Me he levantado suicida. Cuando he llegado a la estación mi
tren estaba anunciado como de inminente
salida. Ya había descargado a los pasajeros que bajaban en esa estación y yo estaba tickando, esperando la eternidad
que la máquina necesita hacer ruiditos para devolverme la tarjeta multiviajes.
Me faltaba bajar la escalera no mecánica que tenía acceso a los andenes. La
megafonía no paraba de repetir que el tren estacionado en vía ocho estaba a
punto de salir. Así que aceleré el paso, más de lo acelerado que lo acostumbro
a tener y cuando me disponía a bajar el primer escalón me encontré con una
marea humana que subía ocupando cualquier espacio libre, tal como la materia
gaseosa ocupa cualquier volumen. Sin pensar, cogí carrerilla y salté cuál
gacela sin saber demasiado bien donde iba a caer. Eso sí, por la derecha, iba
por la derecha de la escalera, que no vale la pena perder el civismo.
Y allí me hallaba yo, cual skiner en medio de un fragoroso
concierto, volando por los aires sin
saber en qué momento me iba a dar el trompazo. La cara de la gente no tenía desperdicio,
y la mía debía ser de órdago. La sorpresa, fue descubrir que la gente,
siguiendo las leyes de los Gases Nobles, se apretaba más contra el grupo
dejándome acceso.
Ahí estaba yo, trotando escaleras abajo totalmente
concentrada en poner el pie bien apoyado en el escalón para seguidamente impulsarme,
así, sucesivamente hasta llegar abajo. Creo que los saltaba de cuatro en cuatro
o de cinco en cinco. El caso es que no he perdido el tren, ante la sorpresa de
los pasajeros que han visto cómo se plantaba en medio del vagón con un salto
desde el andén, así, como por arte de magia, Superdintel, que acababa de hacer
un descubrimiento: su menisco.
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