Era sábado por la mañana, los sábados por
la mañana desayunaban algo más fuerte porque hasta la hora de comer iban de
compras al mercado. A ambos les gustaba ese día, se encontraban con gente del
vecindario, se paraban a hablar, no tenían prisa alguna y podían permitirse
perder el tiempo. Cada sábado incluso, haciendo oídos sordos a su médico, se
paraban en un bar a tomar el aperitivo. Toda la vida, cuando la niña era un
bebé también, se sentaban en una mesa del interior, cerca del cristal que en
invierno los separaba de la calle y se tomaban un vermut negro acompañado de
aceitunas y berberechos.
Aquella mañana se levantó con hambre. Entró
en la cocina y puso en marcha la pequeña radio que su yerno le había regalada
una Navidad.
—La he elegido pequeña porque la puedes
llevar de una habitación a otra mientras vas haciendo las cosas de la casa.
A pesar de que siempre escuchaba la misma
sintonía aquella mañana no sonó. Marta estuvo jugando con el dial a ver si
sintonizaba alguna cadena pero no consiguió ningún sonido.
—Cuando se levante Antonio le diré que
cambie las pilas.
Abrió la nevera y sacó del cajón del
congelador cuatro rebanadas de pan. Las puso en la tostadora. Encendió el fuego
y puso un cazo. Sacó la leche de la nevera y la vertió dentro de él.
—Si mi hija me viera ya me estaría
riñendo, “si tienes el cazo vacío no lo pongas encima del fuego”—pensó recordando
la vez que su hija vino de sorpresa una mañana temprano para recoger una
carpeta que se había dejado el domingo anterior cuando estuvieron celebrando el
cumpleaños de su padre. Una fecha señalada en la que bajo ningún concepto podía
existir excusa para no acudir. El cumpleaños de Antonio siempre había sido el
festejo más celebrado en la familia, más incluso que la propia Navidad.
El último cumpleaños, Inés llegó justa a
comer pues tuvo una reunión excepcional ineludible en la oficina. Llegó cargada
de carpetas y, al irse, se olvidó una. Cuando se dio cuenta de ello, era muy
tarde para llamar a su madre y avisar que al día siguiente pasaría temprano,
antes del trabajo para recogerla.
—No te asustes, mamá, soy yo —dijo mientras
abría la puerta. Fue directamente a buscarla a la habitación en que la dejó
—. Ayer me olvidé una carpeta y la
necesito hoy.
—¿Quieres un café con leche? Me iba a
preparar el mío— alzó la voz Marta sin salir del susurro para no despertar a su
marido.
Salió de la cocina con el cartón de leche
en la mano yendo al encuentro de su hija. Se encontraron en el oscuro pasillo.
Marta la besó.
—Papá duerme —le explicó. Y le volvió a
preguntar en un susurro— ¿Café con leche?
—Vale, pero rápido debo estar en la oficina
pronto para recibir a los jefes que llegan de Suiza.
Inés dejó las carpetas y el bolso en el
mueblecito que decoraba el pequeño recibidor, junto al cenicero donde se
guardaban las llaves de casa. Hoy, excepcionalmente había una libreta de banco.
—¿Habéis ido a arreglar ya lo del plan de
pensiones?
—Hija, ni idea, ya sabes que de todo eso
se encarga tu padre —respondió Marta mientras intentaba abrir el cierre del
cartón de leche que llevaba en la mano.
—Ya lo sé, pero podías saberlo.
—Yo soy un desastre para todo eso del
papeleo.
—Tú no eres un desastre para nada. Supongo
que en su momento te interesó parecerlo para no tener que cargar tú con todo.
¿O no fue así?
Pero Marta no la escuchaba, luchaba para
abrir el cartón de leche, doblando el vértice e intentando cortarlo como si de
una hoja se tratase, resbalándose una y otra vez.
—¡Las tijeras, mamá! —alzó la voz Inés.
—¡Shhhhttt! —la atajó Marta mientras que
con un gesto de cabeza señalaba hacia la habitación donde dormía Antonio.
Inés le cogió el cartón y se dirigió a la
cocina.
—¡Mamá! ¿Cuántas veces te he dicho que no
pongas el cazo en el fuego si no has puesto la leche dentro? Un día vas a tener
un accidente —le gritó mientras se sulfuraba por momentos—. ¿Mamá, que no ves
que si haces estas cosas no me quedo tranquila?
—No grites que vas a despertar tu padre.
Creo que con 72 años si no he aprendido a cuidarme, mal vamos. Y no sólo de mí,
también te he criado a ti.
—Vale, mamá —aceptó—, no es momento para
que empecemos una gran conversación sobre la merma de las capacidades a medida
que avanzamos en edad.
—Exactamente.
2 comentarios:
por el momento me está interesando. Un inicio ágil, que nos introduce con rapidez en la rutina pausada y minuciosa de una anciana. Hasta aquí parece que nos adentramos en un universo femenino y crepuscular. La voz narrativa observa a la anciana y a su hija, el marido permanece al margen, dormido en algún lugar exterior a la acción. Quedo a la expectativa, todavía es demasiado pronto para formar una opinión completa. Un abrazo,
alonit, gracias por tu comentario. Yo también quedo a la expectativa de tu opinión.
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