18/12/08

Celia

A Sara no le gustaban los fines de semana, se los pasaba matando el tiempo como podía y deseando que llegara pronto el lunes por la mañana. Desde hacía dos semanas la profesora las había cambiado de sitio y ahora compartía pupitre con Celia, una niña que apenas conocía. Cursaban séptimo y Sara le había dirigido la palabra en contadas ocasiones.

Hacía tiempo que había descubierto las ventajas del cambio de sitio; aprovechaba tener una persona sentada al lado toda la jornada durante más de un mes para intentar fraguar amistad con ella. Con Celia fue diferente desde el principio, por mucho que se esforzó Sara en abrirse, aquella no quería intimar. Le decía bajito comentarios graciosos sobre lo que el profesor o profesora estaba explicando, pero Celia continuaba escuchando la explicación sin cambiar la mueca, haciendo caso omiso de ella. Sara dio paso a la siguiente estrategia, el secretismo; recién traspasado el umbral de la adolescencia existían muchas sensaciones nuevas qué comentar. Los Reyes Magos hacía tiempo que habían quedado atrás dando lugar a conversaciones sobre sexo, ese gran desconocido, y más para ellas, que iban a una escuela exclusivamente de señoritas regida por unas estrictas y afables monjas alemanas.

Un día, la clase acudió al laboratorio de ciencias a hacer un experimento con un huevo de gallina. A pesar del deseo de Sara, Celia no compartió grupo con ella y se sentaron alejadas. Sara prestó poca atención a la práctica y a las explicaciones del profesor y dejó que sus otras compañeras realizaran el experimento. Ella se dedicó a contemplar el comportamiento de Celia. Pensó que sin duda era tímida, porque sólo se limitaba a hablar cuando le preguntaban. Tenía una larga melena color castaño oscuro que le llegaba por la mitad de la espalda, el flequillo cortado recto tapándole la frente. Aún se le notaban algunas mechas castaño claras fruto del sol de verano. A Sara le gustaba la forma que tenía de mirar con sus ojos color miel, cristalinos y sinceros que resaltaban del resto de facciones redondeadas de la cara. No la miró ni una sola vez durante la clase. No estaba gorda, pero se veía llenita. Era un palmo más alta que ella, cosa que le daba la impresión de que andaba siempre tiesa y erguida. Sara pensó que ella no era tan guapa como Celia.

Se estaba empezando a cansar de tanto intento por conseguir su amistad sin obtener ningún resultado y, durante un recreo, después de haberle ofrecido un trozo de su croissant y ser rechazado su gesto, se dijo que hasta aquí había llegado y dimitió de toda intención de conquistar su amistad, y volvió a centrarse en las clases y a frecuentar antiguas compañeras y antiguos juegos de patio.

No tardó mucho en descubrir a Celia dedicándole una sonrisa, a primera hora, antes de empezar la clase de lengua, cuando ella se hallaba riendo con las chicas de la primera fila, sentada encima de la mesa de la profesora con las piernas colgando y con aire de adolescente rebelde. Al entrar la maestra, Sara fue a ocupar su puesto y Celia le pidió si le dejaba la goma. Se la dejó sorprendida porque se veía a la legua que no la necesitaba para nada. Encantada por este repentino cambio, se mantuvo en segundo plano dejando toda iniciativa a Celia, que parecía mantener una ardua lucha con su propia timidez. La situación divertía a Sara a la vez que la conmovía.

En pocos días, Sara y Celia pasaron a ser íntimas, compartían desayunos y patios, comentarios, cotilleos y deberes y un montón de secretos que las ubicaba sin lugar a dudas en el portal de la adolescencia. Sara cambió su ruta para volver a casa, así acompañaba a Celia hasta la suya, pero esta recogía a sus dos hermanas menores y a Sara no le quedaba otro remedio que compartirla.

Al llegar a casa siempre, le caía alguna bronca de su madre porque cada día se retrasaba, pero a Sara le daba igual, se sentía feliz y nada podía estropearle su sentimiento. Decidió que, una vez dejara a Celia y a sus hermanas en el portal, realizaría el resto del trayecto que le quedaba corriendo, y asunto arreglado.

Así pasaron un par de meses, Celia cada día más abierta y simpática con ella y Sara sintiéndose por las nubes. Hasta que una mañana, Celia se sentó a su lado sin saludarla. No le costó mucho tiempo a Sara descubrir que no le dirigía la palabra. Extrañada y nerviosa, no se puedo concentrar en la clase, ni en las siguientes. Sara le preguntaba: “Celia, ¿qué te pasa?” pero no obtenía respuesta. Al final, se sintió ridícula de tanto insistir y optó, con tristeza, no volver a realizarle ninguna pregunta. Por la noche, en la cama, nerviosa y triste, sintiendo que se derrumbaba todo, se intentaba esperanzar con la idea de que a lo mejor Celia había tenido un mal día y, mañana, todo volvería a ser como antes.

Pero no fue así, Celia no volvió a dirigirle la palabra nunca más y durante el resto de cursos escolares que les quedaban estuvo evitando a Sara continuamente.

Sara se hundió, la incomprensión de lo que había pasado no le dejaba pasar página, se sentía deprimida, triste y sin fuerza. Le daba igual el curso y las broncas de sus padres, sus amigas y todas aquellas cosas que antes le gustaban.

El último día de curso, toda la clase fue a comer a una pizzería cercana al colegio y aunque no tenía nada de ganas, Sara hizo el esfuerzo y fue. Allí se encontraron con un grupo de chicos que también estaban festejando el inicio de las vacaciones. Estuvieron coqueteando y riéndose en un tira y afloja de comentarios. Al final, el más machito de todos, se encaró a ellas y les dijo: “Todas las que van a colegio de monjas o salen putas o salen lesbianas”. Se hizo un silencio antes de que el abucheo femenino se comiera a los chicos y Sara sonrió, ahora tenía la certeza de cómo saldría ella. Lo comprendió todo.

9 comentarios:

Spica dijo...

...por lo menos averiguó algo mas importante que a una persona que era agua de borrajasssss...un abrazo...

prófuga dijo...

entonces deduzco que celia era un poco...

soyborderline dijo...

El hallazgo en la adolescencia, también cualquier dolor es más intenso en esa etapa.

Anónimo dijo...

¿O puta o lesbiana? ¿y no puede ser las dos cosas a la vez?.. jajaja, dejando las bromas a parte me ha gustado mucho el relato. Gracias.

Beatrice dijo...

Me ha encantado el relato, deja buen sabor de boca

Raquel dijo...

Fenomenal!

¿Que tal si empiezas a escribir cuentos para niños con ilustraciones?
Eres versátil. ¿No te lo había dicho?

Tanais dijo...

Me ha guastado mucho! ayyyyy eso me ha hecho recordar como m di cuenta yo de lo mio..besitos guapa, sigue escribiendo

Lucy dijo...

La amistad en la adolescencia es muy profunda... Supongo que muchas de nosotras, aunque no fuéramos a coles de monjas, nos dimos cuenta a esa edad de que lo que hemos sentido por alguna compañera era más que amistad ¿verdad?

Anónimo dijo...

Sí Lucy, aunque inconscientemente en mi caso.
Bonita historia, me gusta este blog.