Tenía la rabia subida a la cabeza y golpeó al niño
derribándolo. Justo en el momento en que el puño tocaba la tierna carita notó
que algo se multiplicaba. Miró a su alrededor, todo en la habitación quería ser
asesinado. Las sombras de los objetos se arrojaban al suelo sobre el cuerpo caído
para intentar protegerlo. Al verlo, le lanzó una patada con el tacón. El niño
convirtió el llanto en gritos. La luz se había protegido en el rincón opuesto
de la habitación, tratando de pasar inadvertida. Los berridos se le clavaban en
el cerebro; una nueva patada, calló de una vez por todas al chaval. Coágulos de ira se arremolinaban en sus puños.
La presión de tenerlos cerrados veteaba su piel y sentía su propio nombre como
una gran fatiga. Vivía desde hace tiempo en ese callejón que es la furia. Miró
de nuevo la habitación; todo estaba inerte. Los objetos le miraban con temor e
intentaban refugiarse en la cotidianidad y en el olvido. Él sentía la guerra
perfectamente en su interior, no simplemente una guerra, si no su guerra. Qué
poco le había durado el niño. Se despojó de la razón, alzó el puño y comenzó el
ataque; no debía quedar ser alguno, ni animado ni inanimado, con vida.
4 comentarios:
qué horror!!
¿testosterona??
que fort! Dintel, que fort!
Dificil titulo... El huesped?
Es tan horroroso que me alegro que sea ficción. Nunca he sentido algo así contra un niño pero si puedo reconocer la ira y creo que está muy bien descrita, en ese sentido, me gusta :)
besos
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