No suelo escribir escuchando música, pero hoy lo necesito.
Es tal la añoranza, que es de aquellos días en los que debo destrozarme para
sentirme viva. Y qué mejor manera de hacerlo que escuchando canciones que te
arañan el corazón. Así que, aquí estoy. No son canciones que escucháramos
nosotras ni que formen parte de nuestra historia. No, a esas no puedo ni
acercarme, aun. Me pongo en modo adolescente y, ¡venga!, una y otra vez la
misma canción, sin llegar a acabar de escucharla, a la que aparece el punto
final de la letra, arrastro el cursor hasta el principio para que vuelva a
sonar. Y luego la otra canción. Cada diez veces, más o menos, paso de una a
otra. Antes de ayer no las conocía. Me habló de ellas un amigo. Son canciones
de su propia historia. Así que, a la que llegué a casa, las escuché, en el
móvil, desde la cama. Y creo que esa empezó a ser mi perdición. Con los ojos
cerrados, la volví a sentirla de nuevo cerca. La imaginé, noté de nuevo mi
cuerpo temblar como cuando me besaba. Y me dormí deseando soñar con ella, un
sueño erótico como en tantos momentos sexuales habíamos vivido.
Esta mañana, no me acordaba de nada. Me he levantado feliz y
me he ido a trabajar. Durante el día me ha estado picando un poco el omoplato
derecho, con ese picor típico de cuando se te reseca la piel. Ha sido un poco
incómodo porque no me llego (sí, cosas de la edad). Ha habido un momento de
desesperación en el que he hecho operación oso y me he rascado con el marco de
la puerta.
Así que cuando he llegado a casa me he sacado la ropa, el
sujetador y me he untado la mano izquierda con crema. Pero a pesar de todos los
esfuerzos y de hacerme un montón de daño en el codo, en los dedos, a pesar de
que ha habido un momento que parecía que estaba bailando merengue conmigo
misma, he sido incapaz de ponerme la crema en donde me picaba. No llego. Y, en
este momento, me he dado cuenta que no tengo a nadie para que me la ponga y que
hace mucho tiempo que nadie me toca; me ha cogido una tristeza tremenda pensar
que lo mismo ya nadie me volvería a tocar nunca más.
Lo demás lo podéis deducir, de aquí me he ido directamente
al ordenador, a desgarrarme una y otra vez. Ya no me pica nada o me pica todo,
¡qué más da!
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