21/8/25

Rendición

He claudicado. No voy a conseguir nunca el amor. Ya sé que no se puede decir nunca, porque no se sabe lo que nos deparará el futuro, pero yo sí que digo nunca porque nada en la vida he tenido más claro.

¿Fue acaso delito desearlo con tantas ganas? ¿Puede que haya sido una osadía  o una necedad pensar que llegaría a conseguirlo? Me daba igual qué tipo de amor, uno en mangas de camisa, uno corriente y moliente, aunque nunca imaginé que los que tuve fueron menguantes. La belleza de las cosas, ¿no consiste en que duren para siempre? 

¿A qué ha jugado conmigo el destino? Pensé que siempre sería agradable conmigo y ahora no me queda más que mirarle estupefacta: ¿esto tenías preparado para mí? ¿Dónde has escondido mi prosperidad amorosa? ¿La he tenido alguna vez? Era fácil ceñirte a mis deseos, no eran nada del otro mundo, pero no debían pasarte inadvertidos; pensé que éramos amigos, tú y yo. Me has vapuleado el alma y me has causado inquietud. Y si me siento así es porque no he aceptado tu decisión. Por esto, ahora que nada busco fuera de la tranquilidad, después de luchar con uñas y dientes contra tus deseos, te informo: he claudicado, has ganado tú.


20/8/25

Laboralidades y otros demonios

“A la gente que le gusta hablar de los otros es aquella a la que no le gusta hablar de sí misma.” 

De nuevo aparece una frase en mi libreta de la que no recuerdo si la oí o la leí. Creo que no tiene la más mínima importancia su procedencia, aunque sí que la tiene su calado. Releyendo el otro día dicha libreta fue la frase que se me quedó en el consciente y a la que dediqué un tiempo antes de quedarme dormida.

Es el mejor momento del día para dejar que el pensamiento campe a sus anchas, aunque a veces lo condiciono con algo que he visto, oído o leído o, por supuesto, con algo que ha pasado.

A mí me cuesta hablar de los demás, prefiero hablar de mí misma que es la parte que más controlo, pero a veces te ponen entre la espada y la pared porque quieren saber tu opinión sobre algo que ha pasado y, claro, siempre hay un protagonista al que juzgar

No me gusta, nunca me ha gustado. Muchas veces cuando las conversaciones siguen este cauce, me callo. Pero un buen día, me di cuenta de que eso era ser asocial, que al fin y al cabo, todo el mundo opina y habla sobre las vidas de los demás, así que me lancé a hacerlo yo también.

La verdad es que me ha comportado más conflictos que otra cosa y que sigue sin gustarme. Por lo que el año pasado decidí que se había acabado. Pero aún ahora, sigue siéndome difícil salir del círculo dónde me había metido.


Por otro lado, otro aspecto curioso que me ocurre es que en el trabajo, si mi amiga o mi amigo se enemista con un compañero, parece ser que lo correcto es que yo me posicione en su lado y comentemos hasta el odio el hecho en cuestión que los enemistó. Y eso crea una energía negativa que con los años se enquista y es muy difícil de romper. 

Entonces, llega un día tu amigo/ y te dice que ya se le ha pasado el enfado, que yo no odia ni maldice a la persona y que ahora quedan para tomar algo, como antaño. Parece que es una buena noticia… pero no tanto; porque resulta que tú que no habías tenido nada que ver con el conflicto, pero sí que te habías posicionado y creado también esa energía negativa, ahora sigues en ese punto y sin motivo para solucionar nada porque nunca paso nada contigo…

Después de tantos años que te ha ido calentando la cabeza y el alma, después de tanto escuchar despotricar a tu amigo/a, ahí estás tú, sin poder ir a tomar nada con el compañero o compañera cuando va a tomar algo con tu amigo/a, quedándote sola tras la mesa de tu despacho pensando en lo tonta que has sido y en que cada uno se tiene que lavar su ropa. Todo por haber querido apoyar, como te fue pedido, a tu amistad laboral.

A veces es necesario escribir sobre estas cosas para poder leerlas.


19/8/25

Llueve

Necesitaba una tregua solar. No podía aguantar más el crepitar de mi piel bajo el sol. Necesitaba un día nublado, lleno de lluvia monótona a juego con mi monótona vida. 

Y hoy, como si me hubiera tocado en una tómbola, aquí lo tengo: cielo gris, silencio de agosto y una suave cortina de gotas de lluvia que, ni siquiera, al golpearse contra el suelo, hacen ruido.

Desde donde escribo, veo la calle con sus transeúntes debajo de paraguas de diferentes colores. No es igual la lluvia de invierno en donde el cromatismo de los estos se mueve en escala de grises, que un día de agosto que se utilizan paraguas donde se puede ver todo el espectro cromático como premonición del arcoíris que saldrá al final, cuando las nubes se disipen y el sol pueda incidir en la microgotas que cuelgan del ambiente. Cosa que espero tarde en pasar.

El cielo opaco siempre me ha gustado. No me perturba nada, ni las lluvias ni las tormentas. Son parte de la vida y de nuestro interior. Porque confieso: hoy también llueve en mi interior. Y cuando tienes el corazón nublado, sueles distorsionar la realidad y se vuelve un imperativo volver a tenerlo soleado. 

Pero voy a dejar un rato que la lluvia caiga a su placer interiormente, porque la exterior no la puedo controlar. Que resurja ese olor a hierba mojada y almalimpio que tanto me gusta y en las dos atmósferas se pueda respirar profundamente para que el suspiro sea lo más puro posible. 

Y voy a callar aquí mi texto porque “cuanto más hablo, menos digo”.


18/8/25

Un trocito introspectivo

Encontré un artículo en El Cultural que trataba de un trabajo documental que han hecho los Javis a Pedro Almodóvar.  

Pedro nació cuatro años antes que yo, se puede decir que es de “mi quinta” y mientras él crecía, yo también lo iba haciendo. Yo no viví la movida madrileña, porque no soy de Madrid, pero sí que viví los ochenta y los noventa con la misma intensidad que él, aunque no tan productiva. Así que no puedo menos que sentirlo cerca y, algunas veces, hasta paralelo a mí.

No he visto todas sus pelis y muchas de ellas, que fueron vistas cuando las estrenaron, no están visionadas desde el análisis de la madurez. Por esto, ahora, me propongo buscarlas por las plataformas para ver su filmografía de forma cronológica. Esta vez no voy a ver cada película como una unidad, sino como el conjunto de una vida produciendo películas.

De vez en cuando hago esto: busco todas las pelis que ha hecho un director y me las miro cronológicamente, o las que ha interpretado una actriz o un actor, o las que tratan de un mismo tema, o todas las del mundo Marvel…

Parece un tópico, pero me hubiera gustado ser una buena guionista de cine; sí, nunca he querido ser ni princesa ni astronauta. Me he decantado siempre por la escritura. Recuerdo mis primeros escritos que eran burdas copias de los libros de Enid Blyton que leía. Anda que no luché para que me regalaran una pluma. Me pasaba horas escribiendo mis libritos. Aún debo conservar alguno por alguna libreta. Nunca leyó nadie nada de lo que escribí. Además, cuando mi padre se cambio la máquina de escribir del despacho por una eléctrica, me la regaló a mí. Estuve un montón de tiempo pasando mis escritos a máquina. ¡Cuántos años estuve entretenida!

Durante mi adolescencia, me dio por escribir poemas. Nada tenía de poema lo que escribía salvo que cambiaba de línea antes de llegar al final, para conferirle a mi escrito la visualidad de la poesía. Ni ritmo, ni rima; ausentes absolutamente.  De lo único que me sirvió fue para mostrar una adolescencia candente, llena de emociones bastante descontroladas y miedo a no encontrar el camino de la madurez. Eso sí, pisando fuerte para no sucumbir entre tanto caos.


14/8/25

Tengo mala suerte

Últimamente, mis lecturas no me satisfacen. Me leo unos libros que son un rollo o un tostón y que no me sirven demasiado para ampliar ni mis miras ni mis crecimientos. 

Cierto es, que siempre hay algún fragmento que cala e incluso que transcribo para no olvidarlo, pero ¿qué es un fragmento comparado con un libro de unas trescientas páginas?

He aprendido que esto de las malas lecturas va por rachas. Se ve que cuando los compro no presto la suficientemente atención a su reseña y acabo teniendo montañitas de libros que he sido incapaz de leer. 

Sea como sea, sé perfectamente que mi abordaje en cada uno de los ejemplares que tengo, es siempre con la ilusión y el deseo de una buena singladura, pero últimamente no llego a buen puerto y dejo la lectura a su propia deriva.

He estado leyendo un artículo informativo del libro “Fuera de la Carretera”, escrito por Carolyn Cassidy, la mujer de Neil Cassidy, uno de los componentes de la Generación Beat. Resulta que narrada la Generación Beat desde el punto de vista de la mujer de uno de ellos, cambia absolutamente la perspectiva de la realidad. Las drogas del marido, el abandono, los cuernos e infinidad de cosas que tuvo que aguantar, entre ellas gastarse todo el dinero en un coche para poder irse dejando a su mujer con un bebé y sin pecunia alguna, me han desmitificado dicha generación.

¿Me compraría este libro? Sí. ¿Lo voy a hacer? No. Creo que no me gustaría. Según mi criterio de elección creo que estoy en una mala racha. Mejor espero a comprármelo cuando me vuelva a cambiar la suerte.


13/8/25

Escribir, divino tesoro.

En viejas libretas me encuentro apuntes de temas que pretenden ser un recordatorio para aplicar en diferentes campos de mi vida.

El que he encontrado hoy, se refiere a la escritura. No recuerdo de dónde lo he sacado ni cuándo los apunté; la libreta en cuestión creo que tiene alrededor de diez años. Sí, ya sé que estoy vaga con respecto a la escritura, pero este verano quiero enmendarme y coger un buen ritmo.

En uno de los apartados pone:

-Escenas de acción: es donde se produce la acción

-Escenas reactivas: el protagonista piensa en lo que ha pasado.

-Describir con los cinco sentidos: “botellas de perfume ordenadas por su altura” (lo que nos permite empezar una definición del personaje) Es el lector quien descubre los datos.

En pocas palabras, “mostrar más que decir”, una máxima de la buena escritura que conozco a la perfección, pero no sé si aplico. Porque cuando empiezo a escribir dejo volar mis dedos a ritmo de pensamiento y nunca sé qué camino va a tomar este.

Cierto es que luego intento corregir y perfeccionar lo escrito; es la parte que menos me gusta. Pero como sé que debe hacerse, lo hago, a desgana, pero lo hago. Y cuando estoy en ello, no soy consciente si tengo en cuenta todas estas cosas que voy aprendiendo de esos manuales de escritura que no son recetas ni atajos.

Estos libros contienen ejercicios, que si debo ser sincera, me despiertan una gran pereza cuando los intento hacer, por lo que, en general, solo me leo la propuesta y me digo: “vale, esto lo sé hacer”.

Tengo otro apunte que dice: “nada de conversaciones triviales ni intrascendentes”. Se refiere al diálogo, por supuesto. Te recomienda ser inteligente y analítica. Evitar sobretodo que un personaje informe al otro para que el lector conozca dicha información. Eso es patatero, muy patatero. 

De ahí el oficio del escritor. Se refieren a todo esto cuando en la crítica de alguna novela hablan y dicen: “el escritor conoce mucho su oficio”. Y yo sonrío. No es mi oficio, para nada, ¿pero yo lo conozco? 

Me sincero: a mí me resulta excesivo tener que controlarlo todo. Tener que hacer diferentes correcciones según su sintaxis, según su estructura, según sus saltos cualitativos, según la coherencia de personaje, según, si, so, sobre, tras. Me resulta excesivo todo esto cuando lo único que quiero es escribir.

Me gustaría escribir bien, cercana al lector, tener facilidad para ello y conseguir textos que gusten, remuevan y conmuevan. Supongo que es lo que le gustaría a cualquier persona que escribiese.  Creo que ya ha llegado un momento en que necesitaría oír las críticas de las personas que leen lo que escribo. 

Lo peor, para mí, es tener una idea sobre la que quiero escribir. Por experiencia sé que cuanto más escribo, más fácil me resulta tener dichas ideas. Ahora debo subir la rampa de lanzamiento para volver a encontrar dicha facilidad.

En ello estoy.


9/8/25

Soledad, mi nueva compañera

Como más me hallo en soledad, más atrapada por ella estoy. Me paso los días suspirando un cambio en mi vida porque ya ni siquiera salgo para hacer nada; escritura, lectura y dejarme engullir por el sofá. Estoy en casa, con una rutina que me he creado para no ser consciente de que no pasa el tiempo, sin embargo, los días se suceden sin aprovechamiento alguno y sin nadie a mi alrededor.

Y cuando aparece alguien para sacarme de dicha soledad, me siento sin ganas de salir, porque tengo miedo a separarme de mi nueva realidad. 

¿Llevo ya veintiún días y la soledad ya se me ha vuelto un hábito? Debo luchar contra mí misma para no convertirme en un vieja pelleja solitaria e insufrible. Porque la soledad, va cambiando el carácter, lo agria, lo aja y luego no puedes volver a ser la persona que eras, porque tu ser ha sido absorbido por el silencio, el propio abandono y sobretodo por el sofá.

Y aunque parezca que estás de acuerdo con lo que está pasando, porque no luchas y te dejas sucumbir, en realidad lo que estas haciendo es dejarte arrastrar por una corriente de desidia porque te has vuelto frágil y no tienes ganas de romperte. No. Ahora, no, no cabe una recomposición, no hay fuerzas para ello.

El sofá se ha convertido en tu jergón. Tiene tu forma y tus pensamientos. Has perdido aquella actitud visceral que te caracterizaba. Ahora vives una soledad específica. Entre tus dedos se escapa la belleza de los instantes. No hay momentos, el tiempo se ha convertido en una masa informe a la que soy afín. Principio y final son lo mismo. Y así va derivando lo que un día fuiste y hoy no eres.

Brota una verdad superior y te preguntas: ¿cuándo te perdiste?


8/8/25

De cómo los aparatejos me quitan la tranquilidad

No sé por qué tengo ese miedo cerval a todo lo que sea un móvil y un ordenador. Me pongo enferma cada vez que algo falla en alguno de los dos aparatos. Me socava el tema; me debilita la autoestima y me obliga a controlar el ansia que se me dispara. Es como si la técnica se dedicara a hacerme aguadillas, pero seguidas, sin dejarme recuperar el aire.

Cada vez que pasa, se establece dentro de mí un gran silencio; empieza la sudoración, la imaginación se dispara formando distopías de universos en los que sucumbo por no poder arreglar el fallo técnico, cambio la velocidad de respiración hasta llegar al jadeo; me siento desmayar

Y esto es porque, queramos o no, le conferimos demasiada prestancia a estos dos aparatos. No nos pasa lo mismo con la batidora o el exprimidor. Si no funcionan es porque se han roto y no pasa nada si no bato o si no exprimo, siempre hay un tenedor a mano para ayudarte.

Ni siquiera me pasa con la moto. Si no va, la llevo al mecánico y fin del problema.

Ahora la tontería es que no se me abre una página web, me sale el famoso “403 Forbiden” y el resto de la página todo blanquito. Ese miedo al blanco. Esto me pasa en el móvil, porque en el ordenador sí que se me abre y funciona todo correcto. Sé, además, que no se utiliza la misma web para ordenador que para móvil y que lo mismo falla porque están haciendo una actualización. Esto lo he aprendido con los años. Pero todo esto no impide que sienta cierta inquietud en mi interior y que no haga más que comprobar si va o no va la página de nuevo.

No sé si me vale la pena tanta técnica que me crea inseguridad a la primera de cambio. En fin, otra cosa más que voy a tener que gestionar con mi psicóloga.


7/8/25

De amores y otros demonios

Si tuviera que hablar del amor, mi último amor, empezaría diciendo que fue sucinto. Nada más conocerla, me quedé imantada a ella. “Esto no es puede ser sano,” me dije pero no me escuché. La chispa que se produjo al cruzar nuestras miradas forjaron el camino que íbamos a tomar. Un camino, que por aquel entonces no sabía que era mejor no empezar.

Nimbadas de un halo de clandestinidad, empezamos a construir nuestro amor. Este se forjó rápidamente. Tanto para ella, como para mí, no podía ser de otra manera. Por fin la vida nos había juntado y nosotras por obcecación, no vimos más allá de nuestros sentimientos exaltados.

No debía empezar así. Siendo audaz e intrépida, sin valorar las consecuencias de ese amor. Solo quería vivir de él, bebérmelo a grandes sorbos. Pero cuando haces esto, el amor se acaba en seguida y se establece dentro de ti un gran silencio que socaba tu esencia. 

Solo te queda guardarte las palabras y sanar la ausencia, esa ausencia que resulta dolorosa, pero necesaria para volver a ser tú.

Sabes de antemano que lo único que conseguirás será el semiolvido de ese amor, que, rota como estás no vas a tener otro, se convertirá en el gran amor y el gran dolor de tu vida.


6/8/25

Secretos que son silencios o silencios que son secretos

Necesito vivir un amor clandestino, un amor sin papeles. Secreto y silencioso, que me permita de nuevo sentirme viva. Porque si no estuviera sumida en la cotidianidad de mi vida, emprendería la búsqueda de ese amor.

Un amor profundamente discreto que me permitiera sentir. Un amor en donde el silencio fuera casi una confesión forjada por la contención. 

No, no haría falta ser correspondida. Creo que, sencillamente, amando yo, ya tendría suficiente; solo necesito sentirme viva de nuevo. Ver qué mis días amanecen con un deseo. Ver que no me hallo solo esperando a que pase el tiempo.

No es que viva en la incertidumbre de la espera. Ni siquiera espero. No es más que un deseo; un pensamiento que a veces se apodera de mí unos segundos y me hace sentir en lo más hondo de mi quintaesencia cómo quisiera vivir a partir de ahora. Pero tal como aparece, desaparece sin crearme inquietud, sin inmutarme por lo tener un deseo que no se cumple ni se verá cumplido nunca.

Mi deseo vive recluido en mi interior, sin hacer ruido, sin dejarse notar, nada más que de vez en cuando, para que yo sepa que no estoy sola, que vivo con él, que me mantiene a flote.

Si me preguntan por lo que a veces siento, desmentiría su existencia con tanta insistencia que lo convertiría en una confesión. Por esto, no hablo ni me hablan del tema. 

Vivo así porque así soy yo.


5/8/25

Sintaxis interna

Leí: “la escritura del yo abunda tanto que hace sospechar si no vivimos un momento de precaria invención”.

Me dio mucho que pensar ya que precisamente soy yo una de esas personas que escribe sobre ella y su propio mundo. En vez de ficcionar y crear relatos o historias que tengan a ver con los otros o que no tengan a ver con nadie más que con lo que se narra o con lo que ocurre en el texto.

Antes no era así. Me inventaba personajes y situaciones para mostrarlos. Escribía sensaciones y emociones que no eran las mías y era muy capaz de crear pequeñas historias y pequeños mundos. Más de una y de muchas veces debía aclarar que lo que escribía no era más que ficción, que lo único que tenía que ver conmigo es que lo había escrito yo.

¿Por qué he cambiado mi escritura literaria por la escritura del yo? Al fin y al cabo, a mí nunca me ha gustado mostrarme, ni hablar de mis intimidades, ni compartir todo ese tipo de cosas que entran dentro de mi propio ser.

Creo que es crucial que vuelva a mis orígenes, a nivel escritura. Mis textos de entonces me proporcionaban más placer y orgullo que los de ahora; que cuando acabo de escribirlos y los releo, me doy cuenta que las palabras que he estado hilando me incordian.

Va a ser necesario cierto tiempo de consciencia, para volver a imbuirme dentro de la ficción. Así, que sin pérdida del mismo, me voy a activarla, la consciencia, digo, para encontrar ese filón inagotable de ideas, que ahora es radicalmente ajeno a mí. 

Disculpen las molestias.


3/8/25

Todo está escrito

Debiera estar durmiendo, que es lo que me apetece hacer ahora. Pero, no. Mi consciencia me activa la responsabilidad: “Si te acabas de levantar, no toca estirarse en el sofá a hacer, ¿cómo la llaman?, la siesta del carnero”.

Y aquí estoy, obediente para no decepcionar a mi consciencia, o sea, a mí; mientras, saco fuerzas de mí misma e intento encontrar un tema de interés para poder, al menos, escribir un rato. 

La contención de lo que me apetece hacer, contra realizar lo que debiera, es tal que se convierte en lucha. Pero sé, que en algún instante de esta batalla, la ganaré yo. ¡Qué ironía!, si yo soy la luchadora de ambos bandos.

Y aquí estoy, con el corazón en los pies porque ha ganado la razón (creo que yo estaba a favor de la pereza), con un teclado en las manos y bostezando a mandíbula abierta mientras los ojos se me llenan de sueño y lágrimas. Pero sé perder y más contra mi misma. Llevo años moviéndome en estas lides. Apenas noto esa punzada de desasosiego que aparece después de este enfrentamiento; ahora se trata de irlo venciendo. Y aunque mis palabras parezcan nimbadas de un halo de fracaso, no debe preocupar, porque no es más que la modorra de un domingo por la mañana que, como buena ocupa, no quiere desalojar mi ser o mi no ser.

¿Ser o no ser…? ¿Le pasaría lo mismo que a mí a Hamlet?


2/8/25

Datos

No sé si es cierto, no lo he cotejado con nada ni nadie, pero una vez leí que “los esturiones pueden vivir más de un siglo. Pertenecen a la época de los dinosaurios. Se empiezan a reproducir entre 15 y 33 años y actualmente están en peligro de extinción”.

Sí, sí, he hecho la consulta y la IA me ha contestado que algunos individuos pueden llegar a los 150 años.

¿Y a qué viene esto? Ni idea, me ha venido el dato a la cabeza. Es bien cierto que cuando algo te llama la atención se te queda gravado en la memoria. 

Un anochecer, en una terraza de casa de una amiga, mientras el cielo iba perdiendo la luz solar y mis pupilas daban la señal al cerebro de ir segregando la melatonina para poder conciliar bien el sueño, hablábamos sobre los diferentes pisos en los que habíamos vivido a lo largo de nuestra vida. De casi todos tenía una idea concreta de cómo era su distribución. Menos de uno, que me faltaba situar el lavabo.

Llevo analizando y buscando en los cajoncitos de mi memoria dónde puedo tener almacenada la ubicación del lavabo. Un espacio que sin lugar a dudas debía haber utilizado diariamente durante todo el tiempo que estuve viviendo en aquella casa, que fue más de cuatro años.

Imposible recordar. Aunque no sé si por estar pensando en una habitación donde nos duchamos, nos aseamos y nos lavamos, todo con agua, lo he relacionado con los esturiones. Porque pensando en donde ubicar ese lavabo en mi plano mental, de repente, me ha aparecido el asunto esturión. Lo mismo fue una época en la que probé el caviar, no me gustó y fui al lavabo a escupirlo. O lo mismo, tengo un desorden en el archivo de mis recuerdos. 

En fin, seguiré investigando.


25/7/25

Hoy me he levantado así

Nada más poner el pie en el suelo, me he escaneado porque me sentía rara y he descubierto que tenía el pecho henchido, apoyaba con más fuerza los pies sobre el suelo y, apenas se notaba, pero tenía la barbilla que apuntaba ligeramente hacia arriba. No me dolía nada: ni cabeza, ni garganta, ni estómago. Más bien al contrario. Sentía un alivio que confería una desconocida volatilidad al cuerpo. Notaba mi cuerpo etéreo, ingrávido, poco corpóreo. 

Tengo inflamado el ego. Sí, inflamado. Es lo que me ha dicho el espejo. Seguro que tanto pensar y tanto pensar me ha llevado a un empacho de mí misma. Suele pasarme cuando me ensimismo más de cinco días y no salgo de casa, tengo tanto exceso de autoestima (para compensar la dichosa soledad) que como efecto colateral se me enardece el ego.

Me ducho, me visto y empiezo con el tratamiento: menos ombligo del mundo y más mundo en el ombligo.


24/7/25

El mito de Sísifo

Esa ruptura no era presagio de nada. Clara pretendía alejarse de quien le había hecho tanto daño y recuperar esa luminosa carcajada que había sido tan característica suya. 

Habían roto, sí. Lo suyo no funcionaba por mucho que lo hubieran intentado; Nadia no se fiaba de ella y siempre buscaba el conflicto para culpabilizarla de todo.

La decisión estaba tomada. Parecía que ambas la aceptaban. Sentadas en el sofá de casa, miraban a la pared de en frente. Nadia haría sus maletas y se iría aquella misma tarde. Clara callaba, no quería reducir sus esperanzas a simples palabras. Hacía tiempo que se lo habían dicho todo; lo malo, porque lo bueno había ido desapareciendo conflicto tras conflicto. El vaso se había roto; todas las gotas lo habían colmado.

Nadia se levantó y se fue hacia la habitación. Clara continuó mirando la pared. No quería poner nombres a sus expectativas, ni quería hacerse ilusiones, ni saborear las infinitas dimensiones que esta ruptura le podía aportar.

De pronto, Nadia volvió con una camiseta que le había regalado Clara y se tiró a sus pies llorando y suplicando que no rompieran, que iba a cambiar, que sabía que era ella que era muy celosa, pero que iba a poner remedio. Clara suspiró y no tuvo tiempo de decir nada más. Nadia se abalanzó a besarla y a abrazarla. Hipaba y se ahogaba en su propio llanto. Clara intentó calmarla, mientras se decía: la próxima vez seré más fuerte. 

La abrazó y le acarició para calmarla; había qué posponer la ruptura. La quería y verla así la destrozaba. Por ahora se contentaría con huir a través del sueño. 

No quería aceptarlo, pero estaba atrapada por ella y torturada por la esperanza. Clara miraba a la pared de en frente del sofá mientras tenía la cabeza de Nadia apoyada en su regazo. Volvería a empujar montaña arriba esa pesada roca.


23/7/25

Cuando la vida no te sonríe, o alguien

“La soledad no te libra de sus tormentos, al contrario: los amplifica, les da un terrible eco.”

Y lloras, lloras esperando que un día quedes seca de lágrimas y tengas que anudar la garganta para sentirte viva. Pero ese día no llega nunca y descubres que las lágrimas no han detenido la vida, que ha pasado por debajo de tus ojos anegados. Sin haber hecho públicas tus emociones, la gente se ha separado de ti. Todo avanza mientras tú te rezagas. Llorar es estancarse.

Pero llega un momento que todo se acalla, se somete a tu voluntad y poco a poco puedes ir ordenando tu vida y archivando aquello que te atormentó tanto tiempo. Y de nuevo, vuelves a ser dueña de aquella voluntad férrea que quedó sepultada por el dolor. De nuevo la vida te imanta y te llena de un flujo que pensaste nunca más poseer.

Nunca esta batalla fue ganada por adelantado; toca siempre vestirse de camuflaje y luchar contra una misma. Y al final debes perder el tiempo haciendo inventario de tus cicatrices, si quieres seguir adelante.


22/7/25

Pleonasmos

Descubrir lo mal que hablamos es difícil porque estamos tan acostumbrados a ello que no hay manera de detectarlo. Además, con las interferencias de ser bilingüe, aún es peor, porque hay palabras que las decimos como si fueran correctas en castellano.

Yo lo descubrí por primera vez a los 12 años. 

Mis padres, aquel verano, me mandaron a un pensionado francés para que mejorara mi idioma; siempre fui un desastre para las lenguas y continuo siéndolo. Ir a un pensionado aquella época me pareció el mejor regalo del mundo. Había leído como una loca los libros de Torres de Mallory, de Las mellizas en Santa Clara y de Puck, por lo que ir a un pensionado quería decir correr mil aventuras y misterios. Cabe decir que aquellos libros para mí fueron como los de caballería para Quijote.

La experiencia no fue exactamente como lo que había leído, pero sí que se crearon vínculos entre mis compañeras muy profundos y muy válidos a la hora de madurar. Yo era la más pequeña y todo el mundo me cuidaba y me enseñaba sin ningún filtro adulto.

Por la mañana teníamos cuatro horas de clase y por la tarde, actividades deportivas, paseos por la montaña y por los lagos y visitas a los pueblos cercanos. Por la noche íbamos a la pista de hielo a patinar, que la tenían reservada para el pensionado.

Un día en clase le dije a mi compañera que era de Madrid: “Pásame la maquineta”

Me preguntó que qué era la maquineta. Allí descubrí que en realidad, esa palabra que yo decía y creía castellana era catalana y quería decir sacapuntas.

“¿Cuántas palabras más estaba empleando mal?”, ese fue mi pensamiento. No sé por qué, desde bien pequeña me ha interesado hablar bien y conocer a la perfección las lenguas que hablo. A partir de ese día, me di cuenta que debía ser la guardiana de mis palabras. 

A modo de curiosidad: también descubrí que la palabra “melindro” era catalana. Creo que la traducción más cercana es bizcocho, pero no es bien, bien, eso.

A lo que iba.

Un día leyendo algo me encontré con un lista de pleonasmos que cuidadosamente copié en mi libreta. Soy de las personas que siempre digo: “subo para arriba” si solo digo “subo” me parece que falta algo. Tener esta lista, de alguna manera me ha ayudado a ser consciente de ello, pero (porque hay un pero) nunca hago el análisis de lo que escribo mirando si utilizo pleonasmos o no.

¡Estupendo! 

¿Y a qué viene todo esto? Pues a que ahora mismo voy a copiar aquí la lista a modo de recordatorio para ver si así se me hace mucho más presente el mundo pleonasmo. 

Ya veis, todo este rollo para copiar una lista.

Pleonasmos:

1.- Lapso de tiempo

2.- Completamente gratis

3.- Funcionario público

4.- Parámetro de medición

5.- Glosario de términos

6.- Panorama general

7.- Persona humana

8.- Me parece a mí que…

9.- Suele tener a menudo

10.- Volver a repetir

11.- Salió de dentro


21/7/25

Amnesia digital

 Leí por algún sitio:

“Dejémonos de engaños, la memoria funciona así: o la usas o la pierdes. Esta pérdida se llama amnesia digital”.

Con todo lo que está pasando a nivel de inteligencia de la humanidad, el asunto memoria vuelve a sonar por el mundo. Hasta ahora, se le había dejado de prestar atención en las escuelas porque “con el simple aprendizaje significativo” ya se tenía bastante. ¿Qué era eso de aprenderse de memoria los reyes godos? ¿O el poema de Espronceda de ese barco que tenía 100 cañones por banda? “Los niños no pueden aprendérselo todo, es demasiado largo, Que se aprendan las tres primeras estrofas. Vas a tener problemas con los padres si se lo haces estudiar todo.” ¿Y los números primos? “Solo hasta el 19”. 

Cuando yo era adolescente me aprendí, con 10 años un montón de poemas, de Rubén Darío, Espronceda, Bécquer, Machado, Alfonsina Storni, Rosalía de Castro. 
Me sabía los números primos hasta el 100. Recordaba un sinfín de datos absurdos como las fechas de cumpleaños de mi familia y amigos, fechas importantes y hasta cómo iba vestida la gente del grupo aquel día. Eso sí, me hicieron estudiar de memoria un montón de datos, lecciones, listas, poemas, canciones, fechas, etc…

Cuando yo era adolescente me sabía más de 20 números de teléfono de memoria. Ahora, no tantos, pero me sé alguno de memoria y recuerdo los números de teléfono de aquellas épocas.

Cuando yo era adolescente, miraba un callejero en casa para saber llegar a un sitio nuevo y como no quería cargar con él, iba de memoria, recordando lo que me había medio estudiado y siempre llegaba a los sitios. 

Si viajaba, consultaba el mapa de carreteras y luego debía identificarlas cuando iba en coche, leer los carteles que ponía y ver si no me equivocaba y llegaba. En una época, que había zonas de España muy mal señalizadas.

Todas estas acciones, de alguna manera, nos capacitaban a nivel espacial, temporal y memorístico. Y nos desarrollaban partes del cerebro que necesitamos y ni siquiera lo sabemos.

David Bueno dice: “poned énfasis en las experiencias sensitivas y el contacto social para compensar el alud de tecnología”. Su consejo nos dirige de nuevo, al mundo Montesori.

Hoy me he levantado pensando estas cosas y quería dejarlas por escrito. Sin ánimo de ná.

20/7/25

Lenguaje universal

El otro día, leyendo un artículo de una revista en castellano, entendí bien poco lo que me quería explicar. Algunos párrafos los leí más de una vez, pero no conseguí llegar a su significado profundo o incluso superficial.

Todo esto ocurrió porque, al principio de dicho texto, apareció un término en inglés que yo desconocía y que no quise buscar porque pensé que en algún momento, al no ser un término en español, haría, dicho artículo, referencia a su significado. Pues no. Pensé entonces que por contexto lo entendería y tampoco. El término era woke.

Así que tuve que investigar sobre esta palabra, cosa que no me pareció bien, ya que la investigación no fue porque yo quisiera, sino que me sentí obligada a hacerla si quería entender lo que se me estaba explicando.

Cuando por fin di por satisfecha mi comprensión, giré la página y seguí leyendo el artículo siguiente. En seguida, me encontré con la palabra networking. Dejé la revista y frustrada, me senté en el sofá a mirar el techo, cosa que hago a menudo para pensar. ¿En serio el castellano no tiene palabras suficientes para que yo o cualquier persona que desconozca el inglés, pueda entender lo que se nos quiere explicar?

Hace ya un tiempo, que cuando voy por la calle no me entero de qué trata la tienda  o empresa que en su rótulo tiene palabras como nails, barber’s,  butcher’s, cake shop, coffe shop, brunch… ¿En serio que ahora el juego es este? 

No acabo de entender por qué. Una cosa es que esté como traducción, que también sería discutible y la otra es que esté como título y sea yo la que debe entender, sí o sí, el inglés. Y con ello no quiero decir que vaya en contra de los idiomas, bastante pena tengo de no saber inglés, pero, al menos, que no vayamos perdiendo términos españoles, tío… ¿o debería decir bro?

10/7/25

Sin darme cuenta

Me compré un libro de David Bueno: El arte de ser humanos. Pretendía  entender algo más todo el tema del arte, pero me ha resultado ser, que también me gusta, algo más neurocientífico de lo que quería. Siempre he pensado que el arte debe estar en cualquier plan educativo; que es menos “maría” de lo que en mi época llegaba a ser; que a partir de él me puedo zambullir en todas las asignaturas.

 

Sin ser consciente de ello, también, me he apuntado a un curso de verano que se titula: El dibujo creativo en el aula: espacio, forma y trazo. En ningún momento me di cuenta que estaba  siguiendo una línea conceptual hasta esta mañana que mientras bebía mi té, me ha dado por ligar las dos cosas.

 

El arte no es solo hacer bien las cosas: “¡qué arte tienes, hija!”. También es saber expresar de forma creativa unas emociones, sensaciones o sentimientos. También es saber explicar tu pensamiento, tu forma de ver el mundo, tus quejas y críticas sobre algo. Utilizando cualquier medio, forma, manera, que llegue a través de los sentidos. Es llevar al máximo la función de relación de los seres vivos que se estudia en naturales: estímulo-análisis-respuesta.

 

Descubrir que, aunque mi consciencia no esté puesta en lo que voy haciendo, mi subconsciente se encarga de ir tomando decisiones con coherencia me da seguridad y fiabilidad en este modus operandi en el que me hallo ahora. Sin saberlo yo, me hallo por unos días trabajando temas artísticos desde un punto de vista creativo y desde otro pedagógico.

 

Así que solo me queda disfrutar de todo este arte y aprender aquello que me puede ser útil en mi día a día.

9/7/25

Cuando un libro me remueve

Soy consciente de muchas cosas aunque no quiera pensar en ellas. Hay una, que se me ha hecho muy presente últimamente y la culpa la tiene el libro (Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo) de Maruja Torres, que por cierto, me ha encantado. Me gustaría mucho poder escribir como ella, poder tener la mirada que tiene sobre el mundo y las cosas que pasan. Pero no es así, por lo que me conformo en ir haciendo mis pinitos con respecto a lo que a la escritura se refiere.

Me he ido de tema. Lo que se me ha hecho tan presente es mi camino hacia la vejez, la toma de consciencia de la finitud. 

Es cierto que cuando nacemos nos olvidamos que “ya vamos camino de la muerte” y vivimos a espaldas de esta idea hasta que un día cumples los cincuenta años y te dices: “Ahora me da igual sumar años que descontarlos”. Y aunque al principio no te das cuenta, el tiempo, tu tiempo, ha cambiado de manera sorprendente. Cada cosa que haces (a la que dedicas un “tiempo”) necesita ser de más calidad (emocional y productiva) para ti, porque desde tus cincuenta, estás descontando tu tiempo. 

Hay gente que esta toma de consciencia la tuvo a los sesenta o a los setenta; yo la tuve a los cincuenta. Y soy feliz por ello, ya que me permite haber encontrado una manera más profunda, más tranquila, más amplia de disfrutar de todo lo que hago y con ello, la paz. Y en este disfrute, también me ha aparecido el agradecimiento. 

No, no tengo una libreta para escribir cada día todas aquellas cosas por las que doy gracias. Me parece, que, para mí este método, sería un poco impostado.  Pero sí, que intrínsecamente, de alguna manera, sin palabras, solo con un fugaz pensamiento, me aparece esta sensación en mi alma y ocupa uno por diez elevado a menos 43 segundos (mi estimado “Temps de Planck”) la plenitud de esta.

Qué feliz soy cuando un libro cumple su misión: poner mi interior patas para arriba.