Hoy ha florecido la Tillandsia, ¿recuerdas que a ti siempre
te gustó? Continúa en el comedor, encima de la mesita que hay bajo la ventana,
donde la dejaste. El buen tiempo se ha adelantado y puedo tener el balcón
abierto para que los rayos del sol puedan entrar directamente sin que tengan
que atravesar los cristales. Lo sé, los tengo un poco abandonados, pero ya
sabes que me gusta limpiarlos contigo, con tranquilidad, convirtiendo el
quehacer en juego seductor. ¡Cómo te aprovechas de ello! Sabes que me tienes
atrapada.
Por fin he colgado las cortinas. Tenías razón, se ven las
marcas de los dobleces de tenerlas tanto tiempo en el armario, guardadas. Creo
que te gustarán como han quedado. Y no seas tiquismiquis, que no he podido colocar
la barra tan recta como sé que te gusta. Es que es muy difícil hacerlo sola. En
todo caso, lo disimularé haciendo el dobladillo torcido.
Cada mañana, mientras bajo en el ascensor para ir al trabajo,
me pongo la vaselina en los labios para que no se me corten. Ya ves, te hago
caso. Sí, lo admito, siempre tienes razón. Y, sí, lo admito también, siempre te
preocupas por mí.
Quizá podamos ir a ver si encontramos el primer almendro
florecido. ¿Recuerdas el del año pasado? Lo encontramos en una ladera donde no
había ningún almendro más. Sacamos la
manta a cuadros del coche y nos estiramos debajo, viendo el cielo entre las
flores blancas y sintiendo como
desaparecía la suave brisa a primera hora de la tarde. Empezaron las caricias y
los besos y siguieron desnudos nuestros cuerpos. Hicimos el amor en silencio,
bajo la envidiosa mirada de aquel solitario almendro en flor. ¿Lo repetiremos este
año? Vuelve pronto, amor.
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