De madrugada salgo a pasear. Es la mejor hora, en la que lo
hacen los solitarios. He decidido ser una solitaria y emprender todas sus
costumbres. Por la calle, no hay nadie. De vez en cuando oigo el motor de un
coche que se acerca, me sobrepasa y desaparece. Creo que lo hago bien. La noche
está vacía. Cualquier persona de la asociación Solitarios Anónimos estaría
orgullosa de mí. Camino sin rumbo fijo, es lo mejor, así puedes volver sin haber
llegado a ninguna parte (esto no sé si es de los solitarios o de los fracasados,
ahora dudo). Mientras ando, no pienso, vamos, eso creo yo. ¡Animalica! En un
momento dado me cruzo con otra persona, solitaria también. Sé que es solitaria
porque veo su cara de decepción cuando se cruza conmigo. Me quedo con la copla:
“decepcionarse cuando te cruzas con alguien que pone en evidencia tu soledad”. Yo no quiero pertenecer a Decepcionados
Anónimos. Mejor me vuelvo rápida para casa y me olvido de ser solitaria. Doy
media vuelta y acelero el paso, quiero estar en menos que canta un gallo en la
cama. Tampoco quiero pertenecer a Insomnes Anónimos.
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