1/1/18

Desde el quicio

No tengo ni idea de lo que siento; ni propósitos ni ganas de nada. Y ahora os estaréis diciendo: “Dintel ha empezado el año depresiva”. Pues nada más alejado de la realidad. Dintel es la niña más feliz del mundo, incompleta, pero feliz. Ya fui completa una vez a fuerza arrastrar mi infelicidad por los rincones. Y eso sí que no se puede permitir. Vamos, creo que estaréis de acuerdo conmigo. Pero qué completa me sentía; dos medias naranjas que hacían un todo. ¿Qué más se puede esperar? Pues sí, hay más: ser una misma.

Y mirad qué bien estoy ahora, soy una misma. Me estoy descubriendo aspectos desconocidos. Para empezar, ¿hasta cuanto soy capaz de soportar la soledad? Hace un tiempo pensé que había llegado hasta el límite. Se me caían las paredes de casa y era incapaz de ver más allá de mi propia compasión. Pero, aprendí a reinventarme y aquí estoy de nuevo, feliz y llena de vida, pero sin propósitos ni ganas de hacer nada, y lo que es peor, sin saber qué siento.

Hace un rato, cuando era el mediodía solar, he salido a andar y a sentarme lagartamente bajo el sol, a ver si saco mi vitamina D del estado crítico en el que se halla. Me acomodado en una escalera, en un parque, delante del estanque, esperando que el reflejo del sol en el agua también ayudara a mis huesos. Un grupo de jóvenes se ha sentado dos escalones más arriba. Iban mal dormidos y resacosos. Por su conversación, estaban haciendo tiempo para coger el tren de las cuatro y se habían pasado la noche de juerga. Yo estaba con los ojos cerrados sintiendo el sol en la cara y en las muñecas y escuchándolos. Me sentía feliz. Absolutamente sola y alejada del mundo, pero feliz. Igual que ahora, que os estoy contando esto y mis dedos, ansiosos por teclear me despiertan recuerdos de otros tiempos en los que escribir llenaba mi vida.

Es curioso como avanzamos sin avanzar, cambiamos y hacemos otras cosas y abandonamos las que un día eran esenciales en nuestra vida, para llenarlas con otras que también convertimos en esenciales. Si solo hay una vida, ¿en qué la estoy gastando?

Hace un par me cambié el cepillo de dientes. Como soy muy enérgica cepillándome los dientes, la dentista me aconseja que me cambie el cepillo cada tres meses. No tengo ni idea de cada cuanto se lo cambia la gente. El motivo es que así, está gastado y evito herirme las encías con él (algún día deberé decirle que nunca me he herido las encías). El caso es que desde ayer, (buenas fechas) estoy haciendo tres días de détox tomando zumos y batidos verdes (tengo la nevera como una huerta murciana). Me lo estoy pasando genial con ello. Me encanta descubrir el sabor qué tendrá el zumo o el batido. Además de descubrir nuevos alimentos como la raíz de cúrcuma, o las semillas de cáñamo. A lo que iba, no os podéis imaginar lo divertida que estoy de haber descubierto que mi cepillo de dientes nuevo tiene las cerdas teñidas de un verde fosforito a causa de la clorofila de tanto zumo. No es irónico. Me hace una gracia tremenda ver el cepillo verde fosfi como resultado détox. Y lo veo con asiduidad ya que tanto zumo me hace visitar el cuarto de baño  frecuentemente.

¿Por qué he explicado esto? Ni idea, pero era sobre lo que me apetecía escribir. Puede que deba catalogarme como feliz, incompleta y surrealista. 

No hay comentarios: