Esther subía cansada las escaleras del metro con deseo de
llegar a casa lo antes posible. Normalmente, caminaba por el centro de la
avenida las cinco manzanas que la separaban de su sofá, pero aquel día
aprovechando el cansancio, el autobús en la parada y que su billete era
integrado decidió ir motorizada para casa.
─No sé que se ha creído. Muy fuerte, tío ─y el tío guardó
silencio.
Esther se había sentado delante de unos jovencillos que
ocupaban los asientos con jovencillas posturas y mantenían una jovencísima
conversación.
─Me dijo ─continuó ella─: tú no puedes hablar con ningún tío
porque yo no hablo con ninguna tía.
El chico que la acompañaba seguía en silencio, sin añadir
comentario o expresión alguna a las palabras que ella cargaba con excesiva
emotividad con la intención de que llegaran al corazón del oyente.
─Yo le dije, “quiero fumar”. Y él me dijo, “pero si lo estás
dejando, yo, para apoyarte, hago el esfuerzo y tampoco fumo”. Pero no sé que se
piensa el tío porque cuando está con sus amigos, sí que fuma.
─¡Ostras! ─soltó como único comentario el acompañante.
─Y eso no es amarme. Amarme sería dejar de fumar conmigo.
Esther, ojiplática absoluta se olvidó de su cansancio, no
daba crédito a lo que estaba oyendo.
─Y yo me moría de ganas de fumar porque esta tope de
nerviosa. Y va y me dice, “tengo que irme”. Claro, para irse con sus amigos. Y
va el tío y me dice que ya me ha dedicado toda la tarde.
Esther pensó: “Ese verbo dedicar es un buen saetazo en medio
del feminismo. Porque sé que son adolescentes y aún tienen que aprender a
recolocar sus pasiones, porque todo esto me está sonando a maltrato. ¿Por qué
tengo que estar escuchando esto?”. Se levantó del asiento y se dispuso a salir
del autobús. Había llegado a su parada. Aún tuvo tiempo de oír:
─Y le acompañé al metro, que había quedado con un amigo y le
dije al amigo, “vigílamelo”. Qué luego se van de fiesta y lo mismo pilla cacho.
─¡Qué fuerte! ─añadió el
compañero de viaje.
Esther se giró y, ya desde la
calle, le dijo a la chica:
─Corta con él, está visto que no
es el “tío” de tu vida ─y añadió dirigiéndose a su acompañante─, y tú necesitas
urgentemente leer “Amistad para dummies”. ¡Hasta otra! Mi sofá me espera más que nunca.
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