21/10/19

Ascensiones


He tenido que ir al despacho de un abogado para arreglar unos papeles de familia. Está situado en uno de los edificios más altos de mi ciudad, en el piso diecisiete. No me gustan los edificios que tienen más de cinco pisos, siempre me recuerdan al “Coloso en llamas”. Y no solo eso: ya de normal, no me gustan los ascensores, por lo que, descartado subir diecisiete pisos andando, no me ha quedado otra que coger el ascensor.

En la planta baja, hemos entrado una mujer y yo; ella ha pulsado el botón con el número quince y yo el mío. El ascensor se ha parado en el piso uno, donde ha entrado una mujer que también iba al piso quince.

Como era de esperar, porque a mí siempre me pasan estas cosas, el ascensor se ha parado entro dos pisos. Como no reanudaba su marcha por mucho que apretáramos diversos botones, hemos hecho uso del interfono que comunica directamente con la empresa de ascensores. Nos han dicho que enviaban a un técnico.

Y allí, apoyadas cada una en una de las paredes del ascensor, tres mujeres sin gran cosa que decirse. Yo permanecía en silencio mientras mis dos compañeras hablaban. Ambas trabajaban en el mismo edificio y se conocían de vista. Me han obviado en su conversación, cosa que ha permitido que pudiera observar la situación y disfrutar con mis pensamientos.

Me ha llamado la atención la tensión aromática que se ha creado al chocar el olor de sendas colonias, muy diferentes una de otra. Ellas sonreían al hablarse, pero los aromas, ocupando el resto del ascensor luchaban entre sí para ir ganándose espacio uno a otro. Iba ganando el olor del perfume de la mujer que había subido en el primer piso y creo que la otra mujer se dio cuenta de ello porque pude percibir una pequeña fluctuación emocional en ella, haciéndole disminuir su sonrisa fática.

No se sabe por qué el ascensor empezó a moverse. Ya funcionaba y alguien debía haberlo llamado. Sin lugar a dudas el aroma de la mujer que había subido en la primera planta había ganado el combate. Cada una de nosotras apretamos de nuevo los botones del ascensor y cuando me bajé en la planta de mi abogado, inspiré con profundidad para liberar del embotamiento olfativo a mi pituitaria. Otro motivo más por el que no me gustan los ascensores.

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