Mientras me he duchado he tenido una ensoñación: no era mi
cuerpo el que enjabonaba, sino el tuyo. Sentía como te ibas excitando a medida
que pasaba la esponja por mi espalda, mis axilas y mis pechos. ¿O debiera decir
tu espalda, tus axilas y tus pechos? Perpleja por no sentir mi cuerpo y sentir
el tuyo, he cerrado el agua y he salido de la ducha abrigándome con la toalla,
¿o abrigándote? Me he sentado en el taburete y he estado por un momento
analizando todas las partes de mi cuerpo, que era el tuyo. Tres respiraciones
para intentar neutralizar el estado de ansiedad en el que empezaba a
encontrarme. ¿O eras tú la que sentía ansiosa? Tenía que hacer algo, no podía
seguir así. Supongo que tú tampoco. Debía sacar a relucir esas cualidades
prácticas de las que siempre me he sentido orgullosa. A ver dónde hallaba ese
principio disolutivo que necesitábamos, porque lo que tenía claro es que no iba
a estar el resto de mi vida yuxtapuesta a ti.
Pensando un poco, he caído en la cuenta que sentía tu cuerpo,
pero el mío no. ¿Dónde había ido a parar mi consciencia corporal? Resultaba de
una dureza incomprensible ser incorpórea y sentirte a ti, que no soy yo. Al
final, al borde de un ataque de pánico, me he vestido rápidamente, o lo has
hecho tú y me he dirigido a visitar a mi terapeuta, que, viendo mi cara de
espanto y ansiedad, me ha recibido inmediatamente. Qué curioso ha sido estar
hablando allí conmigo.
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