4/3/08

La vecinita

Cuando por fin pude volar del nido paterno, me vine a vivir a este piso provisionalmente, de esto hace ya bastantes años. No está mal la vivienda; el edificio debe tener casi un siglo y la escalera es tranquila. Mi casa, así me gusta llamarla, tiene dos habitaciones con hermosas vistas a una transitada calle de densa circulación y un comedor interior en el que se mete un cubículo perteneciente a la casa de al lado, del que más tarde me enteraría, era la habitación de la hija de mis vecinos.

Según se entra por la puerta de la calle, la parte izquierda del piso posee una gruesa pared que lo separa de la finca colindante, mientras que la parte derecha, es de un fino material semejante al papel de fumar. Como dato curioso, puedo comentar que, un día, al llegar a casa, pensé que los extraterrestres habían entrado en mi comedor para abducirme. Una serie de doce rayos luminosos amarillos atravesaban la estancia, asemejándose a doce células fotoeléctricas de máxima seguridad. A punto de gritar de terror, pues no me apetecía nada tener que dejar mi nuevo piso para pasar a ser investigada en una nave espacial, descubrí a tiempo, que no eran más que doce agujeros espectaculares que el vecino, queriendo colgar la estantería de su hijita para que pusiera los libros y los cuatro peluches de turno, había realizado con una broca, como mínimo del 24. Es fácil imaginar la obra de diseño e interiorismo que tuve que realizar para colgar toda una serie de cuadros y estanterías con libros y conseguir disimular los conductos comunicativos con la habitación de la vecinita.

Ha pasado el tiempo y como siempre son los hechos cotidianos los que nos lo demuestran ya que, al espejo, solemos hacerle poco caso. Hace un par de semanas, empecé a disfrutar de unas repentinas vacaciones. El primer día, después de comer y haber saciado el apetito, me tumbé en el sofá con un libro en la mano para también saciar mi hambre lingüística. Debía llevar un rato sumergida profundamente en la lectura, inconsciente a todo lo que ocurría a mi alrededor, cuando oí un gemido de dolor. Sin dejar de leer, presté más atención a ver si me lo había imaginado, pero se volvió a oír otro. Pertenecían a una mujer y por la procedencia de estos eran de mi vecinita. Bajé el libro sobre mi pecho y me puse a escuchar con total atención, cosa que no hacía falta porque se estaba quejando mucho más alto y más seguido. Dispuesta ya a salir de casa y llamar a su puerta por si necesitaba algo (sé que a esta hora no están sus padres), empecé a oír otra serie de gemidos más suaves y más masculinos. Me detuve en seco cerca de la pared a escuchar. Acompañando al dúo de gemidos apareció un extraño instrumento musical creando un obstinato de ñigu ñigu. La cadencia de los gemidos fue acelerando para concluir al unísono en uno, una octava más alta alargando la nota en un espectacular calderón. Vaya, la vecinita había dejado de serlo.

Desde aquel día, que debió ser el primero, la práctica diaria a la misma hora y la deshinibición han ido creando más soltura en su interpretación, por lo que, junto a los gemidos, han aparecido unos tremendos golpes en aquella famosa pared, agujereada por su padre, que me indican el punto en el que se hallan de la partitura y cuánto falta para que acabe la pieza.

He estado pensando si quejarme o no, ya que es imposible hacer cualquier cosa mientras mi vecina y su novio interpretan, pero, al final, por mi parte sólo he tomado dos medidas; la primera, ahora le llamo vecina, siempre me ha gustado mucho el rigor lingüístico, y la segunda, intento que los libros, en momentos de máxima orquesta, no se desplacen a saltitos hasta el borde del anaquel de mi librería y caigan. ¿Qué pasará cuando vuelva a trabajar? En cuanto los vea en el suelo, sabré que ha habido concierto.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y no miras por los agujeritos?

Sandra Sánchez dijo...

Uyyy pues difícil lo tienes...no sé qué decirte, bueno que me ha hecho mucha gracia eso sí, lo que no veo manera es de salvar los libros de una caída segura jeje...
Por cierto, qué suerte tu ve-ci-ni-ta jajaja...

Geminis dijo...

No te quejarás encima, que tienes concierto de gemidos gratis!!!!. Que se desfogue la vecina, como opción a los libros puedes poner un hilo de punta punta de la estantería que los aguante ante la posible caída. Es una sugerencia.

Besos.

la cocina de frabisa dijo...

Uyyyyyyyyyyy, qué historia!!! simpática para leerla por el modo que la cuentas. Ahora que claro, viviéndola pared con pared, día tras día..... un poco agotador ¿no?

Besazo, guapa y tapones de cera para las emergencias.

Blau dijo...

jajaja me hiciste recordar algo...

Un beso

Lucía dijo...

Si es que no se construye bien!!!

La verdad es que sería muy violento cortarle el rollo a la vecina por el peligro que puedan correr los libros ... Eso sí, no podrás poner nunca nada frágil en esas estanterías por si acaso,jeje.

Mármara dijo...

Jopé, me ha levantado la pregunta Magapola...

Anónimo dijo...

Has probado a vitorearles? jejejeje ¡¡¡Venga que ya llegas!!! ¡¡Un empujón más!!
Paciencia jejeje