Hallábame yo muy tranquila esta mañana cuando me he levantado sin saber qué me iba a deparar el inminente futuro. Tenía todo preparado para desayunar, ducharme, arreglarme e ir al hospital donde debían hacerme una sencilla prueba de cuyo nombre no puedo acordarme. Y allá que me he ido. Me ha recibido un joven hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco (aunque no le he visto el rocín por ninguna parte, pero seguro que era flaco con los tiempos que corren). El galgo corredor, mejor ni lo mento. Y dirigiéndose a mí me ha dicho: Señora (vamos, empezamos mal) Dintel, pase al vestuario y quítese todo lo que lleve metálico. Suerte que una es precavida y ya había dejado todas las prótesis y tuercas en casa. Si lleva sujetador también (este tío me está vacilando, ¿no ve la repisa, el alero, la cornisa, el saliente, las cachotetasquetraigopuestas? ¡Cómo no voy a llevar sujetador! Llevo sujetador, amarres, remaches y hasta contrafuertes, además de un dispositivo debajo de cada una que las sustenta sobre unas férreas columnillas hasta el suelo en cuyos extremos hay unas ruedecitas que nos (no es plural mayestático, no, es que en este caso somos tres) ayudan en los desplazamientos, como si de piedras piramidales se tratasen). La ropa se la puede dejar puesta. Ahora vengo a por usted. Y me cierra la puerta del vestuario. Con la rapidez que me caracteriza me saco la chaqueta, me desabrocho la camisa, me la quito, me ayudo con las dos manos a liberar los corchetes del sujetador y con cuidado lo desempotro o lo desincrusto (no sé qué término es más exacto) de entre el michelín y la soteta. Me vuelvo a poner la camisa y en ello andaba cuando el joven hidalgo ha abierto la puerta del vestuario preguntando: ¿ya está? (perdón, me he perdido, ¿no debía preguntarlo con la puerta cerrada? ¿Y si no estoy? ¿Tienen un baremo calculado de cuánto tarda la gente en quitarse el sujetador y volverse a poner la camisa? Hoy porque lo tenía poco incrustado, pues hacía menos de una hora me lo acababa de poner, que si no, me pilla en el forcejeo y menuda imagen se le queda clavada en la retina para siempre al pobre hombre).
Así, que me ha llevado a la sala donde estaba la máquina y
con voz muy amable ha explicado a “la señora”, cómo debía colocarse en el tubo
a la vez que me ayudaba a hacerlo. La postura era talqueasín:
Póngase estirada boca abajo, el brazo extendido dentro de esta cápsula y ahora se lo voy a sujetar para que no lo mueva. Así que ha empezado a poner almohadillas y cojincillos hasta que no lo podía mover y ha cerrado la tapa de la capsula. Como lo tenía que tener estirado del todo, mi cara chocaba contra el vértice de la cápsula, así que me ha hecho estirar el otro brazo paralelo al encapsulado y me ha ladeado la cabeza para que la apoyara sobre él. Señora, apoye la barriga (¡qué coño barriga! ¿Que no ve que me queda separada casi treinta y cinco centímetros de tierra si no cuento la altura del pezón?) Y ya me lo veía yo, subiéndose en mi culo para que la barriga bajara y poderme cerrar las sujeciones para no moverme. Me ha puesto unos auriculares porque era una prueba sónica y me ha colocado en la mano una pera para que la apretara si no aguantaba dentro del tubo (¿tubo, qué tubo?). Estará de veinte minutos a media hora. Y diciendo esto se ha ido. El aparato ha empezado a moverse, me ha introducido dentro del tubo y han empezado los pitidos. El tiempo parecía que no pasaba. De vez en cuando como si de Dios se tratase se oía una voz por megafonía: ¿está bien, señora? Y a duras penas podía contestar que sí. Con la sien apretada contra el vértice capsuliano, el brazo derecho totalmente estirado, el bicep izquierdo contracturándose por minutos, la oreja pegada a este, picando del roce con la camisa. Las vértebras lumbares dobladas al revés, el cóxis, mejor no hablar del cóxis, “coxiacaso”, iban pasando los minutos como si fueran años. Pero en esta vida todo acaba un momento u otro, así que de pronto se empieza a mover de nuevo la máquina para afuera del tubo, el joven hidalgo me ha soltado las correas y me ha liberado el brazo. Ya se puede levantar (eso me gustaría pero el entumecimiento llega a tal punto que no soy capaz de hacerlo estando boca abajo). Intento moverme y no puedo, tengo un tirón en todos los músculos del cuerpo. Al final, me ayuda a incorporarme entre mis huys y mis ays. Mi cuerpo está totalmente descompuesto; me duelen músculos y las zonas que no sabía que existían, me siento totalmente en tensión y un ligero tembleque empieza a aparecer en manos y piernas, y lo peor de todo: mis pezones sobresalen por los omoplatos, ¡cómo ha podido tenerme media hora boca abajo este despiadado hidalgo! Mi cuerpo no está hecho para vejeces.
Póngase estirada boca abajo, el brazo extendido dentro de esta cápsula y ahora se lo voy a sujetar para que no lo mueva. Así que ha empezado a poner almohadillas y cojincillos hasta que no lo podía mover y ha cerrado la tapa de la capsula. Como lo tenía que tener estirado del todo, mi cara chocaba contra el vértice de la cápsula, así que me ha hecho estirar el otro brazo paralelo al encapsulado y me ha ladeado la cabeza para que la apoyara sobre él. Señora, apoye la barriga (¡qué coño barriga! ¿Que no ve que me queda separada casi treinta y cinco centímetros de tierra si no cuento la altura del pezón?) Y ya me lo veía yo, subiéndose en mi culo para que la barriga bajara y poderme cerrar las sujeciones para no moverme. Me ha puesto unos auriculares porque era una prueba sónica y me ha colocado en la mano una pera para que la apretara si no aguantaba dentro del tubo (¿tubo, qué tubo?). Estará de veinte minutos a media hora. Y diciendo esto se ha ido. El aparato ha empezado a moverse, me ha introducido dentro del tubo y han empezado los pitidos. El tiempo parecía que no pasaba. De vez en cuando como si de Dios se tratase se oía una voz por megafonía: ¿está bien, señora? Y a duras penas podía contestar que sí. Con la sien apretada contra el vértice capsuliano, el brazo derecho totalmente estirado, el bicep izquierdo contracturándose por minutos, la oreja pegada a este, picando del roce con la camisa. Las vértebras lumbares dobladas al revés, el cóxis, mejor no hablar del cóxis, “coxiacaso”, iban pasando los minutos como si fueran años. Pero en esta vida todo acaba un momento u otro, así que de pronto se empieza a mover de nuevo la máquina para afuera del tubo, el joven hidalgo me ha soltado las correas y me ha liberado el brazo. Ya se puede levantar (eso me gustaría pero el entumecimiento llega a tal punto que no soy capaz de hacerlo estando boca abajo). Intento moverme y no puedo, tengo un tirón en todos los músculos del cuerpo. Al final, me ayuda a incorporarme entre mis huys y mis ays. Mi cuerpo está totalmente descompuesto; me duelen músculos y las zonas que no sabía que existían, me siento totalmente en tensión y un ligero tembleque empieza a aparecer en manos y piernas, y lo peor de todo: mis pezones sobresalen por los omoplatos, ¡cómo ha podido tenerme media hora boca abajo este despiadado hidalgo! Mi cuerpo no está hecho para vejeces.
5 comentarios:
TE han hecho una prueba médica o te estaban preparando para ir al espacio? o_O
Muy divertido!!!
Ja, ja, ja... Me hicieron esta prueba pero en la cabeza, así que yo oía el trac, trac, trac de la máquina...
Holaaa!!! estupendo relato, nunca me han hecho esa prueba, pero te aseguro que me he sentido dentro del tubo.
Enhorabuena, a ver cuando nos sorprendes con tu libro.
Feliz domingo
Dintel, ea ea ea ya pasoooo
jajaja!! "mis pezones sobresalen por los omoplatos", dice. jajaja!!
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