Llevaba mucho tiempo doblando el deseo de besarte. Con
cuidado hacía coincidir punta con punta y pasaba la mano por encima del doblez
para quitar cualquier arruga que quedara, y volvía de nuevo a doblarlo, como se
hace cuando se dobla el dolor para guardarlo en las alacenas del corazón. Pero
por mucho que me esforcé en dejarlo olvidado, cada vez que te veía me lo encontraba
detrás de la mirada, desdoblado de nuevo, sonriente, fuerte y vivo. ¡Qué pillos
son los deseos!
No me quedó otra que sucumbir a él; me armé de valor y me
atreví a robarte un beso. Me acerqué con la torpeza de las emociones
habitualmente reprimidas y mis labios se posaron sobre tu mejilla. Se paró el
tiempo o quizá me desmayé. Se nublaron los sentidos o quizá se liberaron, ni
idea. Lo único que sé es que, desde entonces, cimbra mi corazón entre sístoles
y diástoles de amor.
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:)
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