La vuelta en coche fue totalmente
silenciosa. Marta iba de nuevo agarrando su bolso con una mano y con la otra el
cinturón de seguridad, su mirada cansada, perdida en algún punto de su pasado.
Inés hipaba e intentaba controlar las mucosidades que habían invadido nariz y
garganta. Carraspeaba, se sonaba, encontraba una vía de respiración y entonces,
volvía a arrancar el llanto. Se volvía a congestionar, desechaba el pañuelo de
papel totalmente húmedo y volvía a sacar otro del paquetito. Eduardo conducía
en el más absoluto de los silencios.
Al doblar la esquina de la casa de Marta,
Inés rompió el silencio.
—Eduardo, aparca el coche y comemos en el
bar de la esquina.
—Yo no puedo. Comed vosotras. Debo volver
a la oficina, tengo unos mails urgentes que contestar.
—¿No te han dado el día libre por la
muerte de tu suegro? —preguntó Inés atacando con el tono.
—Sí, pero si no soluciono esto voy a tener
problemas mañana.
Las dejó en la esquina, en frente del bar.
Ninguna de las dos tenía hambre y decidieron que era mejor ir a casa y hacerse
un café con leche con unas galletas o si apetecía más, picar un poco de
embutido con algo de pan.
Cuando Marta abrió la puerta de casa, le
pareció un lugar desconocido. El olor era el mismo de siempre. La luz era la
propia del momento. La temperatura era la que tocaba. Los muebles estaban todos
en el mismo sitio, pero le dio la impresión que lo que ocurría es que a todo le
faltaba alma. Al notar la duda en su madre al atravesar el umbral, Inés arrancó
de nuevo a llorar.
Sentadas en la cocina bebían sendos cafés
con leche en silencio. La bandeja con galletas estaba intacta. A duras penas
Marta podía tragar los pequeños sorbos de líquido caliente. Habían llegado, se
habían sacado los abrigos y como si de un ritual se tratase, preparó el café,
sin preguntarle a su hija si le apetecía. En ocasiones como esta, se sentía más
segura teniendo una bebida tras la que parapetarse y pensó que a su hija
también le iría bien.
—Creo que lo mejor será que te vengas a
vivir con nosotros —rompió el silencio Inés con la mirada clavada en la taza
después de haberla hecho girar un montón de veces sobre su eje vertical.
—¿Cómo se te ha ocurrido este disparate?
—No es ningún disparate. En casa estarás
más cuidada.
—Sé cuidarme de mí misma.
—Ya, pero esta casa queda grande para una
sola persona.
—Esta casa es dónde ha vivido toda mi vida
desde que me fui de la de mis padres. Está llena de recuerdos. Además, es lo
único que me queda. Antonio ya se ha ido.
—¿Y, yo? ¿Yo no te quedo?
—Entiéndeme, hija, tú ya tienes tu vida
montada. Hace tiempo que vas sola por el mundo. Yo necesito mi casa, mis cosas,
mis costumbres. Además, no estoy impedida ni tengo demencia senil, ni nada de
todo eso. Puedo seguir cuidando de mí.
—¿No te vas a sentir muy sola?
—La soledad es una excusa para las
personas que no son activas. Ya buscaré con que llenar mis días.
—Estaría más tranquila si vinieras a vivir
con nosotros.
—Y yo hubiera estado más tranquila si
cuando eras una adolescente no hubieras empezado a salir por la noche.
—Vale, mamá. Pero te llamaré cada día. Y
te vendré a ver más a menudo.
—Uy, primero dijo…
—De verdad, mamá, no estoy segura de que
debas quedarte sola. ¿Y si vienes una temporada, unos días, a casa hasta que te
hayas recuperado de la pérdida?
—No, hija, tengo muchas cosas que hacer.
Tengo que vaciar los armarios de la ropa de tu padre y acomodar la casa para
mí, para lo que yo necesito.
—Me maravillas. No te he visto derramar
ninguna lágrima hoy. Estás aquí, delante de mí, fuerte como un roble y con las
ideas claras sobre lo que quieres. Yo me siento cansada, chafada y con el rumbo
un poco perdido.
—Anda, vete a casa. Seguro que Eduardo no tardará en ir.
—Si hace un rato ha ido al despacho no
creo que llegue antes de las diez.
—Pues aprovecha para descansar un rato. No
todos los días se entierra a un padre.
—¡Mamá!
—Quiero decir que en estos casos es
necesario un poco de intimidad y soledad para digerir la realidad.
—Me rindo. Me voy ya. Si necesitas algo me
llamas —dijo poniéndose en pie y dando un beso a su madre—, sea la hora que
sea.
—Qué sí, hija. No te preocupes, te
llamaré.
3 comentarios:
Me quedo perpleja desde el punto de vista que la protagonista (de momento ) vive la muerte de un ser tan cercano. Quizá Marta, tiene una capacidad de asimilar las cosas con gran entereza o bien es un blindaje ante el dolor de una pérdida.
Ya se irá viendo!!!!!
De todos modos, he de decir que Marta me hace recordar mucho a un personaje de una de las novelas del escritor Alejandro Palomas , que lo encontré muy ocurrente.
Wazowski, te confesaré que mis capítulos están escritos mucho antes que Alejandro Palomas publicara el libro de Una madre (que por cierto, aconsejo a todo el mundo). Cuando lo leí, me dio bastante rabia ver que la madre era muy parecida a "mi Marta". La historia no es nada igual, pero el personaje, por ahora tiene muchos puntos en común. Esto es lo que pasa por interrumpir durante años la escritura de una novela. De todas maneras, no creo que nunca llegue a publicarla. Quiero acabarla por una cuestión de compromiso conmigo misma. Gracias por tu sinceridad.
¡Me encanta! Hacía ya muchos días que no pasaba por aquí y me he puesto al día en un plis con el Capítulo 2. Cada uno somos un mundo, pues cada uno vive las pérdidas a su manera y muestra el dolor a su ritmo o quizás nunca lo llega a mostrar en público. Sigo opinando que tu historia es muy realista, con ganas de saber cómo sigue :)
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