6/7/14

Mis fantasmas

A veces, el café se queda vacío y contemplo sus mesas de pie labrado en forja negra y sus sillas antiguas de madera. Contienen el alma de todas aquellas personas que se han sentado sobre ellas. Me gusta fantasear.
Se respira una atmósfera de conversaciones que un día fueron escuchadas y que ahora, descompuestas en partículas, se hallan prisioneras, encerradas entre estas cuatro paredes.
Solo se escucha la música, aquella música de los años veinte que te conduce directamente a la ensoñación para concluir que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Un viejo ventilador, pintado de negro para rejuvenecerlo y de oro para no perder lo que tiene de antiguo, gira tozudo y silencioso desde el techo. Remueve con sus aspas aquellos recuerdos que solo aparecen en soledad sin que nadie los haya llamado, sin que necesites de su compañía.
Fuera, la luz del día habla de vida; dentro la nigérrima sensación de estar en el preámbulo del Fin. La soledad moldea y colorea las sensaciones a su antojo. Mejor que abra la puerta y camine por la vida, ya volveré más tarde, cuando el café esté lleno de voces, ruido y personas, así no estaré sola, sola conmigo.