Soy incapaz de recordar el título de la película que he
visto esta tarde. La tenía grabada desde hacía tiempo. Era de esas infumables
que emiten en televisión los sábados y domingos por la tarde. Me las voy
grabando y luego cuando necesito resetear el cerebro me pongo dos o tres
seguidas en vena. Así voy dormitando y dejo de pensar en pensamientos de
callejón sin salida.
Pues en la película de esta tarde, de cuyo nombre no logro
acordarme, había una escena en la que ella le devuelve el anillo a su amigo y
luego le preguntan por qué se toca el dedo. Y es por la añoranza de dicho
anillo, el dedo se siente extraño sin él.
A lo que iba, todo este rollo solo para comentar que después
de tanto tiempo, sigo echando en falta mi anillo y mi pulgar se pasea por el
dedo buscando jugar con él, como antes hacía. Es un pequeño gesto que nadie
apercibe a pesar de que por lo seguido podría convertirse en un tic.
Y es que la falta de anillo no es más que una realidad de tu
falta. Descubrir que no lo tengo me hiere tanto como el día que dejé de
llevarlo. No tenerlo es saber que las noches serán silenciosas y solitarias, en
una fría cama cubierta con una sábana que añora tiempos mejores. Es vagar por
la casa, más grande desde tu ausencia. Es no tener ningún objetivo para
levantarse por la mañana ni para acostarse por la noche. Es tener que mentir
cada día con una sonrisa que oculte tu llanto.
Ese anillo fue un yo que ahora no encuentro.
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