No me gusta que me adelanten cuando voy andando por la
calle. Yo ya llevo un buen paso a la velocidad de la luz urbana como para
aceptar que haya alguien que corra más que yo. Hoy, un chico me ha adelantado, así
que he puesto el turbo y en breve le he aventajado. Supongo que es de las
personas a las que no les gusta nada que las adelanten, porque ha cogido una
marcha maratoniana, moviendo la cadera de un lado a otro y me ha rebasado, no
sin esfuerzo. He sentido una punzada en el pundonor y he aprovechado que un transeúnte
se ha cruzado a su paso y que ha tenido que frenar en seco, para superarle de
nuevo a la par que le he hecho el símbolo de la victoria. Ha sido tal mi
sensación de triunfo que me he girado para sonreírle victoriosamente. He visto como
el transeúnte estaba tirado en el suelo y el chico volvía a pisarme los
talones. Me he girado con la rapidez suficiente para ver como se me anticipaba
de nuevo y se daba a la fuga marcando cada vez más distancia. Debo reconocer
que en este momento he perdido los papeles y he corrido detrás de él hasta que
lo he vuelto a superar. Con dignidad he hecho como si no me hubiera costado
esfuerzo avanzarlo. El chico, con tres zancadas, me ha dado alcance y me ha
pasado de nuevo. He parado y he respirado, más rabiosa que profundamente. Me he
dispuesto a admitir mi derrota. ¿Qué más daba? Al fin y al cabo nadie tenía por
qué enterarse y, total, al chico este no lo volvería a ver en mi vida. Estaba
con estos pensamientos cuando me he dado cuenta que el semáforo se había puesto
rojo y el chico se había parado. Los coches empezaban a pasar. He tirado mi
bufanda en una papelera y me he lanzado a cruzar la calle a máxima velocidad.
No me iba a dejar ganar. Han frenado los coches, otros me han rozado y todos han
tocado el claxon, pero he llegado al otro lado. Tenía los ojos encendidos y he
saltado gritando, “¡ja!”. Lo había derrotado. Me he ido contenta para casa.
Ahora estoy agotada. Tengo dolor de cabeza y un pinchazo en
la cadera. Me duelen las rodillas y siento una especie de taquicardia. Y se me
ha desatado por el esfuerzo una estúpida tos de garganta que me está poniendo
muy nerviosa. ¡Cómo soy!
¡Huy!, el vecino está tosiendo. Yo puedo toser muchas más
veces por minuto que él…
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