Se me han envejecido las emociones. Tienen alguna que otra
cana y la tranquilidad de estar de vuelta de todo. Reencontrarme con ellas ha
supuesto una sorpresa y una alegría. Pensé que estaban muertas. Tanto tiempo
escondiéndolas tras cada una de mis entrañas, para que no asomaran y fueran
sorprendidas y regañadas. Las acallé aquella tarde que nuestro amor se volvió
gris, cuando fui a besarte y encontré frialdad. Algo debí hacer mal, no
recuerdo, para recibir tu hielo. A partir de allí, mi vida se convirtió en una
continua justificación, de lo que hacía y no hacía, de lo que pensaba y no
pensaba, de lo que hablaba y no hablaba, defendiendo cada una de mis
decisiones, puestas en tela de juicio por ti. Me hundí. Desde entonces he
estado ahogando cada uno de mis sentimientos, de mis emociones, cada jirón de
amor por ti que no machacaste con silencios, reproches y reprimendas.
Ahora, cuando el dolor de tan insoportable que es deja de
doler, reencuentro en el corazón, flotando en un charco de sangre e ilusiones
abatidas, todas esas emociones que sentí una vez. Y, a pesar, de haberlas
tendido al sol, para que se sequen y cojan el apresto de antes, se siguen notado
ajadas y cansadas. Sé que dentro de poco me pedirán que las deje de nuevo donde
estaban, tranquilas, flotando en el cálido caldo de lo que un día fue un
corazón enamorado.
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