─Dios, con todo lo bien que lo ha hecho todo, con esto se ha
equivocado.
─¿Por qué lo dices?
─Si ya no sirvo para nada, ¿qué hago aquí viviendo?
(Silencio) No puedo hacer nada; ni leer, que tanto me gustaba, ni escribir, ni
coser, ni estar en mi casa, ni andar. Pegada a esta silla de ruedas esperando a
que vengáis a verme de vez en cuando.
─Mamá, estuve antes de ayer. Que fue tu cumpleaños. Comimos
un pastelito, de tu pastelería de toda la vida. Y vinieron los tíos.
─Ya. Puede. Pero no me acuerdo. Me siento muy sola. Tengo
unos sueños muy raros. No sé qué me pasa. Estos no son mis ojos, están muy
tristes y vacíos. Sé cuál es mi nombre, pero no sé qué personalidad tengo. No
quiero ponerte triste. Lloro mucho.
─¿Y qué quieres que haga?
─Tú, nada. Voy a pensar qué hago y cómo lo hago y cuando
tenga cien años, tomaré una determinación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario