He tenido que ir al despacho de un abogado para arreglar
unos papeles de familia. Está situado en uno de los edificios más altos de mi
ciudad, en el piso diecisiete. No me gustan los edificios que tienen más de
cinco pisos, siempre me recuerdan al “Coloso en llamas”. Y no solo eso: ya de
normal, no me gustan los ascensores, por lo que, descartado subir diecisiete pisos
andando, no me ha quedado otra que coger el ascensor.
En la planta baja, hemos entrado una mujer y yo; ella ha
pulsado el botón con el número quince y yo el mío. El ascensor se ha parado en
el piso uno, donde ha entrado una mujer que también iba al piso quince.
Como era de esperar, porque a mí siempre me pasan estas
cosas, el ascensor se ha parado entro dos pisos. Como no reanudaba su marcha
por mucho que apretáramos diversos botones, hemos hecho uso del interfono que
comunica directamente con la empresa de ascensores. Nos han dicho que enviaban
a un técnico.
Y allí, apoyadas cada una en una de las paredes del
ascensor, tres mujeres sin gran cosa que decirse. Yo permanecía en silencio
mientras mis dos compañeras hablaban. Ambas trabajaban en el mismo edificio y
se conocían de vista. Me han obviado en su conversación, cosa que ha permitido
que pudiera observar la situación y disfrutar con mis pensamientos.
Me ha llamado la atención la tensión aromática que se ha
creado al chocar el olor de sendas colonias, muy diferentes una de otra. Ellas
sonreían al hablarse, pero los aromas, ocupando el resto del ascensor luchaban
entre sí para ir ganándose espacio uno a otro. Iba ganando el olor del perfume
de la mujer que había subido en el primer piso y creo que la otra mujer se dio
cuenta de ello porque pude percibir una pequeña fluctuación emocional en ella,
haciéndole disminuir su sonrisa fática.
No se sabe por qué el ascensor empezó a moverse. Ya
funcionaba y alguien debía haberlo llamado. Sin lugar a dudas el aroma de la
mujer que había subido en la primera planta había ganado el combate. Cada una
de nosotras apretamos de nuevo los botones del ascensor y cuando me bajé en la
planta de mi abogado, inspiré con profundidad para liberar del embotamiento
olfativo a mi pituitaria. Otro motivo más por el que no me gustan los
ascensores.
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