18/12/16

Se podría aducir

Me despierto una mañana, sin saber por qué, empecinada en cambiar este estilo delicuescente de vida al que me he ido abocando inconscientemente poco a poco. Siempre he creído que el tiempo actuaba como un fijador, pero he descubierto que es más un disolvente y recuerdos que antes poseía los ha ido diluyendo.

Cuando era feliz llevaba las riendas de mi vida. Sonreía y compartía esa felicidad con todas las personas que me rodeaban. Hacía cosas, mil cosas y aun me sobraba el tiempo. Pero todo falló, me sentí engañada y maltratada y me dejé llevar. Fue la vida, entonces, quien tomó las riendas y el tiempo se aceleró. Me volví temerosa de la gente. Desconfiada. Sin ganas de luchar.
Pero esta mañana, me he despertado diferente y al mirarme al espejo no he visto lo que ha desaparecido de mí, si no lo que permanece. He rebuscado entre mis cenizas y he hallado un poder residual; he aquí mi trampolín de nuevo a la vida.

Ahora vivo ese infierno como un paréntesis enervante. Ya ha pasado el momento de cautelas. Y aunque esta etapa aciaga, de la que me es imposible eximir, sea insoslayable, podré seguir adelante. Debeseme permitir cierto escepticismo como elemento purificador pues debo ir desarmando ese arsenal de rabia existencial al que he sido sometida.

Me sorprenden las oportunidades amablemente irónicas que nos brinda la vida una y otra vez.

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