a casa, siempre
atraigo a las personas raras. Nunca me le ha creído, pero debiera plantearme con
seriedad que tiene razón.
Los trenes,
esta mañana, como tantas veces no cumplían con su horario. El hacinamiento en
los andenes cada vez era mayor. Tanto es así que he temido por mi vida ya que
estaba en primera fila cerca de las vías, con el peligro que ello conlleva. No
es que me estuviera empujando nadie ni nado golpes por detrás, pero la pequeña
invasión de mi espacio vital hace que mi fantasía se desborde a sus anchas; ha
aparecido el miedo a ser empujada a la vía.
El tren ha
llegado, por fin. Esta vez he tenido suerte porque me he podido sentar. Delante
de mí, de pie se ha quedado un hombre cincuentón (y unos cuantos más) con el
móvil en manos libres. Lo llevaba pegado a su pecho y de vez en cuando lo iba
mirando. Este comportamiento en sí ya me ha parecido raro en sí. Quien lleva un
móvil pegado al pecho y en el que apenas se oyen unos susurros de voz, porque
con su gran mano impide que el sonido salga por el pequeño altavoz.
Dos paradas
más y ha podido sentarse, delante de mí en los asientos de la otra fila,
mirando en el mismo sentido que yo. Se ha debido sentir cómodo y en soledad
porque ha separado el móvil y se ha puesto a mirarlo. No he prestado atención,
sólo he pensado que el sonido era deficiente, se seguía oyendo un ruido en
forma de susurro.
Me he
abstraído. Es algo que no me cuesta hacer y que me encanta, ¿qué recovecos cerebrales
visitaré en esta ensoñación? De pronto, sin saber qué ha hecho fijar mi atención,
me he fijado en la pantalla. Había una mujer gruesa, vestida con una
combinación interior como la que debía llevar Dulcinea del Toboso y cuya
estrechez hacía que los pechos se le juntaran y que salieran casi de su
interior. La imagen sólo mostraba los pechos y parte del cuello. A la mujer se
la veía tendida en una cama, con las sábanas arrugadas bajo ella.
Me ha costado
caer del guindo. Lo que estábamos viendo, el hombre y yo, era una skype pornográfico,
una vídeoconferencia a la lívido, que también al alivio. Y esos susurros no
eran más que unos espantosos y postizos jadeos por parte de la mujer. El
asombro me impedía apartar la mirada del señor y de la pantalla de su móvil.
Ha bajado
unas cuantas paradas antes y me he dado cuenta de que había hallado la
respuesta a una pregunta: ¿quién va en un tren de RENFE abarrotado de personas
con una vídeoconferencia pornográfica en curso?
Nota: debo poner
al día a mi amiga, esta vez no viajaba conmigo.
10/6/19
Descubriendo a dintel
Hoy tengo reunión a las
diez. Me he levantado pronto porque me gusta dejar la casa recogida. Así, por
la noche cuando llego, me puedo dedicar el tiempo antes de irme a dormir. Ayer
puse una lavadora a última hora de la noche. Pensé que cuando me despertase aun
no estaría seca, pero hasta a la ropa le gusta llevarme la contraria. Me he
puesto a planchar; no dejes para lo noche lo que puedas hacer recién levantada.
Casi todo eran camisas. Las de invierno para doblarlas y guardarlas hasta
octubre y las de verano para colgarlas en el armario. Me he acordado de mi
intención de mindfulness y he prestado atención a lo que estaba haciendo. Me ha
invadido rápidamente un gran amor hacia mis camisas. Un sentimiento que conocía
aunque no era consciente. Las he planchado con cadencia amorosa y dedicación, observando cómo
desaparecían sus arrugas debajo de la plancha. Por los pantalones no siento lo
mismo, al fin y al cabo son ellas las que me abrazan diariamente.
9/6/19
Mi plantita
Cada equis tiempo voy a
comer a casa de unos amigos. Tienen un comedor amplio, iluminado por luz
exterior y de temperatura cálida y agradable. En un rincón de la intersección
del ventanal con la pared, se halla en el suelo una maceta con una planta de
hojas carnosas de un color verde fuerte, del mismo tono que el de los lápices
Alpino de mi niñez.
Al principio era una
planta mediana plantada en una pequeña maceta. En poco tiempo, la tuvieron que trasplantar
y ahora, se halla en una gran maceta, ocupando cuatro o cinco veces su volumen
inicial.
Pregunté por ella a mis
amigos y me dijeron que no necesitaba casi riego (una vez cada mes o mes y
medio) y tampoco mucha luz ni mucho sol, que vivía allí donde la ponías casi por infusión divina y que lo suyo era crecer desmesuradamente. “Esta
es mi planta”, pensé. Tras indagar por varias floristerías y viveros, di con
ella.
La tengo puesta en un
rincón similar al de mis amigos y la planta, poco regada y casi olvidada,
creció un montón en un primer momento. Ahora lleva casi un año sin crecer absolutamente
nada. Hasta ahora, no me había preocupado. Sus hojas poseen un verde precioso
que no hace sufrir por su salud pero no ha brotado ninguna hoja nueva ni ha
aumentado la altura de su tallo, como he dicho, desde hace casi un año. Rauda llamo
a mis amigos y ellos, conocedores de la vida y costumbres de su planta, me
preguntan: “¿ya le hablas?”. “No, pero escucha la tele”, contesto. “No es lo mismo”.
Así que estoy sentada en
el sofá, delante de mi planta sin saber demasiado bien sobre lo que hablar.
Llevo un rato mirándola sin encontrar el tema. En estas me hallo cuando suena
mi móvil. Es mi psicóloga para anularme la visita. Nada más colgar, me saco los
zapatos, me estiro en el sofá y empiezo a contarle a mi planta todas mis inquietudes y mis
miedos. Cuando acabo, me la miro en silencio y ella, sumida en el mismo silencio, se desprende de una hoja que cae directamente al suelo
confirmando la ley de mi gravedad.
8/6/19
Acabando de cenar
Una amiga me invitó a
cenar a su casa ayer. Apenas hubimos terminado, se puso de pie, con cara entre
espanto y asco señalándome algo (si hubiera sido alguien hubiera muerto del
susto) que había detrás de mí. Microsegundos después de verle la cara, mi
cerebro reptiliano, hábil en resortes, mandó levantarme de la silla y
ocupar el lado opuesto de la mesa para observar qué era aquello que había
perturbado a mi amiga.
De entre una bolsa
situada encima de una caja de cartón, salían dos largas, filiformes y doradas
antenas, y unas patas articuladas con las mismas propiedades áureas que el resto
del cuerpo. Mi amiga llena de espanto desapareció rápidamente del comedor
mientras me gritaba: “vigílala”.
Y allí me encontré, sola
con una cucaracha rubia bajo mi cargo y pensando cómo se debería llamar ese
miedo acérrimo que algunas personas padecen ante los artrópodos (blatofobia es
fobia a las cucarachas, lo he buscado). No me dio tiempo de pensar nada más que
volvió a aparecer mi amiga, insecticida en mano, y dándole gas a fondo; por
delante, por detrás, por arriba, por abajo de la caja y de la bolsa.
Me imaginé la pobre
cucaracha finiquitando sus días en aquel momento. Ella, que viene de una estirpe
que burló a las glaciaciones, a los volcanes y a los terremotos, que sobrevivió
a la extinción de dinosaurios y demás especies. Ella, que en aquel momento,
debatiéndose, daba significado a la expresión, “no somos nadie”.
2/6/19
Paradero desconocido
Autora: Kathrine Kressmann
Taylor
Tengo suerte de estar
leyendo últimamente libros que me gustan y que me apasionan. Esto va por
temporadas. He vuelto de nuevo a leer con la asiduidad que tenía antes y con
las mismas ganas, a pesar de que mi vista no aguanta tantas horas seguidas de
lectura.
Este libro me lo
recomendaron de la siguiente manera: “¿No has leído Paradero desconocido?”. Pregunta
que llevaba y implícita otra pregunta: “¿Y sigues viviendo como si nada?”. Por
lo que ese mismo día me fui directamente a comprar un ejemplar.
De lectura rápida, por la
brevedad del libro. Es estilo epistolar y me parece absolutamente inteligente
la manera de novelarlo. Apareció en una revista y como dice en la contraportada
“causó tal revuelo que pronto se editó como libro y se tradujo a varios idiomas”.
No os digo más, disfrutad con él y por favor, volver aquí a decidme vuestra
opinión.
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