11/9/25

Te vas

El curso fue siguiendo su curso (ja, ja, ja, no me he podido reprimir). Y fueron ocurriendo diferentes acontecimientos. Todo iba bien, mi amiga, Andrea, se iba recuperando de su ruptura. La había aceptado y con mucha más madurez de la que yo tenía, había desplazado a su amor al rango de amistad. Yo hubiera tenido que dejarlo de ver porque no habría sabido colocar las cosas tan bien en su lugar y seguiría dominada por el dolor. “Prefiero quererlo como amigo que perderlo del todo”, me confesó mientras nos comíamos un bikini en nuestra granjita.

Pero de pronto, llegó el final de curso. Faltaba aproximadamente un mes, lleno de estudios y exámenes finales (porque entonces teníamos cinco evaluaciones y la final nos examinaban de todas las lecciones impartidas de cada uno de los libros). Un día de esos, la hermana del ex de mi amiga, Inés (ya había explicado que era de nuestro grupo), nos dijo: “me voy del cole. La empresa ha destinado a mi padre a Madrid.” A todo el grupo se nos cayó el cielo encima. ¡No podía ser! Era alguien muy querido por todo el grupo. Ahora que todo estaba en tranquilidad.

Con respecto a mí, nos habíamos hecho muy amigas, sobre todo porque su hermano salía con Andrea y casi no la veía, por lo que pasé mucho más tiempo con Inés. Me dolió un montón la noticia. 

Ahora todo iba perfectamente; salíamos el grupo entero y nos lo pasábamos muy, pero que muy bien. Andrea, Inés y yo éramos un trío de una muy buena amistad y, ahora, se iba a romper ese tándem que me hacía sentir tan bien. Tocaba escribir otro poema.

El poema trataba del dolor que me había producido la noticia de la despedida. Creo que era la primera vez que se iba a romper una de mis amistades por circunstancias externas. Ya avanzo que, a pesar de irnos carteando, la amistad se fue diluyendo. No debía ser tan fuerte como yo pensaba. Las amistades de la adolescencia cuando se rompen a esas edades se asemejan a una fractura de raíces además de crear un terremoto de inseguridad.

Mi poema denotaba tristeza, aunque no resentimiento. Bueno, sí que había un poco hacia la empresa de su padre, la culpable de que perdiéramos a Inés. Pero era tan absurdo, que, en nada, se diluyó ese resentimiento.

“Nos abandonas”, así comenzaba cada estrofa. No era cierto que ella nos abandonara, era lo que le obligaban a hacer, pero con ello sólo pretendía demostrar el dolor que sentíamos todas. Nos había dicho que volvería y la creímos a pies juntillas. Necesitábamos creerlo para hacer que el dolor menguara. Fue nuestra ventana de esperanza. Pero nunca volvió. Las cartas se empezaron a distanciar hasta que mi última carta, nunca fue respondida. “Nos abandonas”, “nos abandonas”, “nos abandonas”: este verso no era más que un desfogue catártico. 

Inés sonreía, pero todas sabíamos que estaba desconsolada y que apenas dormía. Sus ojeras fueron aumentando con los días. Llegó el momento de la despedida (no me avanzo, que este supone otro poema).

“Te vas, dejando un pedazo de corazón para nosotras. Tu cuerpo se alejará, pero tu nos llevarás contigo en tu alma. No es que quieras irte, es una obligación, te arrastra la familia que cambia el destino sin dejarte decidir.

Te vas con alegría, seguro que la novedad te motiva por sus misterios y sus promesas. Pero a la vez, lloras por lo que dejas y nos sonríes para ocultar el dolor. Ese contraste nos emociona, nos alegra y tu fortaleza calma un poco nuestro pesar. Si tú estás bien, nosotras también.

Nos dejas, sí, pero no por decisión propia. Nos dejas prometiendo volver, aferrándote a las palabras que queremos creer, que necesitamos creer, porque así el vacío no parece tan grande.

Nos ayuda pensar en lo que fuimos: un grupo unido, un espacio de amistad verdadera que la distancia no debe difuminar.

Te vas y aun así te quedas.” 



29/8/25

Perdona

Todo iba marchando bien con respecto a la amistad. Nos veíamos poco, solo en los patios del cole y un poquito a la entrada de la tarde. Ella estaba absolutamente enamorada del chico con el que salía. Pero sucedió algo imprevisto. Parece ser que “su amor” la había dejado por una chica de la que siempre había estado enamorado. ¿Y qué tiene que ver esto conmigo? Pues que hubo una confusión. Me explico.

Resulta que soy de las personas que, en casa, en vez de llamarme por mi nombre, me llamaban por un apelativo cariñoso. En principio, solo me llamaban así los amigos de mis padres y la familia. Pero un día, al principio de la preadolescencia, buscando mi propia identidad, decidí que en el cole también me llamaran por ese apelativo. Y en nada, todas mis compañeras, incluso algunas profes, me llamaron así, como si lo hubieran estado haciendo toda la vida. No era la única en tener otro nombre. Mamen, Tina, Cuca, Loles, Rat, eran algunos de los que se utilizaban en mi clase.

La confusión vino, porque la chica que había desbancado a mi amiga era llamada por el mismo apelativo que yo. Y la gente del grupo, se creyó que, cito palabras textuales, era yo quien “le había robado el novio”. La confusión duró más o menos cinco días, pero fue todo un drama. Conversaciones y susurros por aquí, por allá, malas miradas… Yo lo pasé mal, porque me sentí atacada y también por sentir una extraña culpa. 

Ahora, mientras estoy escribiendo esto, me siento ridícula. ¿Qué culpa más rara sentí? Si yo no tenía nada que ver con el asunto “novio”. Pero la adolescencia es así; antes de entrar en ella solo era como una planta que me alimentaba, crecía y hacía lo que me decían. Después, todo se convirtió en una explosión de sensaciones y sentimientos, pero que me hacían estar algunas veces fuera de lugar.

Por supuesto, una noche harta de sentirme así, escribí un poema, “Perdona”, muy sincero, pero que ahora considero que no lo tenía que haber escrito, porque no era a mí a quién correspondía pedir perdón. 

En él hablo de la culpa y del daño involuntario que a veces se causa a los demás. Supongo, que en mi fuero interno sabía que yo no había tenido responsabilidad alguna. El poema no iba solo dirigido a ella; se me mezclaba con la sensación de “portarme mal” en casa y tenía también en la mente a mi madre. Tuve una muy mala adolescencia y la que la sufrió fue ella porque me convertí en una niña muy, pero que muy rebelde y contestona. Así que, de alguna manera, también le estaba pidiendo perdón a mi madre. Aunque nunca llegase a leer mi poema (de esto me arrepiento ahora).

En él soy muy dura conmigo misma por esta mezcla de sentimientos. La dureza radica en el hecho de autocriticarme. También se puede entrever una empatía hacia cómo se siente la otra persona.  Recuerdo las ganas que tenía de salir de todo aquel galimatías de sentimientos y emociones. Siempre la culpa me ha provocado mucha inquietud y muchos remordimientos. 

Otro aspecto relevante del poema es que existe cierta contradicción ya que hay un aprendizaje sobre el amor y el dolor; empieza a desaparecer radicalismos: las cosas no son blancas o negras. No sé si con este poema quería desahogarme o no, no tengo un recuerdo demasiado nítido de él.

“Perdona, tengo la sensación de que a veces ensombrezco más que ilumino y esta es una de ellas. Verte así me duele y tengo la impresión que el daño viene de mí. En la vida hay momentos que las cosas se precipitan sin permiso y hieren sin que nadie lo quiera. 

Me pesa mucho más el daño que te he causado que aquel que recibo. Me esfuerzo en no fallar, pero acabo metiendo la pata. Hablo más que callo y muchas veces mi conversación ataca y roza donde duele. 

Siempre quiero hacer felices a mis amigos, a mi familia, pero parece que no lo consigo. Soy portadora de problemas y esto acaba hiriendo a las personas que más quiero.  

Quiero que sepas que más que nunca me duela a mí lo que he podido provocar en ti.”


28/8/25

Amiga

Amiga, así titulé mi segundo poema. 

Ya os conté que mi nueva amiga, había empezado a salir con un chico y nosotras tuvimos un poco de lío porque no nos veíamos demasiado. Solo a la hora del patio y siempre en grupo  

Habíamos creado una comunicación profunda y cuando estábamos solas hablábamos de nuestro interior, de emociones que sentíamos (estábamos en plena adolescencia), de asuntos de nuestras familias, de deseos, ilusiones, sueños, futuros… Bueno, de todo aquello que nos removía el alma y que, hasta hacía muy poco, no habíamos sentido antes.

Llevábamos varias semanas intentando encontrar un momento para nosotras. Estaba muy ilusionada con su primera relación amorosa y todo lo demás había perdido brillo. 

Me sentía muy rara. Acabábamos de empezar a ser amigas, amigas íntimas, de esas que a la salida del cole se quedaban una hora y media (a veces hasta tres horas, con la consiguiente bronca al llegar a casa) hablando en la esquina del cole, porque una se iba para un lado y la otra para el otro. Pero eso ya no pasaba. Se iba directamente a la puerta del cole de al lado del nuestro (el nuestro era de chicas y el de al lado de chicos) a esperar que saliera él.

Yo tomaba el camino de casa desanimada y triste. Ahora que sentía que tenía una verdadera amiga íntima no podía disfrutar de su amistad. Esperaba que fueran las ocho y media y la llamaba a casa, su hermana o su madre me decía que no había llegado, así un día tras otro.

Una noche, después de hacer los deberes y acabar con las obligaciones, me puse el pijama, di un beso a mis padres diciendo que me iba a dormir, cerré la puerta de la habitación, me senté en mi escritorio y “compuse” un poema titulado “Amiga”. La gracia de este poema es que lo escribí como si me lo hubiera escrito ella a mí.

El poema habla de la amistad verdadera y de lo que representa esa transición emocional hacia el descubrimiento del amor. Desprende un absoluto respeto a la relación de amistad que teníamos. Es un poema íntimo en tono confesional. Ella me habla directamente a mí; cada tres versos aparece uno de corto: “amiga”. 

Se intuye ese miedo adolescente a la pérdida de la amistad. Va implícito el evitar percibir el hecho como un abandono, para ello exalta la importancia de la relación de “amiga íntima”. Todo el mensaje está construido alrededor de la palabra “amiga”, que vertebra el poema. 

Es lo que tiene la adolescencia, que es la época donde se descubren nuevas formas de amar y por desconocimiento aparece el miedo a la ruptura de los vínculos ya formados. Creo que el poema es honesto y que denota cierta inteligencia al haberlo escrito haciendo ver que era ella quién lo escribía. Le da mucha más profundidad. 

La adolescencia es como las arenas movedizas, pero hundiéndote en las inseguridades; es un momento en el que se necesita agarrarse a la cuerda de la seguridad afectiva.

“Caminas conmigo desde hace poco, amiga mía, pero ya has sido el hombro en el que apoyarme, la voz que me defiende. Nunca me abandonas. Ya sabes que te admiro, aunque sea en silencio, y quererte me da una seguridad tranquila. Eres el abrigo que me protege.

Ahora, debo y quiero confesarte que no te olvido, ni me alejo, ni pienses que me desvanezco, pero he descubierto el amor. He conocido a alguien por el que quiero vivir, alguien que me convoca con una fuerza y una atracción, muy diferente a la tuya, pero igual de real.

No debes sentirte relegada a un rincón, ni pensar que nos estamos perdiendo. No, para nada es así. 

Tú sigues muy dentro de mí, en los estantes que guardo todo lo esencial. No te sustituyo. El corazón tiene lugar para cualquier tipo de amor. Amar no debe suponer el abandono de la amistad.

No lo dudes, seguiremos muchos años de la mano, cercanas, y a pesar de que nos toca ir descubriendo nuevos mundos, nuevos horizontes, tú vas a seguir siendo mi amiga íntima.”


27/8/25

Tú, solo tú; porque a pesar del tiempo siempre hay un Tú en mi vida. Cuando catas el amor, no quieres dejar de sentir ratoncillos en el estómago nunca más. Y a pesar de no ser correspondida, siempre prefieres estar enamorada, ya que, cuando ves a tu Tú, algo se remueve dentro de ti que te hace sentir viva y tener alguna razón más para vivir.

Cuando era niña, el “tú” solía ser una amiga, tú amiga del alma. Esos primeros sentimientos fuertes y profundos que se despertaron fueron los de la amistad, pues, a esas edades, la amistad se asemejaba al amor. 

La amiga íntima, en las primeras edades, se vive como una pareja. Cualquier pequeña modificación entre ambas puedes acabar causando un dolor. extremo Dejar de ser amigas supone una ruptura igual que si de un novio se tratase. Tal era la exaltación de la amistad en aquella etapa

“Yo tuve una amiga así, tú. Te admiraba tanto que vivía tus sentimientos como si fueran míos. Fue la primera vez que fui consciente de la empatía, sin conocer aún ese término.

Quise llamar tu atención. Había empezado a ir contigo y con tu grupo de amigas y aquella noche compuse un poema, un penoso poema, titulado “Tú”. La temática era sencilla, te describía: independiente (por aquel entonces sentía que yo me enfrentaba poco al poder paternal), responsable, sonreías continuamente y se te veía feliz (luego supe que habías empezado a salir con un chico, el hermano de una del grupo). Sabía que tú también escribías y escribir yo, me hacía sentir más parecida a ti, (cosa típica de la admiración)

Callabas y escuchabas, escrutabas todo lo que pasaba en el grupo con esa mirada sencilla y atenta. Apoyabas a la gente y la defendías dando tu rotunda opinión. Te descubrí soñadora y realista a la vez. “Soñabas sin dormir para vivir las historias deseadas”, me dijiste un día a la hora del patio paseando alrededor de la cancha. Amabas la vida y te la bebías a grandes sorbos y me la enseñarías a beber a mí así.

Te convertiste en mi vida, lo supe desde el principio. Te sentí cerca de mí desde el momento que nos sentamos enfrentadas, aquel día, en aquella granjita cercana al cole.  Ese día estaba el grupo entero. Nos sentamos en los bancos de la mesa fija arrimada a la pared y las dos que no cupieron se acercaron una silla. Te veía segura, te veía feliz. Cruzamos nuestras miradas un microsegundo, tiempo suficiente para ver en tus ojos que estabas herida. Me sorprendí al descubrir que te escondías tras una coraza. Te admiré más de lo que lo había estado haciendo. Estabas rota. Yo no sabía cómo llamar tu atención.

Aquella noche cuando hube escrito el poema, acabé el último verso: “¡Tú!... Sí, que es a ti. ¡Tú!”.

Apenas nos conocíamos; Nos habíamos visto en el cole. Tú ibas a un curso inferior que el mío. Empezamos a hablar porque las dos, después de comer, llegábamos a la puerta del cole media hora antes de que abrieran. Hablábamos de tonterías, nos reíamos con cualquier cosa. Poco a poco iban llegando tus amigas, las de tu clase y, así, sin más, como si fuera lo más normal del mundo, me incluiste en el grupo. La próxima vez que fuisteis a tomar algo ya contaste conmigo. Y este fue el día que estaba narrando al principio.

Cuando aquella noche escribí el poema, no era nadie para ti. Un poema que pasé a limpio y te lo di al día siguiente en el patio. Te lo leíste en silencio a mi lado. No dijiste nada. 

Al mediodía, delante de la puerta del cole, me pasaste un folio doblado dos veces: me habías contestado con otro poema.

Lo habías titulado igual que el mío y utilizaste la misma idea, plasmar la visión que tenías sobre mí. Y lo concluiste con la misma frase que yo.”

A partir de entonces nos hicimos amigas, amigas íntimas, como se decía en mi época, o sea, mejas (mejores amigas), como se dice ahora.


26/8/25

Noches de insomnio, de nuevo

No sé qué me pasa, vuelvo a no poder conciliar el sueño. Ya no sé qué inventar para dormirme pronto y para no despertarme tras tres o cuatro horas de sueño. Llevo ya tres meses así. Hace una semana, parecía que había conseguido normalizar mi sueño, pero ayer descubrí que no era así.

No hay nada que me preocupe, ni tengo nervios por ningún asunto. Sencillamente, me acuesto y tengo los ojos bien abiertos y la mente activa. Hago respiraciones lentas para ver si me invade el sopor y apaciguo mi mente. Me pongo podcast a ver si con la voz bajita, a modo de mantra, concilio el sueño, pero na de na. Leo una hora cuando me estiro para que los ojos entren en estado de somnolencia, pero nada de nada.

Al final, ayer, me rendí ante el insomnio y me dije: “ya caeré en brazos de Morpheo cuando no pueda más”. Así que dejé volar mi imaginación. Me transportó a mi adolescencia. Desde los 80 hasta los 91. Me acordé que tenía unas libretas con muchos poemas escritos, que se habían salvado de la quema cuando decidí destruir aquellos diarios de adolescencia, porque quería que se quedara, aquella época convulsa de emociones, solo para mí.

Me levanté, me fui al despacho y tras abrir un montón de cajas llenas de libretas, los encontré. Cogí la primera libreta de poemas que había escrito y me fui a la cama a leerlo. Hacía muchos años que nos les prestaba atención. 

Sus hojas amarilleaban e incluso marroneaban y con una letrita minúscula hecha con una pluma y tinta negra se podían ver unos escritos sin rima, ni ritmo, ni métrica alguna que ocupaban el centro de la hoja empezando en la mitad de la línea y sin llegar al final a los que llamaba poemas. 

Me sorprendió descubrir cómo mis sentimientos de entonces estaban a flor de piel, crispados y vívidos. Y los temas… los temas que trataba no han evolucionado demasiado y los sigo tratando ahora aunque supongo y espero que desde un punto de vista más maduro. En los años 80 tenía yo 17 años. Venía de una educación en la que se hablaba poco de sentimientos y, nada, de educación emocional. Descubrir el espectro de mis sensaciones y emociones fue toda una aventura.

Y aquí estoy, con tres libretas amarillentas y ajadas (alguna hoja está medio desprendida) llenas de lo que fue el inicio de la adolescencia entre los 17 hasta los 28 años. Cabe decir que en aquella época de desinformación general, la adolescencia empezaba más o menos sobre los 15 años y según lo que tardabas en madurar, se podía extender hasta casi los 30.

Cuando paré de leer a ver si ya podía conciliar el sueño, con la luz apagada se me ocurrió que podía intentar, de cada poema sacar un escrito. Extraer las sensaciones y las metáforas y convertirlo en un texto. Me motivé en seguida y aquí estoy, hablando del experimento. 

No sé si lo conseguiré, si resultará aburrido o no, si va a ser posible o será una repetición de los mismos sentimientos, pero lo voy a intentar. Me apetece. Nunca he reestructurado algo que he escrito para poder aprovecharlo ahora que tengo algo más de facilidad en la escritura; ¡a fuerza de practicar, ya se sabe! Me parece un buen reto y si funciona, mis penosos poemas habrán servido para algo más que para, en aquella época, llegar a conocerme.


25/8/25

¡Qué bien os lo pasáis!

Se me han despertado los demonios. Pensaba que ya habían vuelto de donde habían salido, pero, no. Aquí los tengo, sentados en mis hombros. No paran de susurrarme todo aquello que no quiero oír. “Para esto somos demonios”, me han dicho.

La cadencia de sus susurros se mezcla con mis ruidos cerebrales, que no son pocos. Imposible escribir así; imposible vivir así. Saben que desde que no estás te escribo en cada vacío. Relleno los espacios con las letras de tu nombre. 

¡Dejadme en paz! No quiero escribir sobre ella. Ella se fue y yo caí; Ahora lucho por levantarme y mantenerme en pie. Su mirada era mi caricia preferida. Cálida, tranquila y con ese brillo juguetón que tanto me gustaba. Busco esa mirada en todas las personas que me cruzo. ¡Basta! ¡Largaos! Quedamos que no me molestarías más. Estáis faltando a vuestra palabra. “Por esto somos demonios.”

A golpe de realidad aprendo la soledad que me has dejado. Me he quedado en el lugar donde nuestros caminos se separaron, mirando al último punto visible del que tomaste tú, para ver si te veo volver. ¡No aguanto más, juré no volver a escribir sobre ella! “Para esto hemos vuelto. Te ayudamos a recordar. El recuerdo quema más que el fuego. Por esto somos demonios.”


24/8/25

Todo pasa y todo vuelve, pero lo nuestro es trotar.

Y en medio de esta maraña de caos que es mi vida, me llamas por teléfono. Solo ver tu número iluminado en la pantalla me deshilacho. Te borré de mis contactos. Pero no sirvió de nada porque llevo el número clavado en el corazón, como si de una estaca se tratara. 

Suerte que el pensamiento es rápido y en menos de tres tonos, puedo disipar todas las dudas de si te contesto o no. No te voy a contestar porque sigo haciendo equilibrios sobre una cuerda que se convierte en soga al llegar a mi cuello. Pero el dedo, con su libre albedrío, desplaza el topo verde produciéndome una ducha de cristales helados que cae sobre  mi alma. Helada me quedo. Ha podido más la costumbre que la razón.

Me quedo mirando el móvil, perpleja e inmóvil, sin saber si voy a ser capaz de acercármelo al oído o no. Desde dentro del aparato me llega tu voz sorda que dice “hola”. He llegado lo inevitable… me lo acerco rápidamente a la vez que pronuncio un “quéquieres”.

¿Esto que duele, se revuelve como un pez que cuelga del sedal con el anzuelo en la boca y palpita de tal manera que me ensordece desde el interior es mi corazón? Si estaba roto, ¿cómo es que ahora funciona con energía?

Intento escuchar, con el móvil fuertemente apretado en la oreja, lo que me estás diciendo, pero no lo consigo. Debiera prestar atención pero la necesito para controlar todo ese despliegue de sensaciones que han aparecido de golpe tras varios meses de inactividad vital y que me dan la sensación de que voy a explotar.

En un acto reflejo, me separo el móvil de la oreja y cuelgo. El sudor frío ya empieza a dominarme y una especie de retorcijones me cierran la boca del estómago y hacen que mis piernas flaqueen.

Me pellizco, ¡ay!; no, no es un sueño.


23/8/25

Cosas que me pasan

Me encanta iniciar una actividad absorbente que me eleva del suelo y hasta que no la acabo, no soy consciente del tiempo que me ha ocupado, ni de cómo me siento (si tengo sed o hambre, si estoy en una postura incómoda, si tengo alguna necesidad vital). Solo sé que mi mente se pone en dirección a la actividad y que arda Troya a mi alrededor, que ni me voy a enterar.

La escritura, a veces, se vuelve así. Cuando esto ocurre y acabo de teclear como una posesa, siempre me acuerdo de Cervantes, en el momento en que el Quijote se le escapaba de la pluma y campaba a sus anchas por el papel.

A mí me ha pasado alguna vez con la escritura y la sensación es bastante… ¿orgásmica? Supongo que anda cerca del “Eureka” de Arquímedes y la segregación de dopamina. Y es que creo que soy adicta a esa hormona. Necesito sentir ese baño cerebral de placer que produce la absorción de mi atención.

Hay temporadas que la alcanzo con bastante facilidad y otras, que a pesar de buscarla como una loca, no la logro encontrar. Ahora estoy en este último momento del que acabo de hablar. No encuentro esta sensación en nada de lo que estoy haciendo.

Pero no desisto ni desespero en su búsqueda. Sé que no es fácil llegar a ese punto y aunque cueste tiempo y dedicación para encontrarlo, sé que vale la pena. Por eso me hallo como una cazafantasmas buscando a un espectro. Sé que si no abandono, en cualquier instante entro en este estado. Así, que voy a por ello.


22/8/25

Análisis de daños

Ahora que por fin estoy cogiendo el ritmo en la escritura, se me van a acabar las vacaciones y de nuevo, por trabajo, tendré que priorizar asuntos que me van a impedir sentarme tranquilamente delante del teclado.

Este verano, me ha costado mucho más sacarme de encima el cansancio acumulado, cosa que ha conducido a perder el tiempo (que no ha sido pérdida, pues he recobrado la energía que había invertido) tirada en un sofá o ¿era engullida por él? 

Tantos días he estado sin actividad, dormitando de un lado a otro del sofá, que mis músculos han empezado a perder su tonicidad y ahora me toca volver a ganar la fuerza (pues las ganas ya las he recobrado) para que mi funcionalidad no se vea mermada por esta nueva dinámica en la que he caído.

Ha sido un verano disparatado. No recuerdo haber tenido tantos proyectos y no haber cumplido ninguno por abuso de sofá. Gime agriamente mi interior: ¿cómo he permitido que pasara esto? No me vale pensar que he invertido el tiempo en descansar. No lo puedo aceptar. Vale que se descanse, pero no tanto. 

Quería dedicar el verano a la fotografía. A conocer el funcionamiento de mi cámara. No ha sido así. Hoy, le estoy cargando la batería. Tengo una semana para poder experimentar con ella, luego, al trabajar, el empuje del día a día ya irá dictando mi quehacer. O sea, permanecerá guardada esperando un momento que no voy a tener para poderla utilizar. 

Debía, también, según mis expectativas, poder dedicar un tercio de mi día a dibujar. Con la rotura del brazo derecho hace dos veranos y lo poco que he ido practicando he perdido calidad en mi línea de dibujo y me está costando que el trazado sea tan bueno como lo había llegado a ser. He dibujado, sí, pero solo ejercicios que me he puesto para poder volver al estado anterior. No he creado, ni dibujado, viñeta alguna. Ni tampoco he desarrollado ninguno de los proyectos que suelo desarrollar. Queda todo pendiente.

Tenía en mente corregir unos pequeños relatos que tengo desde hace años para ver si son susceptibles de auto publicármelos. Por supuesto, no lo he hecho. Aunque a mi favor diré que ya lo he comenzado.

También estoy creando unos monólogos para ver si se pueden realizar teatralmente. Ya veremos. Al principio estaba muy motivada y no dudaba de su calidad. Ahora, no sé si todos son más o menos iguales y podrían llegar a ser tediosos. 

Tengo más cosas a medias, que si hubiera empezado el segundo día de mis vacaciones, ahora muchas estarían a punto de acabarse y no me sentiría como si fuera de aquellas personas que todo lo tienen a medias sin concluir ninguna cosa. 

No, no soy de las personas que se cansan a mitad de proyecto. Al contrario, soy de las personas que acostumbran a concluirlos, estén bien o mal. El caso es que disfruto de todo el proceso. Pero es que, este verano, no he estado en ningún proceso, salvo el de fusionarme con el sofá. Eso es de lo que me duelo ahora. Si tuviera que adjetivar estas vacaciones diría que han sido vacuas. 

A ver qué hago con esta última semana que me queda. Por de pronto, me acabo de preparar más té.


21/8/25

Rendición

He claudicado. No voy a conseguir nunca el amor. Ya sé que no se puede decir nunca, porque no se sabe lo que nos deparará el futuro, pero yo sí que digo nunca porque nada en la vida he tenido más claro.

¿Fue acaso delito desearlo con tantas ganas? ¿Puede que haya sido una osadía  o una necedad pensar que llegaría a conseguirlo? Me daba igual qué tipo de amor, uno en mangas de camisa, uno corriente y moliente, aunque nunca imaginé que los que tuve fueron menguantes. La belleza de las cosas, ¿no consiste en que duren para siempre? 

¿A qué ha jugado conmigo el destino? Pensé que siempre sería agradable conmigo y ahora no me queda más que mirarle estupefacta: ¿esto tenías preparado para mí? ¿Dónde has escondido mi prosperidad amorosa? ¿La he tenido alguna vez? Era fácil ceñirte a mis deseos, no eran nada del otro mundo, pero no debían pasarte inadvertidos; pensé que éramos amigos, tú y yo. Me has vapuleado el alma y me has causado inquietud. Y si me siento así es porque no he aceptado tu decisión. Por esto, ahora que nada busco fuera de la tranquilidad, después de luchar con uñas y dientes contra tus deseos, te informo: he claudicado, has ganado tú.


20/8/25

Laboralidades y otros demonios

“A la gente que le gusta hablar de los otros es aquella a la que no le gusta hablar de sí misma.” 

De nuevo aparece una frase en mi libreta de la que no recuerdo si la oí o la leí. Creo que no tiene la más mínima importancia su procedencia, aunque sí que la tiene su calado. Releyendo el otro día dicha libreta fue la frase que se me quedó en el consciente y a la que dediqué un tiempo antes de quedarme dormida.

Es el mejor momento del día para dejar que el pensamiento campe a sus anchas, aunque a veces lo condiciono con algo que he visto, oído o leído o, por supuesto, con algo que ha pasado.

A mí me cuesta hablar de los demás, prefiero hablar de mí misma que es la parte que más controlo, pero a veces te ponen entre la espada y la pared porque quieren saber tu opinión sobre algo que ha pasado y, claro, siempre hay un protagonista al que juzgar

No me gusta, nunca me ha gustado. Muchas veces cuando las conversaciones siguen este cauce, me callo. Pero un buen día, me di cuenta de que eso era ser asocial, que al fin y al cabo, todo el mundo opina y habla sobre las vidas de los demás, así que me lancé a hacerlo yo también.

La verdad es que me ha comportado más conflictos que otra cosa y que sigue sin gustarme. Por lo que el año pasado decidí que se había acabado. Pero aún ahora, sigue siéndome difícil salir del círculo dónde me había metido.


Por otro lado, otro aspecto curioso que me ocurre es que en el trabajo, si mi amiga o mi amigo se enemista con un compañero, parece ser que lo correcto es que yo me posicione en su lado y comentemos hasta el odio el hecho en cuestión que los enemistó. Y eso crea una energía negativa que con los años se enquista y es muy difícil de romper. 

Entonces, llega un día tu amigo/ y te dice que ya se le ha pasado el enfado, que yo no odia ni maldice a la persona y que ahora quedan para tomar algo, como antaño. Parece que es una buena noticia… pero no tanto; porque resulta que tú que no habías tenido nada que ver con el conflicto, pero sí que te habías posicionado y creado también esa energía negativa, ahora sigues en ese punto y sin motivo para solucionar nada porque nunca paso nada contigo…

Después de tantos años que te ha ido calentando la cabeza y el alma, después de tanto escuchar despotricar a tu amigo/a, ahí estás tú, sin poder ir a tomar nada con el compañero o compañera cuando va a tomar algo con tu amigo/a, quedándote sola tras la mesa de tu despacho pensando en lo tonta que has sido y en que cada uno se tiene que lavar su ropa. Todo por haber querido apoyar, como te fue pedido, a tu amistad laboral.

A veces es necesario escribir sobre estas cosas para poder leerlas.


19/8/25

Llueve

Necesitaba una tregua solar. No podía aguantar más el crepitar de mi piel bajo el sol. Necesitaba un día nublado, lleno de lluvia monótona a juego con mi monótona vida. 

Y hoy, como si me hubiera tocado en una tómbola, aquí lo tengo: cielo gris, silencio de agosto y una suave cortina de gotas de lluvia que, ni siquiera, al golpearse contra el suelo, hacen ruido.

Desde donde escribo, veo la calle con sus transeúntes debajo de paraguas de diferentes colores. No es igual la lluvia de invierno en donde el cromatismo de los estos se mueve en escala de grises, que un día de agosto que se utilizan paraguas donde se puede ver todo el espectro cromático como premonición del arcoíris que saldrá al final, cuando las nubes se disipen y el sol pueda incidir en la microgotas que cuelgan del ambiente. Cosa que espero tarde en pasar.

El cielo opaco siempre me ha gustado. No me perturba nada, ni las lluvias ni las tormentas. Son parte de la vida y de nuestro interior. Porque confieso: hoy también llueve en mi interior. Y cuando tienes el corazón nublado, sueles distorsionar la realidad y se vuelve un imperativo volver a tenerlo soleado. 

Pero voy a dejar un rato que la lluvia caiga a su placer interiormente, porque la exterior no la puedo controlar. Que resurja ese olor a hierba mojada y almalimpio que tanto me gusta y en las dos atmósferas se pueda respirar profundamente para que el suspiro sea lo más puro posible. 

Y voy a callar aquí mi texto porque “cuanto más hablo, menos digo”.


18/8/25

Un trocito introspectivo

Encontré un artículo en El Cultural que trataba de un trabajo documental que han hecho los Javis a Pedro Almodóvar.  

Pedro nació cuatro años antes que yo, se puede decir que es de “mi quinta” y mientras él crecía, yo también lo iba haciendo. Yo no viví la movida madrileña, porque no soy de Madrid, pero sí que viví los ochenta y los noventa con la misma intensidad que él, aunque no tan productiva. Así que no puedo menos que sentirlo cerca y, algunas veces, hasta paralelo a mí.

No he visto todas sus pelis y muchas de ellas, que fueron vistas cuando las estrenaron, no están visionadas desde el análisis de la madurez. Por esto, ahora, me propongo buscarlas por las plataformas para ver su filmografía de forma cronológica. Esta vez no voy a ver cada película como una unidad, sino como el conjunto de una vida produciendo películas.

De vez en cuando hago esto: busco todas las pelis que ha hecho un director y me las miro cronológicamente, o las que ha interpretado una actriz o un actor, o las que tratan de un mismo tema, o todas las del mundo Marvel…

Parece un tópico, pero me hubiera gustado ser una buena guionista de cine; sí, nunca he querido ser ni princesa ni astronauta. Me he decantado siempre por la escritura. Recuerdo mis primeros escritos que eran burdas copias de los libros de Enid Blyton que leía. Anda que no luché para que me regalaran una pluma. Me pasaba horas escribiendo mis libritos. Aún debo conservar alguno por alguna libreta. Nunca leyó nadie nada de lo que escribí. Además, cuando mi padre se cambio la máquina de escribir del despacho por una eléctrica, me la regaló a mí. Estuve un montón de tiempo pasando mis escritos a máquina. ¡Cuántos años estuve entretenida!

Durante mi adolescencia, me dio por escribir poemas. Nada tenía de poema lo que escribía salvo que cambiaba de línea antes de llegar al final, para conferirle a mi escrito la visualidad de la poesía. Ni ritmo, ni rima; ausentes absolutamente.  De lo único que me sirvió fue para mostrar una adolescencia candente, llena de emociones bastante descontroladas y miedo a no encontrar el camino de la madurez. Eso sí, pisando fuerte para no sucumbir entre tanto caos.


14/8/25

Tengo mala suerte

Últimamente, mis lecturas no me satisfacen. Me leo unos libros que son un rollo o un tostón y que no me sirven demasiado para ampliar ni mis miras ni mis crecimientos. 

Cierto es, que siempre hay algún fragmento que cala e incluso que transcribo para no olvidarlo, pero ¿qué es un fragmento comparado con un libro de unas trescientas páginas?

He aprendido que esto de las malas lecturas va por rachas. Se ve que cuando los compro no presto la suficientemente atención a su reseña y acabo teniendo montañitas de libros que he sido incapaz de leer. 

Sea como sea, sé perfectamente que mi abordaje en cada uno de los ejemplares que tengo, es siempre con la ilusión y el deseo de una buena singladura, pero últimamente no llego a buen puerto y dejo la lectura a su propia deriva.

He estado leyendo un artículo informativo del libro “Fuera de la Carretera”, escrito por Carolyn Cassidy, la mujer de Neil Cassidy, uno de los componentes de la Generación Beat. Resulta que narrada la Generación Beat desde el punto de vista de la mujer de uno de ellos, cambia absolutamente la perspectiva de la realidad. Las drogas del marido, el abandono, los cuernos e infinidad de cosas que tuvo que aguantar, entre ellas gastarse todo el dinero en un coche para poder irse dejando a su mujer con un bebé y sin pecunia alguna, me han desmitificado dicha generación.

¿Me compraría este libro? Sí. ¿Lo voy a hacer? No. Creo que no me gustaría. Según mi criterio de elección creo que estoy en una mala racha. Mejor espero a comprármelo cuando me vuelva a cambiar la suerte.


13/8/25

Escribir, divino tesoro.

En viejas libretas me encuentro apuntes de temas que pretenden ser un recordatorio para aplicar en diferentes campos de mi vida.

El que he encontrado hoy, se refiere a la escritura. No recuerdo de dónde lo he sacado ni cuándo los apunté; la libreta en cuestión creo que tiene alrededor de diez años. Sí, ya sé que estoy vaga con respecto a la escritura, pero este verano quiero enmendarme y coger un buen ritmo.

En uno de los apartados pone:

-Escenas de acción: es donde se produce la acción

-Escenas reactivas: el protagonista piensa en lo que ha pasado.

-Describir con los cinco sentidos: “botellas de perfume ordenadas por su altura” (lo que nos permite empezar una definición del personaje) Es el lector quien descubre los datos.

En pocas palabras, “mostrar más que decir”, una máxima de la buena escritura que conozco a la perfección, pero no sé si aplico. Porque cuando empiezo a escribir dejo volar mis dedos a ritmo de pensamiento y nunca sé qué camino va a tomar este.

Cierto es que luego intento corregir y perfeccionar lo escrito; es la parte que menos me gusta. Pero como sé que debe hacerse, lo hago, a desgana, pero lo hago. Y cuando estoy en ello, no soy consciente si tengo en cuenta todas estas cosas que voy aprendiendo de esos manuales de escritura que no son recetas ni atajos.

Estos libros contienen ejercicios, que si debo ser sincera, me despiertan una gran pereza cuando los intento hacer, por lo que, en general, solo me leo la propuesta y me digo: “vale, esto lo sé hacer”.

Tengo otro apunte que dice: “nada de conversaciones triviales ni intrascendentes”. Se refiere al diálogo, por supuesto. Te recomienda ser inteligente y analítica. Evitar sobretodo que un personaje informe al otro para que el lector conozca dicha información. Eso es patatero, muy patatero. 

De ahí el oficio del escritor. Se refieren a todo esto cuando en la crítica de alguna novela hablan y dicen: “el escritor conoce mucho su oficio”. Y yo sonrío. No es mi oficio, para nada, ¿pero yo lo conozco? 

Me sincero: a mí me resulta excesivo tener que controlarlo todo. Tener que hacer diferentes correcciones según su sintaxis, según su estructura, según sus saltos cualitativos, según la coherencia de personaje, según, si, so, sobre, tras. Me resulta excesivo todo esto cuando lo único que quiero es escribir.

Me gustaría escribir bien, cercana al lector, tener facilidad para ello y conseguir textos que gusten, remuevan y conmuevan. Supongo que es lo que le gustaría a cualquier persona que escribiese.  Creo que ya ha llegado un momento en que necesitaría oír las críticas de las personas que leen lo que escribo. 

Lo peor, para mí, es tener una idea sobre la que quiero escribir. Por experiencia sé que cuanto más escribo, más fácil me resulta tener dichas ideas. Ahora debo subir la rampa de lanzamiento para volver a encontrar dicha facilidad.

En ello estoy.


9/8/25

Soledad, mi nueva compañera

Como más me hallo en soledad, más atrapada por ella estoy. Me paso los días suspirando un cambio en mi vida porque ya ni siquiera salgo para hacer nada; escritura, lectura y dejarme engullir por el sofá. Estoy en casa, con una rutina que me he creado para no ser consciente de que no pasa el tiempo, sin embargo, los días se suceden sin aprovechamiento alguno y sin nadie a mi alrededor.

Y cuando aparece alguien para sacarme de dicha soledad, me siento sin ganas de salir, porque tengo miedo a separarme de mi nueva realidad. 

¿Llevo ya veintiún días y la soledad ya se me ha vuelto un hábito? Debo luchar contra mí misma para no convertirme en un vieja pelleja solitaria e insufrible. Porque la soledad, va cambiando el carácter, lo agria, lo aja y luego no puedes volver a ser la persona que eras, porque tu ser ha sido absorbido por el silencio, el propio abandono y sobretodo por el sofá.

Y aunque parezca que estás de acuerdo con lo que está pasando, porque no luchas y te dejas sucumbir, en realidad lo que estas haciendo es dejarte arrastrar por una corriente de desidia porque te has vuelto frágil y no tienes ganas de romperte. No. Ahora, no, no cabe una recomposición, no hay fuerzas para ello.

El sofá se ha convertido en tu jergón. Tiene tu forma y tus pensamientos. Has perdido aquella actitud visceral que te caracterizaba. Ahora vives una soledad específica. Entre tus dedos se escapa la belleza de los instantes. No hay momentos, el tiempo se ha convertido en una masa informe a la que soy afín. Principio y final son lo mismo. Y así va derivando lo que un día fuiste y hoy no eres.

Brota una verdad superior y te preguntas: ¿cuándo te perdiste?


8/8/25

De cómo los aparatejos me quitan la tranquilidad

No sé por qué tengo ese miedo cerval a todo lo que sea un móvil y un ordenador. Me pongo enferma cada vez que algo falla en alguno de los dos aparatos. Me socava el tema; me debilita la autoestima y me obliga a controlar el ansia que se me dispara. Es como si la técnica se dedicara a hacerme aguadillas, pero seguidas, sin dejarme recuperar el aire.

Cada vez que pasa, se establece dentro de mí un gran silencio; empieza la sudoración, la imaginación se dispara formando distopías de universos en los que sucumbo por no poder arreglar el fallo técnico, cambio la velocidad de respiración hasta llegar al jadeo; me siento desmayar

Y esto es porque, queramos o no, le conferimos demasiada prestancia a estos dos aparatos. No nos pasa lo mismo con la batidora o el exprimidor. Si no funcionan es porque se han roto y no pasa nada si no bato o si no exprimo, siempre hay un tenedor a mano para ayudarte.

Ni siquiera me pasa con la moto. Si no va, la llevo al mecánico y fin del problema.

Ahora la tontería es que no se me abre una página web, me sale el famoso “403 Forbiden” y el resto de la página todo blanquito. Ese miedo al blanco. Esto me pasa en el móvil, porque en el ordenador sí que se me abre y funciona todo correcto. Sé, además, que no se utiliza la misma web para ordenador que para móvil y que lo mismo falla porque están haciendo una actualización. Esto lo he aprendido con los años. Pero todo esto no impide que sienta cierta inquietud en mi interior y que no haga más que comprobar si va o no va la página de nuevo.

No sé si me vale la pena tanta técnica que me crea inseguridad a la primera de cambio. En fin, otra cosa más que voy a tener que gestionar con mi psicóloga.


7/8/25

De amores y otros demonios

Si tuviera que hablar del amor, mi último amor, empezaría diciendo que fue sucinto. Nada más conocerla, me quedé imantada a ella. “Esto no es puede ser sano,” me dije pero no me escuché. La chispa que se produjo al cruzar nuestras miradas forjaron el camino que íbamos a tomar. Un camino, que por aquel entonces no sabía que era mejor no empezar.

Nimbadas de un halo de clandestinidad, empezamos a construir nuestro amor. Este se forjó rápidamente. Tanto para ella, como para mí, no podía ser de otra manera. Por fin la vida nos había juntado y nosotras por obcecación, no vimos más allá de nuestros sentimientos exaltados.

No debía empezar así. Siendo audaz e intrépida, sin valorar las consecuencias de ese amor. Solo quería vivir de él, bebérmelo a grandes sorbos. Pero cuando haces esto, el amor se acaba en seguida y se establece dentro de ti un gran silencio que socaba tu esencia. 

Solo te queda guardarte las palabras y sanar la ausencia, esa ausencia que resulta dolorosa, pero necesaria para volver a ser tú.

Sabes de antemano que lo único que conseguirás será el semiolvido de ese amor, que, rota como estás no vas a tener otro, se convertirá en el gran amor y el gran dolor de tu vida.


6/8/25

Secretos que son silencios o silencios que son secretos

Necesito vivir un amor clandestino, un amor sin papeles. Secreto y silencioso, que me permita de nuevo sentirme viva. Porque si no estuviera sumida en la cotidianidad de mi vida, emprendería la búsqueda de ese amor.

Un amor profundamente discreto que me permitiera sentir. Un amor en donde el silencio fuera casi una confesión forjada por la contención. 

No, no haría falta ser correspondida. Creo que, sencillamente, amando yo, ya tendría suficiente; solo necesito sentirme viva de nuevo. Ver qué mis días amanecen con un deseo. Ver que no me hallo solo esperando a que pase el tiempo.

No es que viva en la incertidumbre de la espera. Ni siquiera espero. No es más que un deseo; un pensamiento que a veces se apodera de mí unos segundos y me hace sentir en lo más hondo de mi quintaesencia cómo quisiera vivir a partir de ahora. Pero tal como aparece, desaparece sin crearme inquietud, sin inmutarme por lo tener un deseo que no se cumple ni se verá cumplido nunca.

Mi deseo vive recluido en mi interior, sin hacer ruido, sin dejarse notar, nada más que de vez en cuando, para que yo sepa que no estoy sola, que vivo con él, que me mantiene a flote.

Si me preguntan por lo que a veces siento, desmentiría su existencia con tanta insistencia que lo convertiría en una confesión. Por esto, no hablo ni me hablan del tema. 

Vivo así porque así soy yo.


5/8/25

Sintaxis interna

Leí: “la escritura del yo abunda tanto que hace sospechar si no vivimos un momento de precaria invención”.

Me dio mucho que pensar ya que precisamente soy yo una de esas personas que escribe sobre ella y su propio mundo. En vez de ficcionar y crear relatos o historias que tengan a ver con los otros o que no tengan a ver con nadie más que con lo que se narra o con lo que ocurre en el texto.

Antes no era así. Me inventaba personajes y situaciones para mostrarlos. Escribía sensaciones y emociones que no eran las mías y era muy capaz de crear pequeñas historias y pequeños mundos. Más de una y de muchas veces debía aclarar que lo que escribía no era más que ficción, que lo único que tenía que ver conmigo es que lo había escrito yo.

¿Por qué he cambiado mi escritura literaria por la escritura del yo? Al fin y al cabo, a mí nunca me ha gustado mostrarme, ni hablar de mis intimidades, ni compartir todo ese tipo de cosas que entran dentro de mi propio ser.

Creo que es crucial que vuelva a mis orígenes, a nivel escritura. Mis textos de entonces me proporcionaban más placer y orgullo que los de ahora; que cuando acabo de escribirlos y los releo, me doy cuenta que las palabras que he estado hilando me incordian.

Va a ser necesario cierto tiempo de consciencia, para volver a imbuirme dentro de la ficción. Así, que sin pérdida del mismo, me voy a activarla, la consciencia, digo, para encontrar ese filón inagotable de ideas, que ahora es radicalmente ajeno a mí. 

Disculpen las molestias.


3/8/25

Todo está escrito

Debiera estar durmiendo, que es lo que me apetece hacer ahora. Pero, no. Mi consciencia me activa la responsabilidad: “Si te acabas de levantar, no toca estirarse en el sofá a hacer, ¿cómo la llaman?, la siesta del carnero”.

Y aquí estoy, obediente para no decepcionar a mi consciencia, o sea, a mí; mientras, saco fuerzas de mí misma e intento encontrar un tema de interés para poder, al menos, escribir un rato. 

La contención de lo que me apetece hacer, contra realizar lo que debiera, es tal que se convierte en lucha. Pero sé, que en algún instante de esta batalla, la ganaré yo. ¡Qué ironía!, si yo soy la luchadora de ambos bandos.

Y aquí estoy, con el corazón en los pies porque ha ganado la razón (creo que yo estaba a favor de la pereza), con un teclado en las manos y bostezando a mandíbula abierta mientras los ojos se me llenan de sueño y lágrimas. Pero sé perder y más contra mi misma. Llevo años moviéndome en estas lides. Apenas noto esa punzada de desasosiego que aparece después de este enfrentamiento; ahora se trata de irlo venciendo. Y aunque mis palabras parezcan nimbadas de un halo de fracaso, no debe preocupar, porque no es más que la modorra de un domingo por la mañana que, como buena ocupa, no quiere desalojar mi ser o mi no ser.

¿Ser o no ser…? ¿Le pasaría lo mismo que a mí a Hamlet?


2/8/25

Datos

No sé si es cierto, no lo he cotejado con nada ni nadie, pero una vez leí que “los esturiones pueden vivir más de un siglo. Pertenecen a la época de los dinosaurios. Se empiezan a reproducir entre 15 y 33 años y actualmente están en peligro de extinción”.

Sí, sí, he hecho la consulta y la IA me ha contestado que algunos individuos pueden llegar a los 150 años.

¿Y a qué viene esto? Ni idea, me ha venido el dato a la cabeza. Es bien cierto que cuando algo te llama la atención se te queda gravado en la memoria. 

Un anochecer, en una terraza de casa de una amiga, mientras el cielo iba perdiendo la luz solar y mis pupilas daban la señal al cerebro de ir segregando la melatonina para poder conciliar bien el sueño, hablábamos sobre los diferentes pisos en los que habíamos vivido a lo largo de nuestra vida. De casi todos tenía una idea concreta de cómo era su distribución. Menos de uno, que me faltaba situar el lavabo.

Llevo analizando y buscando en los cajoncitos de mi memoria dónde puedo tener almacenada la ubicación del lavabo. Un espacio que sin lugar a dudas debía haber utilizado diariamente durante todo el tiempo que estuve viviendo en aquella casa, que fue más de cuatro años.

Imposible recordar. Aunque no sé si por estar pensando en una habitación donde nos duchamos, nos aseamos y nos lavamos, todo con agua, lo he relacionado con los esturiones. Porque pensando en donde ubicar ese lavabo en mi plano mental, de repente, me ha aparecido el asunto esturión. Lo mismo fue una época en la que probé el caviar, no me gustó y fui al lavabo a escupirlo. O lo mismo, tengo un desorden en el archivo de mis recuerdos. 

En fin, seguiré investigando.


25/7/25

Hoy me he levantado así

Nada más poner el pie en el suelo, me he escaneado porque me sentía rara y he descubierto que tenía el pecho henchido, apoyaba con más fuerza los pies sobre el suelo y, apenas se notaba, pero tenía la barbilla que apuntaba ligeramente hacia arriba. No me dolía nada: ni cabeza, ni garganta, ni estómago. Más bien al contrario. Sentía un alivio que confería una desconocida volatilidad al cuerpo. Notaba mi cuerpo etéreo, ingrávido, poco corpóreo. 

Tengo inflamado el ego. Sí, inflamado. Es lo que me ha dicho el espejo. Seguro que tanto pensar y tanto pensar me ha llevado a un empacho de mí misma. Suele pasarme cuando me ensimismo más de cinco días y no salgo de casa, tengo tanto exceso de autoestima (para compensar la dichosa soledad) que como efecto colateral se me enardece el ego.

Me ducho, me visto y empiezo con el tratamiento: menos ombligo del mundo y más mundo en el ombligo.


24/7/25

El mito de Sísifo

Esa ruptura no era presagio de nada. Clara pretendía alejarse de quien le había hecho tanto daño y recuperar esa luminosa carcajada que había sido tan característica suya. 

Habían roto, sí. Lo suyo no funcionaba por mucho que lo hubieran intentado; Nadia no se fiaba de ella y siempre buscaba el conflicto para culpabilizarla de todo.

La decisión estaba tomada. Parecía que ambas la aceptaban. Sentadas en el sofá de casa, miraban a la pared de en frente. Nadia haría sus maletas y se iría aquella misma tarde. Clara callaba, no quería reducir sus esperanzas a simples palabras. Hacía tiempo que se lo habían dicho todo; lo malo, porque lo bueno había ido desapareciendo conflicto tras conflicto. El vaso se había roto; todas las gotas lo habían colmado.

Nadia se levantó y se fue hacia la habitación. Clara continuó mirando la pared. No quería poner nombres a sus expectativas, ni quería hacerse ilusiones, ni saborear las infinitas dimensiones que esta ruptura le podía aportar.

De pronto, Nadia volvió con una camiseta que le había regalado Clara y se tiró a sus pies llorando y suplicando que no rompieran, que iba a cambiar, que sabía que era ella que era muy celosa, pero que iba a poner remedio. Clara suspiró y no tuvo tiempo de decir nada más. Nadia se abalanzó a besarla y a abrazarla. Hipaba y se ahogaba en su propio llanto. Clara intentó calmarla, mientras se decía: la próxima vez seré más fuerte. 

La abrazó y le acarició para calmarla; había qué posponer la ruptura. La quería y verla así la destrozaba. Por ahora se contentaría con huir a través del sueño. 

No quería aceptarlo, pero estaba atrapada por ella y torturada por la esperanza. Clara miraba a la pared de en frente del sofá mientras tenía la cabeza de Nadia apoyada en su regazo. Volvería a empujar montaña arriba esa pesada roca.


23/7/25

Cuando la vida no te sonríe, o alguien

“La soledad no te libra de sus tormentos, al contrario: los amplifica, les da un terrible eco.”

Y lloras, lloras esperando que un día quedes seca de lágrimas y tengas que anudar la garganta para sentirte viva. Pero ese día no llega nunca y descubres que las lágrimas no han detenido la vida, que ha pasado por debajo de tus ojos anegados. Sin haber hecho públicas tus emociones, la gente se ha separado de ti. Todo avanza mientras tú te rezagas. Llorar es estancarse.

Pero llega un momento que todo se acalla, se somete a tu voluntad y poco a poco puedes ir ordenando tu vida y archivando aquello que te atormentó tanto tiempo. Y de nuevo, vuelves a ser dueña de aquella voluntad férrea que quedó sepultada por el dolor. De nuevo la vida te imanta y te llena de un flujo que pensaste nunca más poseer.

Nunca esta batalla fue ganada por adelantado; toca siempre vestirse de camuflaje y luchar contra una misma. Y al final debes perder el tiempo haciendo inventario de tus cicatrices, si quieres seguir adelante.


22/7/25

Pleonasmos

Descubrir lo mal que hablamos es difícil porque estamos tan acostumbrados a ello que no hay manera de detectarlo. Además, con las interferencias de ser bilingüe, aún es peor, porque hay palabras que las decimos como si fueran correctas en castellano.

Yo lo descubrí por primera vez a los 12 años. 

Mis padres, aquel verano, me mandaron a un pensionado francés para que mejorara mi idioma; siempre fui un desastre para las lenguas y continuo siéndolo. Ir a un pensionado aquella época me pareció el mejor regalo del mundo. Había leído como una loca los libros de Torres de Mallory, de Las mellizas en Santa Clara y de Puck, por lo que ir a un pensionado quería decir correr mil aventuras y misterios. Cabe decir que aquellos libros para mí fueron como los de caballería para Quijote.

La experiencia no fue exactamente como lo que había leído, pero sí que se crearon vínculos entre mis compañeras muy profundos y muy válidos a la hora de madurar. Yo era la más pequeña y todo el mundo me cuidaba y me enseñaba sin ningún filtro adulto.

Por la mañana teníamos cuatro horas de clase y por la tarde, actividades deportivas, paseos por la montaña y por los lagos y visitas a los pueblos cercanos. Por la noche íbamos a la pista de hielo a patinar, que la tenían reservada para el pensionado.

Un día en clase le dije a mi compañera que era de Madrid: “Pásame la maquineta”

Me preguntó que qué era la maquineta. Allí descubrí que en realidad, esa palabra que yo decía y creía castellana era catalana y quería decir sacapuntas.

“¿Cuántas palabras más estaba empleando mal?”, ese fue mi pensamiento. No sé por qué, desde bien pequeña me ha interesado hablar bien y conocer a la perfección las lenguas que hablo. A partir de ese día, me di cuenta que debía ser la guardiana de mis palabras. 

A modo de curiosidad: también descubrí que la palabra “melindro” era catalana. Creo que la traducción más cercana es bizcocho, pero no es bien, bien, eso.

A lo que iba.

Un día leyendo algo me encontré con un lista de pleonasmos que cuidadosamente copié en mi libreta. Soy de las personas que siempre digo: “subo para arriba” si solo digo “subo” me parece que falta algo. Tener esta lista, de alguna manera me ha ayudado a ser consciente de ello, pero (porque hay un pero) nunca hago el análisis de lo que escribo mirando si utilizo pleonasmos o no.

¡Estupendo! 

¿Y a qué viene todo esto? Pues a que ahora mismo voy a copiar aquí la lista a modo de recordatorio para ver si así se me hace mucho más presente el mundo pleonasmo. 

Ya veis, todo este rollo para copiar una lista.

Pleonasmos:

1.- Lapso de tiempo

2.- Completamente gratis

3.- Funcionario público

4.- Parámetro de medición

5.- Glosario de términos

6.- Panorama general

7.- Persona humana

8.- Me parece a mí que…

9.- Suele tener a menudo

10.- Volver a repetir

11.- Salió de dentro


21/7/25

Amnesia digital

 Leí por algún sitio:

“Dejémonos de engaños, la memoria funciona así: o la usas o la pierdes. Esta pérdida se llama amnesia digital”.

Con todo lo que está pasando a nivel de inteligencia de la humanidad, el asunto memoria vuelve a sonar por el mundo. Hasta ahora, se le había dejado de prestar atención en las escuelas porque “con el simple aprendizaje significativo” ya se tenía bastante. ¿Qué era eso de aprenderse de memoria los reyes godos? ¿O el poema de Espronceda de ese barco que tenía 100 cañones por banda? “Los niños no pueden aprendérselo todo, es demasiado largo, Que se aprendan las tres primeras estrofas. Vas a tener problemas con los padres si se lo haces estudiar todo.” ¿Y los números primos? “Solo hasta el 19”. 

Cuando yo era adolescente me aprendí, con 10 años un montón de poemas, de Rubén Darío, Espronceda, Bécquer, Machado, Alfonsina Storni, Rosalía de Castro. 
Me sabía los números primos hasta el 100. Recordaba un sinfín de datos absurdos como las fechas de cumpleaños de mi familia y amigos, fechas importantes y hasta cómo iba vestida la gente del grupo aquel día. Eso sí, me hicieron estudiar de memoria un montón de datos, lecciones, listas, poemas, canciones, fechas, etc…

Cuando yo era adolescente me sabía más de 20 números de teléfono de memoria. Ahora, no tantos, pero me sé alguno de memoria y recuerdo los números de teléfono de aquellas épocas.

Cuando yo era adolescente, miraba un callejero en casa para saber llegar a un sitio nuevo y como no quería cargar con él, iba de memoria, recordando lo que me había medio estudiado y siempre llegaba a los sitios. 

Si viajaba, consultaba el mapa de carreteras y luego debía identificarlas cuando iba en coche, leer los carteles que ponía y ver si no me equivocaba y llegaba. En una época, que había zonas de España muy mal señalizadas.

Todas estas acciones, de alguna manera, nos capacitaban a nivel espacial, temporal y memorístico. Y nos desarrollaban partes del cerebro que necesitamos y ni siquiera lo sabemos.

David Bueno dice: “poned énfasis en las experiencias sensitivas y el contacto social para compensar el alud de tecnología”. Su consejo nos dirige de nuevo, al mundo Montesori.

Hoy me he levantado pensando estas cosas y quería dejarlas por escrito. Sin ánimo de ná.

20/7/25

Lenguaje universal

El otro día, leyendo un artículo de una revista en castellano, entendí bien poco lo que me quería explicar. Algunos párrafos los leí más de una vez, pero no conseguí llegar a su significado profundo o incluso superficial.

Todo esto ocurrió porque, al principio de dicho texto, apareció un término en inglés que yo desconocía y que no quise buscar porque pensé que en algún momento, al no ser un término en español, haría, dicho artículo, referencia a su significado. Pues no. Pensé entonces que por contexto lo entendería y tampoco. El término era woke.

Así que tuve que investigar sobre esta palabra, cosa que no me pareció bien, ya que la investigación no fue porque yo quisiera, sino que me sentí obligada a hacerla si quería entender lo que se me estaba explicando.

Cuando por fin di por satisfecha mi comprensión, giré la página y seguí leyendo el artículo siguiente. En seguida, me encontré con la palabra networking. Dejé la revista y frustrada, me senté en el sofá a mirar el techo, cosa que hago a menudo para pensar. ¿En serio el castellano no tiene palabras suficientes para que yo o cualquier persona que desconozca el inglés, pueda entender lo que se nos quiere explicar?

Hace ya un tiempo, que cuando voy por la calle no me entero de qué trata la tienda  o empresa que en su rótulo tiene palabras como nails, barber’s,  butcher’s, cake shop, coffe shop, brunch… ¿En serio que ahora el juego es este? 

No acabo de entender por qué. Una cosa es que esté como traducción, que también sería discutible y la otra es que esté como título y sea yo la que debe entender, sí o sí, el inglés. Y con ello no quiero decir que vaya en contra de los idiomas, bastante pena tengo de no saber inglés, pero, al menos, que no vayamos perdiendo términos españoles, tío… ¿o debería decir bro?

10/7/25

Sin darme cuenta

Me compré un libro de David Bueno: El arte de ser humanos. Pretendía  entender algo más todo el tema del arte, pero me ha resultado ser, que también me gusta, algo más neurocientífico de lo que quería. Siempre he pensado que el arte debe estar en cualquier plan educativo; que es menos “maría” de lo que en mi época llegaba a ser; que a partir de él me puedo zambullir en todas las asignaturas.

 

Sin ser consciente de ello, también, me he apuntado a un curso de verano que se titula: El dibujo creativo en el aula: espacio, forma y trazo. En ningún momento me di cuenta que estaba  siguiendo una línea conceptual hasta esta mañana que mientras bebía mi té, me ha dado por ligar las dos cosas.

 

El arte no es solo hacer bien las cosas: “¡qué arte tienes, hija!”. También es saber expresar de forma creativa unas emociones, sensaciones o sentimientos. También es saber explicar tu pensamiento, tu forma de ver el mundo, tus quejas y críticas sobre algo. Utilizando cualquier medio, forma, manera, que llegue a través de los sentidos. Es llevar al máximo la función de relación de los seres vivos que se estudia en naturales: estímulo-análisis-respuesta.

 

Descubrir que, aunque mi consciencia no esté puesta en lo que voy haciendo, mi subconsciente se encarga de ir tomando decisiones con coherencia me da seguridad y fiabilidad en este modus operandi en el que me hallo ahora. Sin saberlo yo, me hallo por unos días trabajando temas artísticos desde un punto de vista creativo y desde otro pedagógico.

 

Así que solo me queda disfrutar de todo este arte y aprender aquello que me puede ser útil en mi día a día.

9/7/25

Cuando un libro me remueve

Soy consciente de muchas cosas aunque no quiera pensar en ellas. Hay una, que se me ha hecho muy presente últimamente y la culpa la tiene el libro (Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo) de Maruja Torres, que por cierto, me ha encantado. Me gustaría mucho poder escribir como ella, poder tener la mirada que tiene sobre el mundo y las cosas que pasan. Pero no es así, por lo que me conformo en ir haciendo mis pinitos con respecto a lo que a la escritura se refiere.

Me he ido de tema. Lo que se me ha hecho tan presente es mi camino hacia la vejez, la toma de consciencia de la finitud. 

Es cierto que cuando nacemos nos olvidamos que “ya vamos camino de la muerte” y vivimos a espaldas de esta idea hasta que un día cumples los cincuenta años y te dices: “Ahora me da igual sumar años que descontarlos”. Y aunque al principio no te das cuenta, el tiempo, tu tiempo, ha cambiado de manera sorprendente. Cada cosa que haces (a la que dedicas un “tiempo”) necesita ser de más calidad (emocional y productiva) para ti, porque desde tus cincuenta, estás descontando tu tiempo. 

Hay gente que esta toma de consciencia la tuvo a los sesenta o a los setenta; yo la tuve a los cincuenta. Y soy feliz por ello, ya que me permite haber encontrado una manera más profunda, más tranquila, más amplia de disfrutar de todo lo que hago y con ello, la paz. Y en este disfrute, también me ha aparecido el agradecimiento. 

No, no tengo una libreta para escribir cada día todas aquellas cosas por las que doy gracias. Me parece, que, para mí este método, sería un poco impostado.  Pero sí, que intrínsecamente, de alguna manera, sin palabras, solo con un fugaz pensamiento, me aparece esta sensación en mi alma y ocupa uno por diez elevado a menos 43 segundos (mi estimado “Temps de Planck”) la plenitud de esta.

Qué feliz soy cuando un libro cumple su misión: poner mi interior patas para arriba.