25/7/25

Hoy me he levantado así

Nada más poner el pie en el suelo, me he escaneado porque me sentía rara y he descubierto que tenía el pecho henchido, apoyaba con más fuerza los pies sobre el suelo y, apenas se notaba, pero tenía la barbilla que apuntaba ligeramente hacia arriba. No me dolía nada: ni cabeza, ni garganta, ni estómago. Más bien al contrario. Sentía un alivio que confería una desconocida volatilidad al cuerpo. Notaba mi cuerpo etéreo, ingrávido, poco corpóreo. 

Tengo inflamado el ego. Sí, inflamado. Es lo que me ha dicho el espejo. Seguro que tanto pensar y tanto pensar me ha llevado a un empacho de mí misma. Suele pasarme cuando me ensimismo más de cinco días y no salgo de casa, tengo tanto exceso de autoestima (para compensar la dichosa soledad) que como efecto colateral se me enardece el ego.

Me ducho, me visto y empiezo con el tratamiento: menos ombligo del mundo y más mundo en el ombligo.


24/7/25

El mito de Sísifo

Esa ruptura no era presagio de nada. Clara pretendía alejarse de quien le había hecho tanto daño y recuperar esa luminosa carcajada que había sido tan característica suya. 

Habían roto, sí. Lo suyo no funcionaba por mucho que lo hubieran intentado; Nadia no se fiaba de ella y siempre buscaba el conflicto para culpabilizarla de todo.

La decisión estaba tomada. Parecía que ambas la aceptaban. Sentadas en el sofá de casa, miraban a la pared de en frente. Nadia haría sus maletas y se iría aquella misma tarde. Clara callaba, no quería reducir sus esperanzas a simples palabras. Hacía tiempo que se lo habían dicho todo; lo malo, porque lo bueno había ido desapareciendo conflicto tras conflicto. El vaso se había roto; todas las gotas lo habían colmado.

Nadia se levantó y se fue hacia la habitación. Clara continuó mirando la pared. No quería poner nombres a sus expectativas, ni quería hacerse ilusiones, ni saborear las infinitas dimensiones que esta ruptura le podía aportar.

De pronto, Nadia volvió con una camiseta que le había regalado Clara y se tiró a sus pies llorando y suplicando que no rompieran, que iba a cambiar, que sabía que era ella que era muy celosa, pero que iba a poner remedio. Clara suspiró y no tuvo tiempo de decir nada más. Nadia se abalanzó a besarla y a abrazarla. Hipaba y se ahogaba en su propio llanto. Clara intentó calmarla, mientras se decía: la próxima vez seré más fuerte. 

La abrazó y le acarició para calmarla; había qué posponer la ruptura. La quería y verla así la destrozaba. Por ahora se contentaría con huir a través del sueño. 

No quería aceptarlo, pero estaba atrapada por ella y torturada por la esperanza. Clara miraba a la pared de en frente del sofá mientras tenía la cabeza de Nadia apoyada en su regazo. Volvería a empujar montaña arriba esa pesada roca.


23/7/25

Cuando la vida no te sonríe, o alguien

“La soledad no te libra de sus tormentos, al contrario: los amplifica, les da un terrible eco.”

Y lloras, lloras esperando que un día quedes seca de lágrimas y tengas que anudar la garganta para sentirte viva. Pero ese día no llega nunca y descubres que las lágrimas no han detenido la vida, que ha pasado por debajo de tus ojos anegados. Sin haber hecho públicas tus emociones, la gente se ha separado de ti. Todo avanza mientras tú te rezagas. Llorar es estancarse.

Pero llega un momento que todo se acalla, se somete a tu voluntad y poco a poco puedes ir ordenando tu vida y archivando aquello que te atormentó tanto tiempo. Y de nuevo, vuelves a ser dueña de aquella voluntad férrea que quedó sepultada por el dolor. De nuevo la vida te imanta y te llena de un flujo que pensaste nunca más poseer.

Nunca esta batalla fue ganada por adelantado; toca siempre vestirse de camuflaje y luchar contra una misma. Y al final debes perder el tiempo haciendo inventario de tus cicatrices, si quieres seguir adelante.


22/7/25

Pleonasmos

Descubrir lo mal que hablamos es difícil porque estamos tan acostumbrados a ello que no hay manera de detectarlo. Además, con las interferencias de ser bilingüe, aún es peor, porque hay palabras que las decimos como si fueran correctas en castellano.

Yo lo descubrí por primera vez a los 12 años. 

Mis padres, aquel verano, me mandaron a un pensionado francés para que mejorara mi idioma; siempre fui un desastre para las lenguas y continuo siéndolo. Ir a un pensionado aquella época me pareció el mejor regalo del mundo. Había leído como una loca los libros de Torres de Mallory, de Las mellizas en Santa Clara y de Puck, por lo que ir a un pensionado quería decir correr mil aventuras y misterios. Cabe decir que aquellos libros para mí fueron como los de caballería para Quijote.

La experiencia no fue exactamente como lo que había leído, pero sí que se crearon vínculos entre mis compañeras muy profundos y muy válidos a la hora de madurar. Yo era la más pequeña y todo el mundo me cuidaba y me enseñaba sin ningún filtro adulto.

Por la mañana teníamos cuatro horas de clase y por la tarde, actividades deportivas, paseos por la montaña y por los lagos y visitas a los pueblos cercanos. Por la noche íbamos a la pista de hielo a patinar, que la tenían reservada para el pensionado.

Un día en clase le dije a mi compañera que era de Madrid: “Pásame la maquineta”

Me preguntó que qué era la maquineta. Allí descubrí que en realidad, esa palabra que yo decía y creía castellana era catalana y quería decir sacapuntas.

“¿Cuántas palabras más estaba empleando mal?”, ese fue mi pensamiento. No sé por qué, desde bien pequeña me ha interesado hablar bien y conocer a la perfección las lenguas que hablo. A partir de ese día, me di cuenta que debía ser la guardiana de mis palabras. 

A modo de curiosidad: también descubrí que la palabra “melindro” era catalana. Creo que la traducción más cercana es bizcocho, pero no es bien, bien, eso.

A lo que iba.

Un día leyendo algo me encontré con un lista de pleonasmos que cuidadosamente copié en mi libreta. Soy de las personas que siempre digo: “subo para arriba” si solo digo “subo” me parece que falta algo. Tener esta lista, de alguna manera me ha ayudado a ser consciente de ello, pero (porque hay un pero) nunca hago el análisis de lo que escribo mirando si utilizo pleonasmos o no.

¡Estupendo! 

¿Y a qué viene todo esto? Pues a que ahora mismo voy a copiar aquí la lista a modo de recordatorio para ver si así se me hace mucho más presente el mundo pleonasmo. 

Ya veis, todo este rollo para copiar una lista.

Pleonasmos:

1.- Lapso de tiempo

2.- Completamente gratis

3.- Funcionario público

4.- Parámetro de medición

5.- Glosario de términos

6.- Panorama general

7.- Persona humana

8.- Me parece a mí que…

9.- Suele tener a menudo

10.- Volver a repetir

11.- Salió de dentro


21/7/25

Amnesia digital

 Leí por algún sitio:

“Dejémonos de engaños, la memoria funciona así: o la usas o la pierdes. Esta pérdida se llama amnesia digital”.

Con todo lo que está pasando a nivel de inteligencia de la humanidad, el asunto memoria vuelve a sonar por el mundo. Hasta ahora, se le había dejado de prestar atención en las escuelas porque “con el simple aprendizaje significativo” ya se tenía bastante. ¿Qué era eso de aprenderse de memoria los reyes godos? ¿O el poema de Espronceda de ese barco que tenía 100 cañones por banda? “Los niños no pueden aprendérselo todo, es demasiado largo, Que se aprendan las tres primeras estrofas. Vas a tener problemas con los padres si se lo haces estudiar todo.” ¿Y los números primos? “Solo hasta el 19”. 

Cuando yo era adolescente me aprendí, con 10 años un montón de poemas, de Rubén Darío, Espronceda, Bécquer, Machado, Alfonsina Storni, Rosalía de Castro. 
Me sabía los números primos hasta el 100. Recordaba un sinfín de datos absurdos como las fechas de cumpleaños de mi familia y amigos, fechas importantes y hasta cómo iba vestida la gente del grupo aquel día. Eso sí, me hicieron estudiar de memoria un montón de datos, lecciones, listas, poemas, canciones, fechas, etc…

Cuando yo era adolescente me sabía más de 20 números de teléfono de memoria. Ahora, no tantos, pero me sé alguno de memoria y recuerdo los números de teléfono de aquellas épocas.

Cuando yo era adolescente, miraba un callejero en casa para saber llegar a un sitio nuevo y como no quería cargar con él, iba de memoria, recordando lo que me había medio estudiado y siempre llegaba a los sitios. 

Si viajaba, consultaba el mapa de carreteras y luego debía identificarlas cuando iba en coche, leer los carteles que ponía y ver si no me equivocaba y llegaba. En una época, que había zonas de España muy mal señalizadas.

Todas estas acciones, de alguna manera, nos capacitaban a nivel espacial, temporal y memorístico. Y nos desarrollaban partes del cerebro que necesitamos y ni siquiera lo sabemos.

David Bueno dice: “poned énfasis en las experiencias sensitivas y el contacto social para compensar el alud de tecnología”. Su consejo nos dirige de nuevo, al mundo Montesori.

Hoy me he levantado pensando estas cosas y quería dejarlas por escrito. Sin ánimo de ná.

20/7/25

Lenguaje universal

El otro día, leyendo un artículo de una revista en castellano, entendí bien poco lo que me quería explicar. Algunos párrafos los leí más de una vez, pero no conseguí llegar a su significado profundo o incluso superficial.

Todo esto ocurrió porque, al principio de dicho texto, apareció un término en inglés que yo desconocía y que no quise buscar porque pensé que en algún momento, al no ser un término en español, haría, dicho artículo, referencia a su significado. Pues no. Pensé entonces que por contexto lo entendería y tampoco. El término era woke.

Así que tuve que investigar sobre esta palabra, cosa que no me pareció bien, ya que la investigación no fue porque yo quisiera, sino que me sentí obligada a hacerla si quería entender lo que se me estaba explicando.

Cuando por fin di por satisfecha mi comprensión, giré la página y seguí leyendo el artículo siguiente. En seguida, me encontré con la palabra networking. Dejé la revista y frustrada, me senté en el sofá a mirar el techo, cosa que hago a menudo para pensar. ¿En serio el castellano no tiene palabras suficientes para que yo o cualquier persona que desconozca el inglés, pueda entender lo que se nos quiere explicar?

Hace ya un tiempo, que cuando voy por la calle no me entero de qué trata la tienda  o empresa que en su rótulo tiene palabras como nails, barber’s,  butcher’s, cake shop, coffe shop, brunch… ¿En serio que ahora el juego es este? 

No acabo de entender por qué. Una cosa es que esté como traducción, que también sería discutible y la otra es que esté como título y sea yo la que debe entender, sí o sí, el inglés. Y con ello no quiero decir que vaya en contra de los idiomas, bastante pena tengo de no saber inglés, pero, al menos, que no vayamos perdiendo términos españoles, tío… ¿o debería decir bro?

10/7/25

Sin darme cuenta

Me compré un libro de David Bueno: El arte de ser humanos. Pretendía  entender algo más todo el tema del arte, pero me ha resultado ser, que también me gusta, algo más neurocientífico de lo que quería. Siempre he pensado que el arte debe estar en cualquier plan educativo; que es menos “maría” de lo que en mi época llegaba a ser; que a partir de él me puedo zambullir en todas las asignaturas.

 

Sin ser consciente de ello, también, me he apuntado a un curso de verano que se titula: El dibujo creativo en el aula: espacio, forma y trazo. En ningún momento me di cuenta que estaba  siguiendo una línea conceptual hasta esta mañana que mientras bebía mi té, me ha dado por ligar las dos cosas.

 

El arte no es solo hacer bien las cosas: “¡qué arte tienes, hija!”. También es saber expresar de forma creativa unas emociones, sensaciones o sentimientos. También es saber explicar tu pensamiento, tu forma de ver el mundo, tus quejas y críticas sobre algo. Utilizando cualquier medio, forma, manera, que llegue a través de los sentidos. Es llevar al máximo la función de relación de los seres vivos que se estudia en naturales: estímulo-análisis-respuesta.

 

Descubrir que, aunque mi consciencia no esté puesta en lo que voy haciendo, mi subconsciente se encarga de ir tomando decisiones con coherencia me da seguridad y fiabilidad en este modus operandi en el que me hallo ahora. Sin saberlo yo, me hallo por unos días trabajando temas artísticos desde un punto de vista creativo y desde otro pedagógico.

 

Así que solo me queda disfrutar de todo este arte y aprender aquello que me puede ser útil en mi día a día.

9/7/25

Cuando un libro me remueve

Soy consciente de muchas cosas aunque no quiera pensar en ellas. Hay una, que se me ha hecho muy presente últimamente y la culpa la tiene el libro (Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo) de Maruja Torres, que por cierto, me ha encantado. Me gustaría mucho poder escribir como ella, poder tener la mirada que tiene sobre el mundo y las cosas que pasan. Pero no es así, por lo que me conformo en ir haciendo mis pinitos con respecto a lo que a la escritura se refiere.

Me he ido de tema. Lo que se me ha hecho tan presente es mi camino hacia la vejez, la toma de consciencia de la finitud. 

Es cierto que cuando nacemos nos olvidamos que “ya vamos camino de la muerte” y vivimos a espaldas de esta idea hasta que un día cumples los cincuenta años y te dices: “Ahora me da igual sumar años que descontarlos”. Y aunque al principio no te das cuenta, el tiempo, tu tiempo, ha cambiado de manera sorprendente. Cada cosa que haces (a la que dedicas un “tiempo”) necesita ser de más calidad (emocional y productiva) para ti, porque desde tus cincuenta, estás descontando tu tiempo. 

Hay gente que esta toma de consciencia la tuvo a los sesenta o a los setenta; yo la tuve a los cincuenta. Y soy feliz por ello, ya que me permite haber encontrado una manera más profunda, más tranquila, más amplia de disfrutar de todo lo que hago y con ello, la paz. Y en este disfrute, también me ha aparecido el agradecimiento. 

No, no tengo una libreta para escribir cada día todas aquellas cosas por las que doy gracias. Me parece, que, para mí este método, sería un poco impostado.  Pero sí, que intrínsecamente, de alguna manera, sin palabras, solo con un fugaz pensamiento, me aparece esta sensación en mi alma y ocupa uno por diez elevado a menos 43 segundos (mi estimado “Temps de Planck”) la plenitud de esta.

Qué feliz soy cuando un libro cumple su misión: poner mi interior patas para arriba.