13/7/14

Tormenta de verano

Me encantan los días de lluvia. Si tengo que trabajar me gustan igual, a pesar de la pereza que me producen. Si tengo fiesta, los disfruto en pijama. Mi alma se vuelve atmósfera y tal como el campo siente la alegría de la lluvia mi corazón se amplía ufano, seguro de cosechar cosas nuevas. Es un día para la introspección, para encontrarse con uno mismo aprovechando la cortina de agua que el cielo te brinda. Además, si es verano, me encanta como la lluvia consigue refrescar el ambiente sin llegar a hacer frío, me hace sentir mucho más viva, porque, a mi edad, los calores, si no son provocados por otro cuerpo, empiezan a ser agobiantes e insoportables.
Los días de lluvia me recuerdan los otoños de mi infancia, en el colegio. Esas tardes oscuras de aburridas clases de francés. Me las pasaba mirando por la ventana, evocando las tormentosas y lluviosas tardes de agosto, el no poder salir a jugar hasta que hubiera escampado. Y cuando dejaba de llover te dejaban salir a jugar vestida con pantalón largo y la “típica Rebequita de la época” y con la amenaza de que no pusieras tus Victoria en los charcos y lodazales más de lo previsto, pues si no ya verías.
Ahora, sin embargo, la lluvia cambia de perspectiva para mí, porque tú estás a mi lado. Nuestro amor me hace ver un arcoíris en cada tormenta. No sabes lo importante que eres para mí, te lo digo poco, lo sé. Haces de lastre para que mis ilusiones no me hagan perder los pies del suelo, apoyas mis proyectos y me das energía para emprenderlos. Crees en mí más que yo misma, disipas mis miedos, mis dudas. Me acaricias el alma y me calmas el desasosiego.
Ella no sabe lo importante que es para mí. La cuido y la quiero, pero nunca voy a poder hacer tanto como ella hace por mí. Solo una mirada suya me transporta al mundo de la felicidad.
¡Me encantan los días de lluvia y más, ahora, porque te amo y me amas!

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